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El automóvil se estacionó en la entrada del hotel y casino en donde Violeta trabajaba de adivina, leyendo las cartas. Había un cartel en el pasillo que decía: Madame misterio le dirá su futuro. A Jo le hacía mucha gracia cada vez que lo veía. No imaginaba a su amiga adivinando el porvenir.

—¿Y dónde se habrá metido la misteriosa madame misterio? —preguntó Chris, buscándola por todas partes.

—Me dijo que estaría en el comedor —explicó Joanna, señalando hacia una dirección.

—Por estas horas, debe ir por su octavo o noveno postre —rió Evan, mirando su reloj. Eran las doce y media.

—¿Cómo iba a saber que el coche no tenía gasolina? Hace mucho que no lo uso —se quejó su amigo—. Además, todo es culpa de Bobby. Se lo presté ayer y se supone que debería haber llenado el tanque. Ya va a ver cuando lo encuentre.

Dante iba caminando detrás de la muchacha, en silencio. Se sentía extraño, como si alguien lo estuviera observando. Miraba a las personas que tenía alrededor; nadie parecía percatarse de su presencia, como era lógico. Una mujer por poco y pasa por encima de él. A pesar de que sabía que no podía tocar a nadie si no se materializaba, tenía el impulso de alejarse de los demás.

Entraron al enorme comedor, donde muchas personas disfrutaban de una adorable velada, con un espectáculo de baile en el escenario.

—Allá está —señaló Evan, haciéndole señas.

La chica al verlo, se puso de pie y sonrió de oreja a oreja.

—¿Y, díganme... por qué tardaron tanto? Pensé que me habían olvidado.

—Problemas técnicos —se limitó a decir Chris, concentrado en los bailarines de salsa.

—¿Quieren quedarse un rato? Podemos tomar un poco de café antes de irnos a casa —sugirió Violeta, tímidamente.

Evan la sorprendió:

—¡Excelente! Muero por un poco de cafeína. ¿Qué les parece? ¿Nos quedamos a ver el show?

—Por mí está bien —dijo su amigo—. ¿Tú que dices Joanna?

Jo asintió. Por un momento, se había olvidado de Dante, con el ruido y la cantidad de gente que iba y venía. Él se hallaba a unos pocos metros, en estado de alerta.

No era común que se sintiera así, pero le parecía que algo no andaba bien. Hacía mucho que no tenía esa sensación de ser vigilado. Estaba preocupado, así que decidió recorrer el lugar, sin perder de vista a Joanna, quien se veía mucho más relajada que antes. La presencia de Evan parecía surtir ese efecto en ella y en los demás. Era un muchacho con un talento natural para hacer sonreír a las personas.

Desde aquel lugar, Dante tenía una visión de todos los que entraban. Gente que pasaban de largo sin percatarse de su existencia. También podía ver a los ángeles que los acompañaban. Éstos sí podían verlo, pero lo ignoraban por completo. ¿Quién iba a querer hablar con él, el ángel de alas negras, un demonio exiliado? No era como ellos. No pertenecía a ninguna parte. Había dejado de ser hombre para convertirse en un demonio, y ahora deseaba dejar de serlo; pero tampoco era un ángel. ¿Qué era? No era nada. Y como nada, el resto lo ignoraba, incluso aquellos que podían percibirlo.

Se sentía más solo que nunca cuando estaba rodeado de gente, porque sabía que nadie lo notaba. De no ser por Joanna, su existencia carecería de sentido. De no ser por ella, aún continuaría siendo uno de los Tres. Los Tres, pensó. ¿Qué estarían haciendo Oxana y Baltazar sin él? Sonreía al imaginarlo. Seguramente se habrían vuelto locos. ¿Serían capaces de encontrarlo con esa apariencia?

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora