Capítulo 22

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El chico había estrellado el martillo contra mi mano.

Oí y sentí como la mayor parte de los huesos de mi mano se rompían en un horrible crujido y después sólo se oyeron mis estruendosos gritos de dolor. Las lagrimas no tardaron en acumularse y ya estaban saliendo. Sentí como tomaba mi otra mano y la acariciaba con el pulgar.

-Maya, créeme que no dudaré en romperte la otra mano si no me miras a los ojos.

Estaba harta de todo así que los abrí, lo miré directamente a los ojos y cuando acercó su cara lo suficiente a la mía le escupí. Se notó que no se lo esperaba, nunca olvidaré la cara de sorpresa que puso. Luego retrocedió, se limpió y quitó el escritorio librando mis piernas. No me moví, estaba harta y no era como si tuviera forma de escapar. El chico se reía un poco en voz baja mientras caminaba a mi lado del escritorio y abría los cajones en busca de algo. Milagrosamente no corrí al otro lado de la habitación cundo se acercó, soló me quedé ahí viendo que era lo que estaba haciendo. Del último cajón del escritorio sacó una botella y de un segundo a otro ya me estaba obligando a beber. Primero no pasó nada, pero entonces mi mano rota empezó a doler mucho y quedé inconsciente.

La sensación de que alguien estaba jugando con mi pelo me despertó. Abrí los ojos y me di cuenta de que estaba en la misma habitación de antes, recostada de lado sobre el sillón negro, pero no era la única persona en el sillón. Mi cabeza estaba recostada sobre las piernas de alguien y ese alguien era quien me estaba tocando el pelo. Me moví un poco, para intentar ver quien era y así descubrí que se trataba del chico de ajos azules.

Casi de inmediato cerré los ojos con la esperanza de que no notara que estaba despierta y así me quedé quieta por un rato. Cuando sentí como el chico movía el pelo de mi cuello y acercaba su cara a este no aguanté más y me caí del sillón apropósito, para evitar que me mordiese.

-Recuerda que puedo leer tu mente, se cuando estas dormida y cuando no. Tienes sueños muy interesantes. Sabías que sueñas mucho con un tal Scott.- Mi cara de seguro se puso un poco más pálida. Intenté no pensar en nada, empecé a pensar en series y en todo lo posible, pero como que nada funcionó.- Vive en una casa en el bosque, de dos pisos, con muchas cajas en el sótano.

El pánico corría por todo mi cuerpo. Ya sabía donde estaba Scott y quien sabe que más.

-También sé muchas de las cosas que te han hecho el y el otro prisionero, Josh, ¿no?- Tragué saliva.- Pero lamentablemente aún no pareces saber que es lo que esas cajas tienen de especial, que es lo que tienen adentro y por eso pareces ser bastante inútil para mí. ¿Qué haré contigo ahora...?

El chico dejó crecer sus colmillos, sus ojos se pusieron como de gato, le salió una cola y sus uñas crecieron mucho y se pusieron afiladas. Entonces se levantó del sillón, se me lanzó enzima, cogió con una mano mis dos manos, con la otra quitó el pelo de mi cuello y acercó este a su boca.

-Me tienes bastante miedo. Me gusta. Descuida, ahora no te mataré, tengo otros planes para ti. Pero antes iremos a una fiesta, te va a gustar.

Sentí como un escalofrió recorría todo mi cuerpo. Estaba aterrada. Demasiado. La verdad era que ni Josh y Sott habían sido capaces de asustarme tanto.

La cara del chico de ojos azules se veía salvaje y aterradora. Me soltó y me dejó temblando en el piso. Su cara no mostraba nada de verdad. Estaba segura de que lo que me esperaba era algo malo.

-No te quedes así- dijo.- Levántate.

No me quedaba de otra, así que me levanté y lo seguí. Tomamos un camino no tan largo a diferencia del otro. Al final de todo llegamos a un salón bastante grande y con una aroma muy feo, el techo estaba a una gran altura, por lo que habían varios balcones , pero el mas grande se encontraba del lado contrario de por donde nosotros entramos. Lo que si, todos los balcones estaban bastante adornados a diferencia de todo lo demás. El piso estaba muy sucio al igual que las paredes. Parecía que nadie las cuidaba. Había mucha gente por todas partes. Todos miraban en dirección al balcón mas grande. No sabía que esperaban o a quien, pero no podía ser bueno. El chico me guió por entre todos hasta llegar a las escaleras de un escenario no muy grande, pero lo suficiente para unas 15 personas. Ahí nos quedamos. Este también estaba muy sucio. Estaba manchado de rojo. Primero no me di cuenta de que era eso rojo, pero al final lo entendí. Eso era sangre. Eso explicaba ese aroma raro y putrefacto en el aire y el que a ese cuarto no le dieran tanto mantenimiento. Ahí era donde me iban a matar.

Espiando al chico del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora