Capítulo 30: Investigación

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Las gotas de agua resbalaban por las puntas del cabello de la joven mientras quedaba eclipsada en la extraña nota que le habían amenazado

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Las gotas de agua resbalaban por las puntas del cabello de la joven mientras quedaba eclipsada en la extraña nota que le habían amenazado. Estaba claro que era la misma persona que asesinó a Benister y que ésta se enteró de la salida al bosque de la muchacha y sus amigos.

No tuvo miedo, ni mucho menos se acobardó por su vida, pero sí le inquietó si herían a sus compañeros. Al fin y al cabo, fue Victoria la que los arrastró en seguir a Elliot.

No podía imaginarse quién era la persona detrás de todas las muertes cometidas. El muchacho de los cacahuetes debió morir en manos del sujeto, al igual que Benister. La muchacha se percató que las muertes halladas se trataban de alumnos que, de alguna manera, se dedicaban a herir a los débiles. Entonces, cabía la posibilidad que una persona de Fennoith estuviera tan desazonado con ello como para causar tal desgracia. Pero, no logró entender qué quería conseguir eliminando a jóvenes adolescentes revolucionarios. La mente humana es demasiado compleja como para averiguar por qué razón un asesino se dedica a matar; algunos lo hacen por venganza; otros por diversión; otros por una infancia abusiva; y otros por mero gusto y satisfacción.

Hay tantos que creen tener motivos para hacerlo y otros que, sin embargo, lo hacen por placer, para satisfacer sus banales deseos y necesidades. Por esa razón, Victoria quiso pensar que los motivos que llevaban a esa misteriosa persona a cometer tales crímenes, era por querer dar una lección a aquellos que un día fueron sanguinarios con quienes no lo merecían. ¿Era, acaso, algo personal, o se trataba de alguien que asesinaba por puro menester?

—¿Te duele algo? ¿Estás herida?—cuestionó Caym, rompiendo el silencio que se había creado en las duchas.

La joven cerró su taquilla asqueada y aseguró que estaba bien. El joven frunció su ceño sin tomar en serio su afirmación.

—Acude a la enfermería. Será mejor que te revisen. Es posible que mañana te duela el cuerpo tras sufrir una fuerte caída. Deberían darte una pastilla.

—No me apetece ir a la enfermería —dijo ella con desdén.

—No te he dado a elegir. Es una orden.

La inquietante mirada del pelinegro lograba que una frase como aquella no se le ocurriera desobedecerla. Puede que actuase preocupado y eso a Victoria le resultó entrañable, pero sabía que Caym no se angustiaba por ella, tan sólo le importaba el regalo que venía consigo; su alma. De nada le servía si la joven fallecía antes de cumplir su venganza, y si fallaba en su misión habría sido una absoluta pérdida todo el tiempo que permaneció a su lado para obsequiarle su importante alma. No obstante, prefería mentirse a sí misma y pensar que él se preocupaba tanto, como la joven lo hacía si nunca más volvería a saber de el muchacho.

—¿Si acudo te quedarás más tranquilo?—cuestionó ella con fastidio.

—Sí.

—Bien. Dame unos segundos para que me vista. ¿De acuerdo?

El infierno de Victoria Massey © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora