022 | Insinuaciones

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MALCOM

—¿Quién diablos te crees que eres, Beasley? —espeta Kansas empujándome en su arrebato de ira.

De acuerdo, repasemos lo que acaba de suceder.

Pasé por la puerta de los Shepard tras medio día de una intensa actividad física. Todo empezó con cinco millas en la mañana, que se transformaron en seis en cuanto Bill recordó mi curiosidad en Oakmite. Tras eso llegó la hora de la práctica, donde el cardio de alta intensidad con el trabajo aeróbico de grado moderado me hicieron sudar más de la cuenta. Siguieron dos partidos en los que actué como receptor y, tras eso, nos enviaron directo a las piscinas de natación. Me hubiera dado algo de pudor usar un slip de baño en otra ocasión, pero teniendo en cuenta que el equipo entero me vio desnudo —y yo a ellos, por desgracia—, no me sentí avergonzado.

La visita a Oakmite pasó de ser una excursión a través de cientos de especies de flora a un balneario nudista. En cuanto llegamos a una de las tantas cascadas del lugar, todos comenzaron a despojarse de sus ropas, y en ese momento supe que el viaje a la reserva tenía un propósito muy distinto al que me habían dicho.

Normalmente las tradiciones universitarias involucran una mascota, hacer juegos sin sentido o una fiesta de bienvenida, pero los Jaguars son distintos. Su entrenador también. Independientemente de la inusual y perturbadora forma en que se llevó a cabo el ritual de iniciación, me percaté de la importancia que tiene el equipo en la vida de todos estos chicos. No se ven a sí mismos como compañeros, sino como hermanos. La tradición, que lleva más de cinco décadas en marcha, representa la unión que hizo y hace el fútbol por cada uno de ellos. Es una especie de pacto de hermandad, uno donde al tallar tu número junto al de otros prometes apoyar y respetar a cada uno de los Jaguars y jamás darle la espalda al equipo.

Volviendo al presente, no voy a negar que estoy cansado, pero la verdad es que la satisfacción que me trae el fútbol y su disciplina son más grandes que cualquier tipo de agotamiento. En fin, mi idea era llegar a la casa y hacerme un licuado proteico antes de ver un documental en Netflix.

Pero eso, claramente, no pasó.

—Creo que las reglas de esta casa no te quedaron muy claras —sigue Kansas antes de lanzar un trapo directo a mi rostro, con descontento.

Solo que no es un trapo.

Es ropa interior femenina.

Tomo las tiras de la prenda y la extiendo ante mis ojos. Es una braga completamente negra, y estoy seguro de que posiblemente sea la cosa más incómoda del mundo. Pero no termina aquí, tiene algo en particular, un cierre justo en el medio, que divide el órgano genital en dos.

—Eres un morboso, Beasley. —Esa mezcla de verde y café en sus ojos se oscurece varios tonos—. ¡Imagínate lo que tuve que decirle a Zoe cuando me preguntó qué era eso! —exclama perforando mi cráneo con su mirada.

—Tranquilízate, Kansas —pido elevando las manos en señal de rendición, pero el hecho de que la braga cuelgue de uno de mis dedos solamente logra avivar su enojo—. Yo no traje a nadie a tu morada. El hecho de que me estés acusando sin pruebas es inaceptable.

—Esa es mi prueba —replica haciendo un ademán a la braga.

—¿Por qué siempre me acusas de todo? —inquiero comenzando a molestarme—. Siempre buscas el momento indicado para echarme las cosas en cara —digo dejando caer mi bolso de la BCU en la alfombra—, lo cual no estaría mal si tus precipitadas y tontas suposiciones fueran reales.

Me hubiera gustado atrapar las palabras que acabo de decir antes de que entrasen por sus oídos, pero claramente es imposible.

—Primero un condón y ahora esto —dice acercándose con rapidez—. No sé qué diablos te enseñaron tus padres en Londres, pero claramente no aprendiste una mierda.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora