Prólogo

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Hace cuatro años, la desgracia llegó para una niña de ojos verdes.

Hace cuatro años a aquella niña se le dañó el alma.

Su cabello rojizo, sus pecas esparcidas en su rostro y esos deslumbrantes ojos eran demasiados provocadores en una niña de esa edad; eso es lo que pensaba él.

David Morgan, su supuesto tío. Él soñaba con ella cada noche. Soñaba con sus manos recorriendo aquel pequeño cuerpo, con los gemidos dulces de aquella niña. Soñaba con que ella le pidiera más, con que disfrutara tenerlo dentro. Soñaba con enseñarle las perversiones de un adulto. Él quería que ella sea suya, y así lo iba a ser.

Un viernes por la noche, no pudo contenerse, su deseo era inhumano, después de todo no se podría asegurar que él fuera mundano. La vio allí, sentada a su lado y no se contuvo de tocarla, sentir su tercia piel bajo sus dedos. Aquella noche, él la ultrajó, le arrebató la dignidad, rompió su alma, mató sus sueños y según él, la convirtió en mujer.

Cuando terminó aquel arrebato involuntario, salió de aquella casa con una enorme sonrisa de satisfacción. Jamás se arrepentiría de lo que hizo, pues lo había disfrutado como nunca.

Pero lo que el hombre no sabía era que el mejor hechicero de todos los tiempos ya lo estaba siguiendo.

Alex Kanish tenía las venas estiradas por la rabia, su instinto asesino había cobrado vida y se odiaba por no haber llegado a tiempo para salvar a la mujer de su vida.

David llegó a un callejón oscuro, nadie supo cuales fueron sus verdaderas intenciones al entrar en aquel lugar, pero Alex ni siquiera se detuvo a pensarlo y fue por él.

La expresión de David fue todo un poema. Estaba asustado al ver a Alex, pues él lo conocía desde hace muchos años, sin embargo, él hechicero lo clasificaba como un completo desconocido.

No le dio tiempo de hablar, una barilla metálica descansaba a sus pies y no dudó en agarrarla y lanzarse hacia aquel sujeto sin escrúpulos. Podía sentir el olor de aquella niña en él y eso solo lo enfurecía más.

La punta de la barilla era filosa, Alex no tuvo piedad cuando desfiguró el rostro de aquel hombre una y otra vez. La sangre no lo iba a detener.

El hechicero estaba decidido en acabar con la vida de ese miserable, pero se le ocurrió otra idea. Iba hechizar a las autoridades para que encerraran a David de por vida, no pedirían pruebas y el sujeto viviría hasta sus últimos días con el rostro desfigurado, todos los días alguien le daría su merecido en la cárcel y eso sería su castigo, sufrir, no morir.

El hechicero hizo todo lo planeado, lo llevó a las autoridades, hechizó todo el lugar, y todo transcurrió como él lo planeó.

Desde ese instante el hechicero se hizo una promesa: Nadie jamás volvería a tocar a su princesa.

Pero lo que nadie sabía era que el nuevo combicto también había hecho una promesa para sí mismo: Eso no se quedaría así, su sed de venganza se incrementaría con el tiempo y cuando saliera, si lo lograba, la venganza sería legendaria.

ADAM II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora