Capítulo 2.

164 10 11
                                    


Samuel Baizen

El frescor del agua al sumergirme no tiene el efecto que esperaba. No importa lo que haga mi mente está saturada de recuerdos. Y no precisamente bellos...

– No puedo creer que hayas acudido a verla sin avisarme. ¿Es que acaso no reparas en lo frágil que es?–Casi grité ante el inconsciente de mi amigo. Él se encogió de hombros, quitándole importancia.

A mí me pareció que estaba bien. Fue encantadora conmigo y Layla. Dijo que le haría un retrato. – Hago una mueca. Habitualmente es razonable, pero en el asunto de mi hermana, Víctor Roswell, el más antiguo amigo que tengo, es un ingenuo.

Mientras no sea muy macabro. –Recuerdo haber mascullado y él se rió como si hubiera pronunciado un chiste. Lo cierto es que no debería de tomármelo tan a pecho. Pero es que estos días he estado tan tenso...

Nunca me imaginé que aquello ocurriera, la vuelta de mi pasado. Creía haberlo superado, pero desde aquel día en que él me anunció su compromiso con aquella chica que conoció por internet, no he dejado de rememorarlo todo:

Mi adolescencia nunca fue bonita. Mi padre era muy duro y violento, y yo no lo suficientemente valiente para plantarle cara. Todavía conservo las cicatrices de sus golpes. Mi madre era buena pero poco podía hacer para evitarlo. Y mi hermana...

Ella era extraña, todavía me pregunto cómo es que no advertí su trastorno antes.

Pero lo cierto es que pasaba el tiempo huyendo de casa, buscando fuera el refugio que no tenía dentro. Dejándome envolver por fiestas, locuras y emociones. Todo por no pensar en lo que me encontraría al regresar.

Pero sobre todo me aislaba, utilizando a mis amigos como un bálsamo. Víctor, Raymond, Catrina, estando con ellos lograba olvidar a mi familia un tiempo y aquello era muy reconfortante. Tanto que cuando descubrí un modo de hacerlo sin tener que escapar a ningún lugar no pude evitar volverme adicto.

El problema es que ese modo tenía un nombre, amor. Y era tanto benigno como maligno. Me arrastró a una hermosa fantasía, un cuento incomparable. Sin embargo todos los cuentos tienen su final...

Y cuando este ocurre uno no puede esperar más que desgracia.


Saco la cabeza del agua, buscando aire y respiro hondo. La playa de Brighton está abarrotada. No me sorprende. Pero cuando, después de discutir con Víctor porque haya ido a visitar a mi hermana, Samantha, al psiquiátrico en el que está recluida, tomé la decisión de conducir hasta el agua. Lo único que me calma en épocas de mucho estrés, ni reparé en que en esta época del año mi playa favorita siempre está abarrotada. Necesitaba huir, desconectar...

Y es que no pasó mucho tiempo desde que lo vi. El día en que decidí espiar la petición de mano de Víctor a Layla. Su intención al anunciarlo era que me colara a festejar, más cuando vi a Gerard simplemente no pude.

Y es que, ¡maldita sea!, está igual.

Al salir del agua el frío me golpea, he venido tarde, justo cuando los más veraniegos comienzan a recoger. Una buena señal ya que quizás así la playa se vacíe un poco.

Me entretengo en observar a los otros londinenses llamando niños o adolescentes rezagados. Su rutina antes de coger toallas y guardar utensilios. Siempre me ha gustado observar a la gente, imaginar sus vidas, sus historias. Quizás es por eso que aprecio tanto mi trabajo de detective. Descubres muchos detalles suculentos de la gente cuando los espías tras una cámara.

SimilaresWhere stories live. Discover now