XIV

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Capítulo 14:
Séltora

Al final de la hilera de árboles, desde la altura, relucía un gran pueblo en un amplio valle, rodeado de flora selvática. No era lo suficientemente grande como para llamarlo ciudad, pero era una población formada.

El Wrangler bajó por un camino rudimentario bien mantenido. El paisaje no había cambiado en absoluto comparándolo a momentos antes de cruzar a la extensión, pero aun así, no dejaba de apreciarlo como si fuera un paisaje totalmente diferente. Se sentía diferente, se sentía tan extraño, más místico.

El corazón me galopaba desbocado en el pecho y creo que apenas logré pestañear una vez. No sentía nada dentro del Wrangler, no escuchaba las voces ni oía el ruido del motor. Toda mi concentración estaba ahí fuera, en ese terreno que era invisible para los humanos. La sensación era alucinante.

Solo en ese momento sentí todo más real. Ya no me costaba tanto creer en lo que me habían dicho. Ahora lo imposible se sentía posible.

Pero faltaba Texa.

Una vez que estuvimos más cerca de la parte urbana, noté que las casas estaban hechas de madera firme; la mayoría eran angostas, pero de dos pisos o más, cuyos techos estaban fabricados entre madera y tejas con vegetación que crecía en cualquier espacio disponible.

Las calles estaban cubiertas de algo parecido al pavimento y lo verde era abundante en todos lados. Era un pueblo en medio de la jungla. El sol brillaba en lo alto en todo su esplendor.

En los costados se desplegaban diversos puestos de vendedores ofreciendo todo tipo de cosas; frutas, vegetales, carne, flores. Todo tan normal, pero a la vez tan distinto.

Las personas eran altas en su mayoría, a mi parecer. Miraban el Wrangler con atención a medida que avanzábamos.

Pasamos por una gran fuente que expulsaba agua con fuerza para luego caer armónicamente, formando arcoíris a su alrededor. Alcancé ver a gente con loros en sus hombros, al parecer era normal o algo así.

Después de atravesar varias callecitas, llegamos a una subida empinada; en lo alto se alzaba una gran construcción de madera y concreto. El techo poseía varias terminaciones en puntas, las cuales tenían banderas en su parte más alta. Era como un castillo hecho de varias torres de madera. El castillo de Séltora.

Eché un vistazo a Finn, pero no hallé nada en su rostro. Se mantenía indescifrable y manejaba con la vista clavada al frente. Seguido de eso, guie mi mirada hacia Theo, y me sorprendí al descubrir que esos bonitos ojos pardos me observaban divertidos.

—¿Qué? —le pregunté.

—Casi te salen estrellas por los ojos, qué adorable.

—Ya, ríete —bufé—. Es muy estúpido que me emocione —ironicé y curvé las cejas.

—Claire, esta vez y solo esta vez, no me estaba burlando de ti. —Me dedicó una de esas sonrisas con la que debía conquistar a las mujeres. Rodeé los ojos—. Me gusta verte así —confesó, cambiando su actitud a una más sincera.

Antes de que notara el rubor que se prendía en mis pómulos, chasqueé la lengua y seguí mirando al frente para que no se diera cuenta, pero al girarme descubrí que Mike nos observaba con una amplia sonrisa.

—¿Y ahora qué? ¿También te reirás? —lo desafié.

—No... —titubeó como queriendo decir algo más—. No es nada —respondió, ampliando aún más su sonrisa.

Me sentí confundida y giré la cara nuevamente hacia Theo; tenía las comisuras de sus labios hacia arriba, al igual que Mike.

Los miré raro y resoplé, dejándolos en sus cosas burlonas y no les di más importancia. No estaban los ánimos para discutir...

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora