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—Adelante —digo lo suficientemente alto como para que quien esté llamando al otro lado de la puerta me escuche sin dificultad. La cerradura no emite ningún sonido, la madera no cruje y, sin embargo, puedo advertir la presencia de la persona al invadir mi espacio. Por supuesto no me preocupo, conozco esa aura desde el jardín de infantes—. Imagino que encontraste el regalo adecuado, si has decidido venir —asumo; me encuentro sentada en el mullido sillón del tocador, tratando en vano de conseguir un peinado decente, capto su reflejo a través del espejo frente a mí, pero no le presto mucha atención, demasiado centrada en mi tarea.

—¿Acaso lo dudaste? —De reojo veo que deja una bolsa de regalos en mi cama—. Déjame ayudarte —ofrece, acercándose a mí, se pone manos a la obra sin esperar respuesta, es una experta en lograr que mi larga cabellera luzca manejable.

—¿Lo has visto ya? —pregunto jugando con mi teléfono ahora que tengo las manos desocupadas.

—No —suspira—. ¡Y estoy tan nerviosa! A pesar de que he visto a tu hermano innumerables veces desde que nos hicimos amigas.

—Lo que sucede es que antes no sabías que estabas enamorada de él y ahora tienes miedo de no ser correspondida. —Juega con mi pelo un rato, haciendo moños improvisados aquí y allí hasta que por fin se decide por un recogido de lado.

—Sí, probablemente sea eso. —Mi pelo luce mucho más corto de esta forma, nadie pensaría que esa melena azabache con reflejos azul oscuro me llega a la cintura—. Gracias por venir hoy conmigo.

—¿De qué? Si no compraste nada mientras estuvimos juntas, lo único que hicimos fue charlar sobre tu enamoramiento por Braden —señalo en tono burlesco, aunque yo también estoy agradecida por la salida, me sirvió como distracción sobre cierto asunto que intento mantener alejado de mi mente. Kyanna retrocede, oficialmente dando por terminada su labor, me pongo de pie y doy media vuelta, ahora tengo una buena vista de ella. Ambas vestimos de negro debido a que coincidimos al pensar que es el color más elegante—. ¿Qué rayos, Kyanna? ¿Dónde están tus orejas? Te has oscurecido el pelo. —La observo, más allá de sorprendida por el cambio. Que no está mal, pues a simple vista parece... normal, hasta podrías confundirla con un humano.

—Quiero una noche tranquila, Lu. Sin preocuparme por los comentarios, ser solo yo. —Muerdo mi lengua, evitando mencionar que la chica frente a mí es todo menos ella misma—. Sabes tan bien como yo lo delicada que es la alianza entre vampiros y cambiaformas, algunos siguen sin aceptar la unión entre ambas especies.

—Kyanna... —lamento y me estiro para sostener su mano, le doy un firme apretón—. Tú no necesitas cambiar nada de ti para que alguien te acepte, si a esa persona no le gustas por como eres realmente, entonces no vale la pena, así sea mi hermano.

—Solo esta noche —suplica, le ofrezco un asentimiento, está siendo terca y nada la hará repensar su decisión. Dando por finalizada la conversación, recoge la bolsa que trajo consigo y se dirige a la puerta—. Creo que el labial rojo vino te quedaría de muerte y los guantes negros que compraste la semana pasada combinan con ese vestido. Oh... y guardaré tu secreto. —Esto último lo dice mirando la falda del vestido, como si pudiera ver a través de la gruesa tela—. Te espero abajo.

Me balanceo sobre mis pies vagamente cubiertos antes de buscar los guantes en el armario y pintarme los labios.

En mi teléfono veo que falta media hora para que empiece el baile, y como no me apetece socializar con extraños ni conocidos, esperaré hasta el último minuto; además, el propio cumpleañero seguro llegará tarde. Entretanto, tomo el libro que había dejado bajo mi almohada la noche anterior y continúo donde lo dejé; debo memorizar unos hechizos para ponerlos en práctica más adelante en el Instituto.

Diosa de La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora