6. Alicia - "Redada"

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Estoy volando.

Me elevo sobre un mar tan vasto y azul como el cielo. Lluvia cae contra mi cuerpo y, en vez de afectar mi vuelo, hace que me sienta plenamente viva y liberada.

Estoy volando como un ave real, no una robótica.

Sobrevuelo Sudamérica. Luce sobrecogedora y llena de vida, diferente a cómo la describen los archivos históricos admitidos por el gobierno. Veo selvas, montañas y llanuras; ríos, mares, lagos y bosques; ciudades, pueblos, casas y edificios...

De un segundo a otro, veo gente. Ancianos con arrugas en todo su cuerpo y sonrisas igual de bellas que sus rasgos. Niños que corren de un lado a otro, demasiado contentos para preocuparse de lo que sucede en el mundo. Hombres y mujeres amándose en completa libertad que me demuestran que el cariño es más que una posesión o una obligación.

Soy libre por primera vez. Puedo ser feliz aquí.

El entorno cambia en un abrir y cerrar de ojos: la gente muere y cae en las calles como dominós. Lloran. Corren. El pánico es evidente. No pueden escapar.

Yo tampoco.

Me siento enferma. Estoy tosiendo sangre. Mi cuerpo pesa, me cuesta mantener el vuelo, mi visión está borrosa y sudo por todas partes.

Algo resplandece en el horizonte: Arkos, el gran refugio de la humanidad. Mi salvación.

La nación se aleja cada vez más a medida que avanzo. Luce inalcanzable ahora que estoy perdiendo las esperanzas de salvarme.

De la nada, pesadas cadenas amarran mis piernas y me arrastran a la superficie con rapidez.

Voy a morir.

Mi llama se apaga.

Ya no soy un ave libre o feliz...

Soy un ave en extinción.


* * * * * 


Despierto de golpe, sobresaltada. Ya no vuelo sobre Sudamérica; me encuentro en una minúscula habitación de iluminación tenue y paredes derruidas. Intento ponerme de pie para averiguar en dónde estoy, pero un dolor punzante en la nuca me obliga a recostarme de regreso sobre la cama bajo mi cuerpo.

Miro a mi alrededor. Oigo pasos fuera de la habitación. Una puerta se abre y un joven desconocido entra en el cuarto: tiene un cuerpo fornido y la tez morena. Dos cejas pobladas dominan su frente y le brindan un aspecto rudo y atractivo a la vez.

El chico trae una bandeja de metal un tanto oxidada en sus manos. Esboza una sonrisa al encontrarme despierta.

—Te traje algo de comer. Solo tenía pan integral y suplementos alimenticios, pero será sufí...

—¿Quién eres? —lo interrumpo—. ¿Dónde estoy?

—Estás en el Sector G.

Los hechos retornan de golpe a mi mente: el viaje desde Athenia a Esperanza, el trayecto en taxi hasta la entrada del G, los hombres grotescos que quisieron abusar de mí —recordarlo me provoca náuseas— y el heroico rescate en manos del sujeto que tengo en frente.

—Eres Cristián —digo. Otra débil sonrisa se dibuja en su rostro serio.

—Y tú Alicia.

Asiento. Él me extiende una mano y la estrecho con gusto. No puedo evitar sonreír. Cristián me salvó de sufrir una de las experiencias más repugnantes que podría haber vivido, y puede que haya salvado mi vida de una muerte horrorosa.

Prohibidos [En físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora