Pasionaria

394 56 99
                                    

Desiré observaba en silencio a su padre. La brisa veraniega le agitaba el espeso cabello negro que el paso de los años aún no se lo había arrebatado. El rostro aceitunado era surcado por delgadas arrugas que se acentuaron cuando los rayos del sol acariciaron sus ojos, resaltando el color café de estos y fue ahí que vio el nacimiento de una lágrima.

Él no desviaba la vista del camino por donde su abuela partió, a pesar de que esta hace rato desapareció de sus vistas. Muchas preguntas se aglutinaron, pero no hallaba una forma coherente de formularlas.

Eliseo debió notar su agitación porque se aclaró la garganta, un aviso de que iba tomar la iniciativa.

—Cuando conocí a Edith yo era un joven inexperto que se iniciaba en las lides del amor, creí que el sentimiento que había nacido en mí sería suficiente para nutrirnos a los dos. Qué iluso fui. Me di cuenta que un amor no correspondido es como una bala perdida lanzada al vacío.

—¿Ella amó mucho a ese hombre?

—Sí. Pero las cosas no salieron bien, ya sabes el porqué.

—¿Pero qué pasó con él? En el libro no dice nada, solo que fue apresado... Lo siento, no quise importunarte —se disculpó al percibir un atisbo de incomodidad en el rostro de su papá.

—No lo has hecho —contestó él, restándole importancia—. Después de que tu abuela lo denunciara, Santiago fue enviado junto con otro pelotón a vigilar la parte más espesa de la frontera selvática como castigo a su deserción —exhaló una bocanada de aire—. Mientras estaba en la tarea sucedió un enfrentamiento con soldados rebeldes... Él desapareció en esa revuelta.

—¿Perdido en acción? Eso significa que... —las palabras flotaron en el aire como un mal augurio.

Eliseo asintió.

—Perderse en acción es similar a estar muerto. —O tal vez no, a lo mejor está vivo y al enterarse de que Edith se casó prefirió rehacer su vida lejos de nosotros. Pensó para sí—. Después de todo, tu abuela consiguió lo que quería.

—¿Qué quieres decir?

—El servicio militar hace veinticinco años no era lo que es hoy. Todos los jóvenes mayores de dieciocho años estaban obligados a cumplirlo. Los desertores eran fusilados. Elcana trató de usar sus influencias para que esto último sucediera, pero no lo consiguió. El padre de Santiago tenía una gran amistad con un general del ejército, logró que su hijo fuera perdonado y en su lugar recibiera el ya mencionado castigo. Aún recuerdo la agitación que hubo en el pueblo a causa de eso. —Una sonrisa furtiva se dibujó en su boca—. Fue ahí que conocí a Edith. Yo era un comerciante que estaba de paso, pero fue cruzar una mirada con ella para saber que había llegado a casa.

—Papá... —Lo abrazó con calidez—. Lamento que mi madre no te haya correspondido.

—No fue su culpa. El corazón de Edith ya estaba ocupado cuando llegué a su vida. Ella intentó quererme, no creas que no puso de su parte. Acompáñame, quiero que veas algo —pidió.

Desiré siguió a su padre al huerto que estaba detrás de la casa. Se detuvieron frente a una planta cargada de frutas.

—¿La planta de maracuyá? —inquirió ella, arrugando el entrecejo.

—Sí, pero es algo más que una planta de maracuyá, ¿sabes cómo se llama su flor? —Tomó entre las manos una de ellas.

La flor se componía por diez pétalos blancos y filamentos azules alrededor, el centro era de un color morado rosáceo, adornado por tres pistilos.

—Se le conoce como "Pasionaria" , la flor de la pasión, era la preferida de Edith. Ella nunca llegó a enterarse de que yo conocía el significado de esas flores. Eran un recuerdo del amor que perdió. —La melancolía veló sus ojos—. Un día vi pasar a tu madre con una pala y un pico, de inmediato entendí lo que iba a hacer.

𝑷𝒂𝒔𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒊𝒂 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora