—Desde hace tiempo se conoce que el mundo subacuático alberga un gran potencial; en particular, la especie de las esponjas es de un simbolismo significativo. Las esponjas son maestras de la defensa tóxica, y su código genético presenta un gran parecido con el de los humanos. De las más de sesenta mil diferentes esponjas que se supone que existen hasta ahora, los biólogos marinos solo conocen unas cinco mil. Fue recientemente que tuvo lugar un hallazgo exceptionnel: la maliciosa esponja de la felicidad, la Spongia beatificae.
Me eché a reír. La voz de Spatz revoloteaba como una mariposa que hubiera encontrado néctar.
—A diferencia de sus compañeras de especie —prosiguió—, la Spongia beatificae posee sensores que le permiten rastrear momentos y lugares donde sospecha que hay felicidad. Con mágica rapidez y de un modo por completo desconocido se asienta allí y exige la atención de las personas participantes en cualquier posible situación de dicha. Su defensa química se ha especializado, además, en pensamientos angustiantes y destructivos,de modo que estos no tienen ninguna oportunidad de sobrevivir en la cercanía inmediata de la esponja de la felicidad —Spatz dejó caer el papel. Lucía como si la esponja la hubiera cogido como primera huésped para parasitarla.
—Es solo un borrador. Tengo que elaborarlo más —dijo—. ¿Qué piensas?
—Pienso que podría llenar un nicho en el mercado —respondí riendo—.¿Se puede limpiar la vajilla con esponjas? Entonces junto a su utilidad ideal tendría otra práctica. Una cosa así agradaría a los alemanes.
Spatz esbozó una mueca.
—Ok. Basta de eliminación de pensamientos destructivos —se inclinó delicadamente sobre la imagen y dijo, dirigiéndose a la esponja—: Tesoro, esto lo vamos a practicar un poco todavía.
Yo reí ligeramente.
—Por lo que te conozco, no le aportarás nada a las esponjas.
Spatz se estiró y bostezó.
—Quizá esta vez tenga suerte con la exposición —añadió llena de confianza—. En el teatro he oído que necesitan a alguien que subalquilé un taller en San Jorge. Mañana me ocuparé de eso.
—¡Sería estupendo! —pasé las yemas de los dedos una vez más por la superficie dorada de la esponjita, antes de ponerla de nuevo en las manos de Spatz. Desde hacía años, ella andaba en busca de un taller que le complaciera, a donde pudiera llevar sus obras y exponerlas—. Te deseo suerte.
En la jaula, John Boy se prendió del columpio. Gorjeando, miraba hacia abajo y hacia mí con sus ojos negros. Me vino el pensamiento de mi arresto domiciliario.
Spatz me lanzó una de sus miradas.
—¿Estás bien, hermana de cárcel? —añadió.
Revolví las pupilas.
—Sí. Quizá llame a la farmacia para que me traigan un par de píldoras para encogerme y meterme con John Boy y Jim Bob tras las rejas. ¿Sabrán que tienen alas y para qué son?
Ahora quien soltó una risita fue Spatz y, de golpe, se puso seria, me miró, con el ceño fruncido e intranquilidad en sus ojos color castaño. Luego me rozó la mejilla.
—No tengas rencor contra tu madre, Rebecca. No logra conciliar el sueño.
Pensé que tampoco yo, pero no por eso me golpeaba ni me imponía castigos exagerados. Puse la mano en el hombro de Spatz.
—Buenas noches, Spatz —dije.
—Buenas noches, Rebecca. Que duermas bien.
Los sucesos de las semanas siguientes no tuvieron nada de especial, y esto era precisamente lo que me enloquecía. Si hubiera algo que hacer, si hubiera tenido jornadas normales, quizá podría haberme distraído. Pero, así, estaba continuamente ensimismada. Al igual que yo bajo mi arresto domiciliario, mis pensamientos estaban también encerrados y corrían alocados por mi cabeza, me interrumpían el sueño y la poca compostura que aún conservaba.
Spatz estaba súper contenta porque finamente parecía haber encontrado el taller. Me habló de la comunidad de artistas de San Jorge, que se alojaba en una vieja fábrica de máquinas y por eso se llamaba El Acoplamiento. Artistas de todas partes de Alemania trabajaban allí en sus talleres, y necesitaban que alguien subarrendara uno de ellos. El artista quería verse con Spatz sin ningún compromiso; pero al menos era un primer paso.
También parecía que la suerte se enganchaba a Suse. Me había perdonado el haberme desaparecido de su fiesta de cumpleaños sin decir nada. De la misma manera en que nadie podía enfadarse con Suse mucho tiempo, tampoco ella estaba dispuesta a guardárselas a nadie. Y sumé a su favor que no hubiera intentado averiguar lo que había pasado exactamente. Al contrario que Janne, Suse confiaba en mí.
En el intervalo, Dimo había dado con un lugar para los ensayos, y Suse, como no podía ser de otra manera, le dijo que "la renta era galácticamente baja". Este descubrimiento traía a Dimo, por fortuna, tan en trance que sus encuentros con Suse giraban casi exclusivamente en torno a la banda. Solo una vez se aproximó peligrosamente a su sujetador, y fue del lado derecho, el que no requería relleno.
—Las yemas de los dedos estaban ya allí —me contó, y giraba los ojos a todos los lados—. Estaba salvajemente decidido, pero entonces sonó el teléfono y el propietario del lugar para los ensayos le anunció que podíamos firmar el contrato. ¡Mierda, Becky! ¿Crees que debo hablar antes con él? ¿Pero qué le debo decir? ¿Qué harías tú en mi lugar?
"Darle vueltas a la misma pregunta", pensé. La respuesta madura sería, supuestamente, que buscara un novio al que una cosa así le diera igual. Pero incluso en ese caso, ¿le iría mejor en realidad? De cualquier modo, yo lo dudaba.
Sin poder auxiliarla, respondí.
—Yo esperaría, Suse. ¡Cuando llegue el momento sabrás qué tienes que hacer!
Suse suspiró, y deseé que esa ocasión tardara en llegar
La única salvación en este momento era la escuela. Nunca habría creído que fuera decir una cosa así, pero añoraba la enseñanza. Para mi alivio, nuestro maestro de español nos bombardeó con gramática y vocabulario y, a diferencia del inglés, este idioma tenía que aprenderlo de pe a pa. En biología nos pidieron redactar un trabajo acerca de la acción de las drogas sobre el sistema nervioso. Aarón, en preparación, se había fumado un porro rebosante durante el receso, y se quedó mirando su hoja en blanco como un conejo hipnotizado. Sheila, nerviosa, mordisqueaba el bolígrafo y observaba a Sebastián, que, con la cabeza metida en el cuaderno, llenaba hoja tras hoja como un salvaje. Nos encargaron toneladas de tarea de matemáticas, y Tyger nos dio un trabajo especial, que esta vez no tuvo nada que ver con Ambrose Lovell.
Continuara...
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...
Capitulo 8 2/5
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