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«Sólo una caja más, y por último la base de mi cama», me digo a mí misma mientras bajo las escaleras por millonésima vez, porque el maldito ascensor del edificio no sirve, y para colmo, ¡me tocó en el último piso de mil! Ok, no, son seis pisos, y estoy en el sexto. A estas alturas, después de subir y bajar como quince veces, mis piernas se sienten como gelatina, al igual que mis brazos por estar cargando cajas y maletas, y hubieran visto los malabares que hice para subir el colchón. Los señores de la mudanza podrían haberme ayudado, pero obviamente con un costo extra, y sólo pagué para que me ayudaran a subir cosas pesadas como mi sofá y uno que otro mueble. Ahora no estoy para despilfarrar dinero. Y los vecinos, ni se diga. ¡Todos desbordan amabilidad! Hicieron cola para ofrecerme su ayuda para subir el resto mis cosas y yo con toda la pena del mundo les dije que no, gracias. Nótese el sarcasmo de esa oración.

Gasté una buena cantidad de mis ahorros al mudarme aquí, y aunque el edificio no es el de cinco estrellas o en el ultimo piso no hay un pent-house, es lo que puedo pagar. Pero al final sé que todo valdrá la pena. Por fin pude dejar mi empleo de donas en California y puedo decir hola a mi nuevo empleo de diseño y publicidad en Nueva York. Y todo gracias a Nathan. Bueno, no todo, pero sí me ayudó mucho. Resulta que mi novio ha logrado abrirse paso en el mundo del modelaje y poco a poco a conocido a gente importante, y esa gente importante tiene contactos, y esos contactos tienen más contactos, y a esos contactos son a los que les pude mostrar mi portafolio y al parecer les gustó mi trabajo. Así que heme aquí, aceptando el empleo de mis sueños. O al menos el de uno. Y háganle como quieran, mi sonrisa de idiota no me la quita nadie. 

¡¿Qué mierda?! ¿Dónde está mi última caja y mi cama? 

Cuando miro al rededor, alcanzo a ver a tres tipos corriendo por su vida, y sí, dos con la base de mi cama y el otro con mi caja. ¡Genial! No llevo ni un día aquí y ya me robaron. Al parecer mi estúpida sonrisa sí me la pudieron quitar. Y aunque la zona no está mal, las ratas están por todas partes. ¡Pues que se joda todo el mundo! 

Cuando llego a rastras a mi apartamento y veo todo lo que tengo que desempacar, mi humor está por los suelos. Y ahora que recuerdo, Nathan me dijo que me iba a ayudar, y ni sus luces hasta ahora. Voy por mi bolso para buscar mi teléfono y revisar si tengo llamadas de él, pero no tengo ni un texto o mensaje de voz. Supongo que ha de tener trabajo, pero eso no evita que me cabree más. 

Un horroroso sonido como el rugido de un león moribundo sale desde mi estomago, y me doy cuenta de que estoy muerta de hambre. Algo bueno de este apartamento es que tiene aire acondicionado y calefactor, y, la cocina está incluida. Tiene una estufa, el fregadero, el refrigerador, un horno de microondas y el mueble para guardar los trastes y el de la alacena, que obviamente está vacía al igual que el refrigerador. 

Recuerdo haber visto un restaurant de comida china cuando llegué, a unas cuadras de aquí, pero la mierda es que tengo que bajar, otra vez. 

¡Mátenme!

~ · ~ · ~ · ~ · ~ · ~ 

De vuelta en mi apartamento y después de comer como si el mundo se fuera a acabar, mi teléfono empieza a sonar. 

–¿Diga? –contesto sin fijarme quien era. 

–Hola, preciosa. 

–Ah, tú –digo desanimada. 

–¡Que ánimos! ¿Tan mal estuvo la mudanza? 

–Creí que ibas a ayudarme, Nathan –le digo molesta. 

–Sé que te dije eso, corazón, lo lamento. No he podido salir del trabajo. 

–Mmmm… 

–Vamos, Padme, no te enojes. No te he visto en meses, y no quiero que estés así. 

El Chico del Balcón © [SUSPENDIDA :( ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora