De vuelta a Inglaterra

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Debemos empacar dijo ella con pesar. Pese a que extrañaba el suyo, no quería abandonar aquel maravilloso y romántico país tan rico en cultura y generosidad, donde no había zozobra, ni odio, ni prejuicios hacia los muggles (de hecho los habitantes en su mayoría compartían su amor por las artes con los no mágicos) allí tampoco existía el miedo a ser atacados de un momento a otro y lo mejor de todo no existían ni Voldemort ni sus malditos mortífagos.

Ya lo hice, mientras dormías respondió Severus con el mismo tono de voz de ella. 

¿Qué hora es? Nuestro traslador se activará a las diez de la mañana.

Son la ocho treinta respondió él, echándole un vistazo a un reloj que colgaba de una de las paredes de la suite—. ¿Cómo te sientes?

Mucho mejor respondió ella incorporándose—. Iré a darme un baño y después pediré el desayuno.

Después de aquel reconfortante baño, Emily ya estaba lista y repuesta. Desayunaron, tomaron el equipaje y fueron a despedirse del gerente del hotel y sus botones, en especial del simpático Franccesco que casi muere de la alegría cuando la cantante le obsequió uno de los discos autografiados que siempre llevaba consigo para esas ocasiones. El gerente del hotel les deseó muchas felicidades y los condujo hasta la chimenea del vestíbulo para que se trasladaran hasta el ministerio de magia romano y de allí tomaran el traslador.

—Detesto tanto meterme en esas chimeneas dijo Emily cuando ya ella y su marido hubieron pasado al ministerio de magia, sacudiéndose el hollín.

Y también usar trasladores y aparecerte, de hecho, sí de ti dependiera, ahora estaríamos rumbo al aeropuerto para tomar un avión.

No veo cual es el problema con eso, Severus, jamás me he subido a un avión y sí... me encantaría hacerlo.

Nos llevaría horas regresar a Inglaterra, querida, ese es el problema, sin contar con que debemos reservar nuestros pasajes con anticipación, usar pasaportes además de nuestras respectivas identificaciones y resignarnos a los retrasos del vuelo... ¡ah! Y casi lo olvido, tengo entendido que además detestas volar.

—Pero en los aviones uno va resguardadito. Donde no me gusta volar es en escobas, me siento insegura.

En fin, ya estamos aquí respondió Severus, arrastrando los baúles de Emily y el suyo. Ella además llevaba su acostumbrado bolsito de cuentas con encantamiento extensor que Tonks le había regalado el día de su cumpleaños. Allí llevaba todos los suvenires que había comprado para sus seres queridos, desde luego, colgada al hombro llevaba a su inseparable guitarra.

Por aquí, cielo indicó Emily, señalando la larga fila de magos y brujas que esperaban su turno frente a la taquilla.

Mientras aguardaban, Emily le echó un vistazo a un letrero que estaba sobre la taquilla de los viajeros, como le llamaban todos debido a que era el lugar de registro para las personas que visitaban el país desde el extranjero. El letrero decía:

¡Bienvenuto a Roma, la Cittá Eterna! (Bienvenidos a Roma, la ciudad eterna)

Ella no podía sentirse más dichosa, su luna de miel había sido mucho mejor de lo que esperaba: se había divertido con su esposo, habían visitados hermosos lugares y aprendido acerca de la cultura de aquel bello país ¿Cuánto más podía pedirle a la vida? Además, tal como le dijo a su madre en la carta que le envió, cada vez se sentía más amada por Severus, protegida y valorada, algo que jamás había experimentado junto a Roger. 

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now