LA BELLA Y LA BESTIA (Parte 1)

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Érase una vez un joven príncipe muy apuesto, pero que no tenía corazón. Como sólo le importaban la belleza exterior y las cosas materiales, vivía rodeado de cuadros de un valor incalculable, riquezas extravagantes y objetos preciosos. Por encima de todo, gozaba presumiendo de estos tesoros y se jactaba de su fortuna organizando fiestas excéntricas,

a las cuales sólo asistían los miembros más privilegiados de la alta sociedad.

De no haber sido por una noche fatídica, habría continuado viviendo de esta manera, de baile en baile y sin preocuparse de nada.

Esa noche, el príncipe celebró un baile de máscaras muy ostentoso. Los invitados vestían de blanco y llevaban los rostros ocultos tras bonitas máscaras. El príncipe también iba disfrazado, pero su máscara la habían pintado sus sirvientes, dibujándole unas plumas de delicados tonos azulados y dorados que le enmarcaban los ojos.

Durante la fiesta, el príncipe escudriñaba
a las hermosas muchachas que tenía alrededor. Bailó con una detrás de otra, hasta que de pronto oyó que alguien llamaba a la puerta
del salón de baile.


Acto seguido, una fuerte ráfaga de viento irrumpió por los ventanales abiertos y provocó que las velas titilaran.

El príncipe se puso furioso por la molesta interrupción, y cuando se volvió para descubrir quién era el causante se encontró con una anciana mendiga. Iba muy encorvada, tenía

el rostro surcado de arrugas y la piel llena de manchas.

El príncipe le exigió una explicación.
La anciana se arrodilló y le ofreció una rosa a cambio de recibir cobijo durante la implacable tormenta que había estallado. Pero este gesto no conmovió lo más mínimo al príncipe, que la echó sin contemplaciones. Luego ordenó
a dos sirvientes que la expulsaran del castillo.

—No deberías dejarte engañar por las apariencias —le advirtió la mendiga—, ya que la belleza se encuentra en el interior.

El príncipe echó la cabeza hacia atrás soltando una cruel carcajada y dio la espalda a la anciana. En ese preciso instante, oyó el grito de los invitados y se volvió justo cuando la sala se iluminaba con un intenso destello.  

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En el sitio que había ocupado la vieja pordiosera se alzaba ahora una hermosa hechicera, que flotaba en el aire por arte
de magia. Esta vez fue el príncipe el que se arrodilló ante ella. Lo habían puesto a prueba y había fallado.

—¡Por favor! —clamó para pedirle perdón.

Pero la hechicera, que sabía que sus palabras estaban tan vacías como su corazón, hizo un movimiento rápido de muñeca para conjurar un hechizo. El aire se llenó de magia y, cuando cesó, el príncipe había desaparecido. En su lugar había una bestia horrenda, un ser tan terrorífico y cruel por fuera como lo era
el príncipe por dentro.

La hechicera le regaló una rosa encantada
y le anunció su suerte; el príncipe tendría forma de bestia hasta que aprendiera a amar
y encontrara a alguien que hiciera lo que
él no había sido capaz: ver más allá de las apariencias y quererlo por lo que era, no por lo que aparentaba. Sin embargo, si caía el último pétalo de la rosa antes de que eso sucediera,
el príncipe sería una bestia para siempre. 

En un pueblecito cercano a ese castillo, vivía Bella, una jovencita amable, inteligente e independiente cuya bondad sólo era comparable a su extraordinaria belleza. Ese día, Bella salió de su casa como cada mañana. Desde pequeña
había vivido allí, y cada día era prácticamente igual que el anterior. Veía siempre a la misma gente y hacía siempre las mismas cosas. Por eso, la chica anhelaba vivir aventuras.

Bella suspiró. Si permanecía en el pueblo, sabía que la mayor aventura
a la que podía aspirar sólo la encontraría en las páginas de un libro. La muchacha se dirigió al centro del pueblo pensando acerca de todo aquello y en qué le depararía el futuro.

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Mientras que Bella demostraba tener un corazón generoso y libre de prejuicios, había otro habitante en el pueblo que era justamente lo contrario a ella: un hombre vanidoso y arrogante llamado Gastón. Gastón adoraba las aventuras casi tanto como se adoraba a sí mismo. Presumía de que todos los hombres del pueblo querían ser como él y de que todas las mujeres deseaban convertirse en su esposa. 

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⏰ Última actualización: Mar 21, 2017 ⏰

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