[ Capítulo 4 ]

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Tyler Shaw - House of Cards


4


Paulina condujo hasta su casa con la sonrisa bobalicona pegada en el rostro. Ambos demostraron que tenían carácter fuerte, eso le agradaba. Por otro lado, no buscaba complacerla como si fuese una princesita delicada e inútil.

Sonrió con picardía. Nunca, en sus veintiún años, se había comportado así. Regularmente, o de hecho siempre, los chicos eran los que insistían con ella, la buscaban, la acosaban, la invitaban, le pagaban, en fin... la cortejaban y bueno, ya había caído un par de veces aunque no gracias a eso. Y en ninguno de los dos casos valió la pena, sobre todo el segundo, Pablo, que de solo recordarlo sentía que tragaba aceite.

Se conocían desde pequeños, las mismas escuelas, vecinos, sus padres eran amigos y una larga lista de coincidencias desafortunadas. Lo veía un día sí, el otro también. Todo eso provocó, sin saber cuándo, que ese chico que veía como a un hermano, se enamorase de ella, o eso creyó. El resto prefería no recordarlo. Una situación dolorosa, unida a una que la marcó y dolió también, mientras se encontraba inmersa en las lágrimas y una honda soledad.

Aparcó en su casa unos minutos después. Al entrar escuchó las risas provenientes del cuarto de juegos. Supo de inmediato que su madre estaba de nuevo apostando hasta el alma con sus «amigas».

Volcó los ojos harta de eso. No hacía nada de provecho en todo el día, ¿acaso no se aburría? Beber, jugar, jugar, beber. Eso era su vida, en eso gastaba sus horas y, claro, en hostigarla cuando se le presentaba la oportunidad. Se sentía simplemente cansada.

Subió las escaleras, consciente de que su «reunión», como ella le decía, terminaría al amanecer, o sea, en poco tiempo. Al entrar a su habitación, cerró y se preparó para dormir unas pocas horas.

Un suspiro agradable salió de su interior al hallarse dentro de sus sábanas. Perdió su gris mirada en el techo recordando todo lo ocurrido esa noche.

Alejandro. ¿Qué diablos le sucedía con él?

Aún se sentía un poco osada y un tanto abochornada por la forma en la que propició todo, sin embargo, no se arrepentía. Alejandro, de alguna manera, le hacía olvidar lo que vivía, lo agobiada que se sentía, con esos bellos ojos, con esa voz masculina, con esa manera de ocultarse y mostrarse a la vez.

Los nudillos sobre su puerta la sacaron de su ensoñación.

Paulis, hija, mi amor, abre la puerta, cariño —susurró su madre ya bastante ebria desde el otro lado. La chica frunció el ceño debatiéndose entre abrirle o mandarla al diablo.

De nuevo tocó.

¡Maldición!

Bajó los pies de su cama, molesta. No tenía en lo absoluto ganas de verla, pero si no le abría sabía que montaría una de sus escenas.

—¿Qué quieres? —preguntó irascible al verla tambaleante. Era guapa, con porte, pero eso de nada le valía, por dentro estaba, desde hacía algunos años, seca. La mujer la hizo a un lado de un aventón—. Pasa —ironizó Paulina respirando profundo. Una vez dentro volteó para encararla. Su fachada de ternura se había esfumado al cruzar el umbral.

—¿Te depositó tu padre? —exigió saber. La joven puso los ojos en blanco dirigiéndose a su cama. No podía creer que fuese de madrugada y fueran a tener otra discusión.

—No sé... —respondió metiéndose bajo las cobijas buscando ignorarla. La mujer enarcó una ceja al notar su actitud.

—Pues revisas y si es así lo quiero en mi mano en media hora —ordenó. Paulina no pudo evitar reír. Obviamente no tenía ni la menor intención de dárselo para que lo apostara—. ¿Te estás burlando de mí, hijita?

Dulce debilidad © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora