8. Un odre vacio

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—Si no despiertas

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—Si no despiertas... me comeré tu ración de liebre —dijo Odín en voz alta, pero Calipso apretó los ojos y se aovilló aún más en el suelo. Esa noche había tenido frío y no había podido dormir bien. Ahora, con la luz tibia del sol, se sentía más cómoda y no ansiaba despertar—. O peor, me comeré todo y te dejaré los ojos. —De mala gana, ella abrió los ojos y lo observó. No quería pensar en asquerosos y viscosos —o mejor dicho, crujientes— ojos; pero tenía hambre, al fin y al cabo, y no podría seguir durmiendo aunque lo deseara. Odín sonrió a través de su gruesa barba cuando la vio erguirse de a poco—. Así me gusta, obediente como un conejito.

—Los conejos no son obedientes —refutó ella, apartándose el pelo seco de la cara—. Estoy hecha un asco —maldijo, después de pasarse las manos por los brazos. La tela del camisón bajo su larga chaqueta estaba igual de apestosa que ella.

Odín arqueó una ceja, incrédulo, y le tendió un poco de liebre recién cocida.

—Sabes, esto tiene que venir con tu paquete de diosa perfecta. Porque asco y todo, no te ves mal.

Ella tomó la liebre con las puntas de los dedos sucios e hizo una mueca.

—Sí, claro —contestó, con ironía.

—Te estoy haciendo un cumplido, niña. Me refiero a que te sigues viendo como una maldita reina, a pesar de todo.

—¿Cómo una reina podría verse así alguna vez? —criticó, sin ganas de que le halagara la suciedad. Después de todo, él estaba tan apestoso como ella, así que no podía decir demasiado. Incluso estaba pensando que Odín olía feo y ya se había acostumbrado a él. ¿Y ella no?

—Así se vería una reina prófuga —replicó él, encogiéndose de hombros.

Calipso mordió la carne, mirándolo ceñuda. Odín no sonrió esta vez y se terminó su trozo sin prestarle demasiada atención. Vaya, el tipo era raro y además era el primer hombre de verdad con el que tenía contacto. Recordó que la noche anterior le había tomado la mano y pensó en por qué se había sentido tan extraño para ella si ya lo había tocado antes. Faltaba más, él la había cargado múltiples veces.

Mordió una vez más su comida, mirándolo aún sumergida en sus pensamientos. No sentía nada más que curiosidad por él, ¿así que cuál era la respuesta? ¿Era justamente por eso, porque era el primer hombre que en realidad la tomaba de la mano? Ahora que lo pensaba, un tacto así no se producía todos los días y tenía un significado muy fuerte para alguien como ella, que jamás había recibido cariño de nadie.

En verdad, nunca antes alguien le había tomado la mano.

—¿Podrías comer más rápido? —inquirió él, apartándose el cabello de la cara, sacándola de sus divagaciones—. Ya tenemos que irnos.

De mala gana, Calipso apuró su comida. Aquel sería otro largo día, pero lo aceptó sabiendo que ella solita se lo había buscado. ¿Y qué prefería al final? ¿Estar allí o seguir siendo la mimada diosa de un puñado de monjes locos? Prefería estar fuera, sucia y cansada. Al menos, ya no estaba lastimada.

Destinos de Agharta 1, CalipsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora