Si cuando era niña me hubieran pedido que describiera a mi familia, de mi boca no habrían salido más que palabras negativas o simplemente no habría salido ninguna palabra con la que pudiera definirla. Pero si me volvieran a preguntar ahora, que todo cambió y mi familia está compuesta por otras personas y la comparara con la familia que tengo hoy en día. Diría que son dos extremos muy distintos sin un punto de comparación. Mis abuelos, tanto maternos como paternos, eran empresarios muy famosos. Cuyas empresas, aun siendo de diferentes rublos eran reconocidas como las mejores en su área tanto dentro como fuera del país. Mis abuelos no eran amigos, tampoco se habían topado alguna vez en algún negocio o fiesta, simplemente conocían el nombre del otro por la popularidad y admiración con las que se hablaba de ellos. Pero las circunstancias de la vida los llevaron a compartir más de lo necesario debido a mis abuelas, quienes habían sido amigas desde su más tierna infancia y debido a los matrimonios con cada una de ellas debían compartir muy seguido en fiestas y reuniones desde que se habían casado, con aquellas dos amigas que no querían estar lejos la una de la otra, por lo cual, mi abuelo materno, aun viviendo en el extranjero, en Italia, se mudó y se vino a vivir aquí con mi abuela. Mis padres, hijos de familias adineradas y famosas. Habían crecido entre lujos, profesores privados, sirvientes, chóferes y siendo mimados materialmente, tenían todo el amor material que un padre le puede dar a sus hijos, aun así, eran muy diferentes el uno del otro. Mi padre era un egocéntrico narcisista, egoísta y materialista al que solo le importaban las apariencias y el estatus social, había crecido siendo criado por las sirvientas, entremedio de lujos y comodidades, solo veía a sus padres unas pocas veces durante el año, ya que se la pasaban trabajando. Remplazaban todo el amor de padres que le pudieran dar por cosas materiales, ellos creían que, de esa manera, mi padre no sentiría su ausencia. Mi madre daba todo por ayudar a los demás, no se encariñaba con las cosas materiales y era muy querida por las personas debido a su belleza e inteligencia a su corta edad. Ella había crecido con el amor de sus padres, un amor estricto, pero que procuraba cuidar de ella siempre y le ponía atención a su crecimiento y desarrollo. Mi familia era muy peculiar debido a que mis padres no se amaban, no estaban enamorados el uno del otro cuando se casaron. Eran un matrimonio que fue forzado por mis abuelas a quienes le hacía ilusión que sus hijos se casaran, formaran una familia y le dieran nietos. Pero no pasó así como ellas querían, mis padres prácticamente se odiaban, nunca se habían llevado bien. Desde que eran pequeños y mis abuelas los llevaban a jugar para que crecieran juntos y que de casualidad cuando crecieran, naciera ese sentimiento especial, pero no pasó. Y yo, yo no hubiera nacido si no fuera por la estricta necesidad de un heredero impuesta por mi abuela paterna. Esas palabras las había escuchado de la misma boca de mi padre en una de sus tantas peleas en las que gritaban ofendiéndose el uno al otro. Nadie dijo que, por ser una familia acomodada, no teníamos problemas, porque la verdad, éramos solo apariencia y nuestra familia se desmoronaba a pedazos.
Mi padre se llamaba Max Schneider, tenía 19 años cuando yo nací. Mi relación con él era muy superficial, estábamos relacionados solo por un fuerte laso genético que nunca fue aceptado ni apreciado por él. No era como se esperaba que fuera un padre con su hija, más bien, parecía como si me odiara por haber nacido o fuéramos dos completos extraños. Siempre me exigía la perfección en todo lo que hacía, tanto académicamente como deportivamente. No tenía permitido cometer errores que dejaran en vergüenza el gran apellido Schneider con ninguna de las cosas que hacía. Nunca había recibido una muestra de cariño o afecto de su parte. Siempre me miraba con semblante serio e intimidante, como tratando que me alejara del. Nunca me había dedicado una sonrisa o un abrazo y las pocas palabras que me decía, solo eran para corregir alguna actitud, algún gesto o algún extraño comportamiento en la manera perfecta de ser que él me había enseñado. No era mi padre, así lo sentía, no recibía nada del, nada que hiciera que lo quisiera un poco o que de mí naciera decirle "papá". Solo le llamaba padre porque así me lo habían enseñado, no sentían ningún tipo de apego emocional por él. Mi madre se llamaba Elena Aston, ella tenía 18 años cuando yo nací. Ella era el polo opuesto de mi padre, era cariñosa, siempre que lloraba por una reprimenda de mi padre, ella me abrazaba y me acariciaba el cabello. Me cuidaba toda la noche si era necesario cada vez que enfermaba, no le preocupaba que fuera la mejor en todo ni me exigía más de lo que podía dar de mí misma. Era una excelente y cariñosa madre a la que amaba por sobre todas las cosas. Mi madre era la primogénita de mis abuelos maternos, futura heredera, conocida y admirada en la sociedad, pero no por ser una Aston. Mi madre con 19 años, aun en contra de la voluntad de mi abuela y mi padre, decidió estudiar diseño. A los 21 años y antes de siquiera terminar su carrera ya era una conocida diseñadora de modas que diseñaba ropas para actores, tiendas y demás. Todo proveniente de su propio esfuerzo y perseverancia, y a esa misma edad, ella renunció a ser la heredera de la familia Aston emprendiendo por sí misma. Mis abuelas, ambas habían fallecido cuando yo tenía 5 años, en un accidente aéreo mientras se iban de vacaciones a Europa, Por lo cual, en mi infantil mente de niña no recordaba nada de ellas, más que por fotografías. Luego de ello muchas cosas cambiaron, las peleas entre mis padres se volvieron cada vez más constantes al no haber nadie que les pusiera un alto, ya que vivíamos en la casa de mis abuelos paternos, siempre que escuchaba sus gritos me escondía en mi habitación o en la de mi madre, ya que tenían habitaciones separadas. Unos meses después falleció mi abuelo paterno de un infarto, por lo que mi padre tuvo que hacerse cargo de la empresa exportadora. Recuerdo que por ese entonces mi padre prácticamente desapareció de casa por estar inmerso en el trabajo, habiendo noches en las que simplemente no llegaba o tenía un inesperado viaje fuera del país. Claro que mi mente inocente de ese tiempo creía todas las mentiras que mi nana me decía para justificar su ausencia.
Cuando cumplí 7 meses de vida y mis abuelas aún estaban vivas, inesperadamente llegó una hermanita, a esta bebé mi padre la nombró Leyla. El día que ella llegó a casa mi madre y yo estábamos jugando en la sala, ese día que llovía a cántaros y caían estruendosos truenos mi padre llegó con la bebé entre sus brazos envuelta en una cobija rosada pálida y mojado de pies a cabeza. Caminó hasta nosotras y se agachó a mi altura para mostrarme a la bebé y me dijo que ella sería mi hermana pequeña. Recuerdo que mientras me decía eso, fue la primera vez que lo había visto sonreír despreocupadamente. Leyla era muy pequeña y casi no se movía en los brazos de papá, así que no pude evitar ilusionarme por ese pequeño ser que sería mi hermana, mi madre solo se paró del sofá y salió del salón sin decir nada. A la hora de la cena mi abuela hizo un escándalo al escuchar de la boca de mi padre, que Leyla era su hija. Los gritos se escuchaban desde mi habitación, mis dos abuelos le reprochaban una y otra vez, yo solo era una bebé en ese entonces. Pero, si lo pienso bien, aún recuerdo los gritos y rostros enojados de mis abuelos mediante fui creciendo. Con Leyla mi padre era completamente diferente, la cargaba, jugaba con ella, le sonreía muy a menudo, la quería como, como nunca me había querido a mí. Mi madre era muy distante con Leyla. Cuando papá estaba en casa o cuando estábamos solas simplemente la cambiaba, la alimentaba y la dejaba en su cuna para luego jugar conmigo, de lo demás se encargaba mi nana que ahora cuidaba de ella todo el tiempo. Crecimos siendo completamente unidas, jugábamos siempre, dentro del tiempo libre que nos dejaban los estudios que papá quería que tuviéramos. Incluso mamá había comenzado a mostrarle afecto y a jugar y salir con Leyla, pero mi padre no había cambiado en nada, siempre estaba pendiente solo de Leyla.
Cuando cumplí 10 años y sin presiones sobre mantener su matrimonio por parte de mis abuelas o las apariencias sociales, mis padres se divorciaron. Leyla se quedó con mi padre y mi madre y yo dejamos atrás todas las comodidades que había en la mansión y nos fuimos a vivir con mi abuelo materno, a un complejo de departamentos al que se había mudado luego de que mi abuela falleciera y luego de haber demolido la casa en donde estaban todos los recuerdos que compartía con ella. En cuanto mi abuelo supo de la separación de mis padres nos había recibido de inmediato, él era el único que nunca había obligado a mi madre a mantener su matrimonio y una de las pocas personas de las que recibía afecto. Mi abuelo se llamaba Bruno Aston, era un reconocido arquitecto, era el dueño de la famosa cadena de hoteles cinco estrellas "Paris Aston". Una cadena hotelera con varias sucursales en la capital de los principales países turísticos más visitados y cotizados por las personas, esta era su empresa. Heredada por sus padres y por la que él había luchado y trabajado para construirla y mejorarla, también era propietario de una empresa constructora llamada "Constructora Stamford.". Esta había pertenecido a mi abuela, ella era una arquitecta, hija única y heredera de la empresa. Al casarse, a mi abuelo le comenzó a gustar la arquitectura, así que comenzó a estudiarla dejando de lado los hoteles y se dedicó a la arquitectura, diseñando y construyendo después los hoteles de nuevas sucursales que se abrían en el extranjero. Incluyendo el edificio en el que vivíamos, era un edificio de 25 plantas con suite de lujo en cada uno de sus pisos y en el que vivía una familia por cada piso. Crecí en la suite del último piso hasta los 14 años, bajo las tutorías de profesores particulares a los que mi padre enviaba. Debido al fuerte lazo consanguíneo que aún nos unía a mi padre y a mí, debía ir a visitarlo una vez por semana. Pero cada vez que iba era para escuchar sus ya habituales reprimendas por mis calificaciones y el hábito que había adquirido hacía poco, el de compararme con Leyla cada vez que ella tenía algún logro o buena calificación. Desde pequeña a mí nunca me alabó por nada, cuando tenía 5 años había comenzado a tocar el violín porque mi nana me había dicho que a mi padre le gustaba la música clásica, pero a pesar de haber participado en muchos concursos, de haber ganado miles de veces el primer lugar, de tener la sala llena de trofeos y tocar perfectamente, nunca había recibido una felicitación de su parte o muestra de cariño alguna. Pero con Leyla era todo lo contrario, cada logro o avance que mi hermana tenía con el piano era compensada con viajes, fiestas o lo que ella quisiera. Pero teniendo 14 años no había manera de que me revelara ante él y le escupiera todo lo que sentía a la cara. Así que solo cumplía obedientemente con sus egoístas peticiones a pesar de odias con mi vida ser comparada con alguien más. Aun así, me lastimaba cada vez que lo visitaba y me gritaba siempre esas palabras hirientes que se había acostumbrado a repetirme en cada visita y que aun así con todo el dolor de mi pecho decidía ignorar.
–¡¡Mey, te he dicho muchas veces que debes ser perfecta, tú madre y yo nos divorciamos, pero aun sigues llevando mi apellido, así que no tolerare errores!! No me avergüences.
–Sí, padre.
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Profundos y Bellos ojos azules
RomanceMey es una joven que nació en un matrimonio forzado y sin amor, creció bajo el estigma de no ser querida por su padre, quien le exigía la perfección en cada cosa que ella hacia y siendo comparada con su hermana meses menor que ella constantemente. D...
