Él cerró los ojos.

—Déjame morir aquí. No valgo la pena.

—¡No digas idioteces!

—Te digo la verdad... soy un caso perdido.

—¡Ya basta! —Quería abofetearlo, pero se abstuvo. No quería hacerle más daño—. Te pondrás mejor muy pronto. Solo tuviste una pequeña recaída.

—No. No voy a poder.

—¡Sí! Y si es necesario, te obligaré a hacerlo yo misma, a los golpes.

El muchacho abrió los ojos y le dedicó una cálida sonrisa.

—Perdóname por ser tan débil. No sé cómo lidiar con el rechazo —le dijo mientras ella lo levantaba del suelo, y lo llevaba hasta el ascensor.

—No creo que seas débil, sino idiota. Hay muchas otras formas de superar los problemas, sin caer en esto. Mírate, pareces un pordiosero otra vez.

Chris se rió. Apenas podía sostenerse en pie, pero hizo el esfuerzo por ella.

—Dante, creo que será mejor que vayas a casa —murmuró entre dientes—. Yo iré enseguida.

No me gusta la idea. Para nada.

—¿Qué va a hacerme? Míralo. Apenas puede respirar.

Si tú lo dices.

—Lo recostaré e iré a casa.

De acuerdo. Te estaré esperando.

Joanna subió hasta el cuarto piso con el muchacho a cuestas y lo acostó en su cama. Había bebido tanto que ni siquiera recordaba cómo se llamaba. ¿Qué había pasado con el chico agradable que le había cantado una canción la noche anterior, y que solo bebía jugo de naranja? Al parecer, ella lo destruyó. Quizás, había sido demasiado dura con él.

—Pobre Chris —dijo, mirándolo con culpa. Lucía tan indefenso como un niño.

No era un mal muchacho. Lo que sucedía era que no sabía cómo afrontar adecuadamente ciertas situaciones. Beber lo hacía olvidar la dura realidad que debía enfrentar: Joanna no lo quería (o eso parecía). Lo peor era que él lo había echado todo a perder. Jo tenía razón al llamarlo idiota, porque eso se sentía. Había arruinado su oportunidad dejándola plantada en la tercer cita, y ni siquiera la llamó para disculparse. ¿Qué tenía en la cabeza? ¿Aserrín? Para colmo de males, no tuvo mejor idea que emborracharse. ¡Qué estúpido! Era desandar todo el camino que había recorrido hasta ahora. ¿Qué clase de chica iba a quererlo así? Jo merecía a alguien mejor. Aunque, tal vez, algún día le diera otra oportunidad. Sabía que podía cambiar. Quería hacerlo.

La joven estaba a punto de regresar a casa cuando escuchó la puerta abrirse, y unos pasos en la sala.

—¿Gus? ¿Eres tú?

Los pasos sonaban cada vez más fuertes, más cercanos.

—¿Bobby?

—Adivina otra vez, rubia —le sugirió una voz ronca que la puso nerviosa. No se trataba de ninguno de los dos, sino de alguien más.

Un hombre apareció ante ella. Lo conocía. Era calvo y llevaba unas gafas negras redondas.

—¡Larry!

—Hola. —la saludó el hombre—. Sí que resultas escurridiza. Hace días que quiero hablar contigo, pero tus amigos me lo han impedido. Qué suerte que no están en casa.

—¿Qué quieres?

—Conocerte mejor. ¿No es obvio?

—¡Vete! Yo no quiero conocerte.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora