Epílogo (Parte 2/2)

Magsimula sa umpisa
                                    

Luego deslizó el filo del machete sobre su garganta.

Sin convulsiones, ni expresiones fuera de lugar. Ni gritos, ni pataletas. Sólo sangre manando ininterrumpidamente de la glotis de Abraham. Finalmente, su cuerpo no pudo soportar más su peso y cayó inconsciente al suelo, encima de su propia saliva. Con un chasquido, el señor hizo desaparecer todo rastro de su existencia. Antes de regresar a sus quehaceres pronunció unas breves palabras. Rió con malicia.

—Que mi deseo cumplido sea la orden que usted deba acatar hasta el fin de los tiempos, sucio traidor.

Y la breve llama de una diminuta vela se apagó.

«Sólo otra vida salvada del olvido,
tallada mejor que con la espada
en la memoria de Abraham»

—La Mémoire D'Abraham (Céline Dion)

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Sus párpados sucumbían por momentos al sueño, al abrazo de aquel ser llamado Morfeo que amenazaba con llevársela a su mundo de tinieblas. ¡No! Ahora todo le parecía lejano. Las luces de feria, las atracciones y esas callejuelas estrechas que tanto repudiaba. Sharon era consciente de que jamás volvería a vivir un día como aquel. No siempre se puede cambiar el transcurso de la historia más de una vez en la vida.

Bostezó. Se cubrió con las sábanas hasta que sólo sus ojos permanecieron fuera de ellas. A su lado, el pony de peluche descansaba en silencio. Con evidente envidia, cerró los ojos dispuesta a dejar que el vacío penetrara en su mente, llevándola al mundo de los sueños una vez más. Pero ahora no sería el Dreamland que ella conocía. Sería el de verdad.

Esa tierra vasta donde yacen sus mejores deseos. Donde no hay más pesadillas, ni luchas ni batallas, ni traidores ni guerras encarnizadas. En el mundo de sus sueños, tan sólo se encontraban ella y la serenidad. Una extraña calma que sólo conseguía cuando su mente yacía despreocupada, con su cabeza en la almohada y su cuerpo encogido bajo el calor de las mantas.

Calma que no pudo alcanzar debido a aquel extraño resplandor.

Una débil voz susurraba en sus oídos. «¿Estoy soñando ya?» se preguntó la niña, inquieta. Levantó la vista y vio que toda su habitación se hallaba iluminada por un halo azulado, cuya luz escapaba por la ventana, perdiéndose junto al fulgor de la luna. «Sí, estoy soñando» se convenció a sí misma. No escuchó la voz hasta que volvió a cubrirse entre las sábanas.

—¡Claro que no estás soñando, Sharon! —exclamó una voz femenina. Una voz que reconocía perfectamente. Scarlett.

Sharon se destapó de inmediato y se puso a mirar ávida de curiosidad hasta el último rincón de su habitación. Pero no veía nada. Tan sólo esa extraña luz y las sombras que esta misma provocaba. Volvió a escuchar a Scarlett, esta vez un poco más bajo. Era extraño. La tenía en la cabeza. Parecía hablarla desde un lugar muy lejano, como si estuviera comunicándose desde una galería subterránea.

—Sharon, no te preocupes. Estoy usando las últimas energías que me quedan para despedirme de ti.

—¿¡Últimas energías!? —chilló exasperada—. ¡Oh no! ¡¿Te estás muriendo?!

Sharon creyó escuchar una leve risilla de fondo. No estaba totalmente segura. De hecho, no apostaría porque siguiera despierta.

—No debes preocuparte. Estoy saliendo del paso. Mi estancia aquí ha terminado —los ojos de Sharon se iluminaron.

—¿Eso significa que...?

—Sí, mi niña. He conseguido la paz eterna. ¿Sabes? Dicen que he sido la última del grupo en conseguirla. ¡Si es que no puedo ser tan buena!

Sharon se rió junto a ella. Eran pequeñas bromas, casi sin gracia. Pequeñas bromas que echaría de menos durante el resto de su vida.

—¿Cuál era tu misión, Scarlett? —la joven aguardó unos instantes su respuesta.

—La estoy cumpliendo ahora mismo.

Sin previo aviso, el destello azulado comenzó a cambiar su forma. Se alargó y ovaló hasta adquirir una forma esférica del doble de tamaño que al aparecer en su dormitorio. Unos segundos después, regresó a su tamaño natural. Debajo de ella, había un objeto, que descansaba humildemente sobre el escritorio. Sharon creyó escuchar más voces durante el proceso. Quizá sólo fue su imaginación.

—Tengo que irme ya —comenzó Scarlett—. Sé que hemos pasado por muchas cosas juntas, Sharon, pero ambas sabíamos que no era para siempre. No importa quién quería asesinar a quién o quiénes necesitaban la ayuda de otros. Sólo, perdóname. Por todo. Se podría decir que tan sólo he sido un triste peón movido por el Rey en esta caótica partida de ajedrez. Pero tú... Tú siempre has sido la Reina. Mi Reina.

Sharon se agarró al cabecero de la cama. No quería llorar. No quería perderse ese momento por nada en el mundo. Bastaron unas palabras para que todo acabara, tan pronto como había llegado. Tan pronto como dejó un vacío en su corazón.

—Adiós, Sharon. Creo que nunca te olvidaré. ¡Siempre estarás presente en mis pesadillas!

Y Scarlett rió. Y Sharon rió con ella, hasta que su risa fue la única en el lugar. Ya no quedaba ni rastro de aquel fulgor azulado que cubrió con su luz la habitación; ni rastro de las voces que escuchaba al intentar dormirse en su cama. Sin embargo, algo había en la habitación que antes no estaba. Descansaba sobre su escritorio. Al verlo, pensó que descansaría mucho mejor en su joyero.

Pero eso sería más tarde.

Sharon se puso el colgante de Melissa en el cuello. No quiso saber cómo lo había recuperado tras haberlo destruido en el paso. No le hacía falta. Simplemente, disfrutó de la energía y la seguridad que le transmitía el tenerlo puesto, rodeando su cuello, cayendo sobre sus pechos.

A la mañana siguiente, no tardó mucho en despertarse. Josh la esperaba en la mesa del comedor, con su inequívoco tazón de cereales. Ya le había preparado el vaso de leche, el bollo y las galletas. Incluso había encendido la tele por ella. ¡Y todo antes de darle los buenos días! Sharon ocupó su puesto en la mesa y devoró ávidamente su desayuno. En un instante, su mirada recorrió los destellos de la luz en la ventana.

Se acordó de la noche pasada.

Por fin había despertado de su ya no tan eterna pesadilla.

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