5 de Agosto de 1991

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5 de Agosto de 1991

ANDREA

Ya casi ha pasado un mes. Julián y yo mantenemos una buena amistad.

Madre está ahora inmóvil, se ha puesto enferma, duerme intensamente y le traen la comida al cuarto.

Julián estaba hoy muy excitado, cuando le vi. Me dijo que había estado investigando el lugar y me comentó todas sus sospechas. Cuando oí todo, no quería creérmelo.

Él se sentó sobre la rama de su manzano preferido y me ayudó a subir.

-          Tienes que creerme, - me decía.- y si no, mira a tu alrededor, a tu madre; ella estaba bien cuando llegasteis. De pronto, cae enferma, igual que tu abuela y mi padre. ¿No te das cuenta? Tenemos que salir de aquí. Encontrar una salida y estar preparados.

Observé el suelo que se cernía a mis pies.

-          No, mi madre está bien.- le contesté.

-          ¿Estás segura?.- Me interrogó sabiendo que no era así.- No te engañes a ti misma, quizás aún estés a tiempo de escapar con tu madre, pero debes reaccionar ya.

Bajé del árbol, ya había oscurecido, pronto servirían la cena en el dormitorio.

-          Tengo que ir al cuarto. Hasta mañana.

-          ¡Andrea!.- me llamó, me giré para verle.-Ten cuidado.

Me alejé de allí. Abrí la puerta del cuarto, madre estaba tomando su cena.

-          ¿Has cenado?.- Me preguntó en una voz soñolienta. Asentí.- Buena chica.- sonrió con los ojos semicerrados.

Terminó su cuenco y se acostó en su cama. Me acerqué a ella.

-          ¿Madre?

No me respondió, ya estaba dormida. Me acerqué a apagar la luz de la mesilla de mi abuela, que estaba encendida. Fue cuando me fijé asustada: Tenía el rostro blanco como la leche, estaba comenzando a salirle una especie de ojeras con enormes cuencos morados; las uñas de sus manos tenían el mismo color, así como sus labios.

¿Acaso tenía frío? Porque su piel también estaba helada, ¿o es que ya había muerto? No, eso no podía ser, podía oír sus latidos.

Cogí una manta y se la eché por encima. La observé de nuevo. Suspiré, subí a mi cama arropándome bien y cogiendo una linterna de mi mochila. No podía dejar de pensar en los descubrimientos de Julián. Tenía que admitir que él tenía razón. Madre estaba mal, y la abuela...

Me deshice en lágrimas. ¿Por qué toda mi vida es tan maldecida?

Padre, necesito fuerzas, ¡dámelas!

JULIAN

No sé si ha sido buena idea decirle todo lo descubierto a Andrea, ella, no podía creerlo aún viviéndolo bajo su piel.

El cielo es precioso, pero sólo cuando puedo ver las estrellas.

Al llegar al cuarto, he cerrado la ventana, padre ha despertado buscando su tazón de sopa desesperadamente. Lo observo con atención, encuentra lo que desea llevar a sus labios y lo toma con desenfreno.

-          ¿Padre?

Se levantó despacio, se giró con la misma lentitud y me miró unos momentos, me sonrió.

-          Te quiero, muchacho.- Se volvió a girar para acostarse.- Pero si muero, no te quedes aquí, prométemelo.

Me acerqué a él, esas palabras que habían salido de su pálida boca, en pequeños susurros, apenas audibles, me habían sorprendido. Aún así comprendí que su voz había salido con palabras firmes y sinceras.

-          Te lo prometo.- le contesté sin pensar.

Volvió a sonreír y cerró los ojos, poco después, estaba profundamente dormido.

Observé su cuerpo, su silueta bajo aquellas mantas y su blanco rostro. Mi padre, mi familia...

He apagado la luz, cerrado los ojos. Oigo ruido de pasos, algunos lentos, otros rápidos; el sueño me está alcanzando, pero creo haber oído chillar y desgarrar la puerta; tengo demasiado sueño y no he tomado nada. Lo último que recuerdo es a Andrea, tengo que convencerla de escapar conmigo cuanto antes.

El monasterioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora