Parte 20

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No sé cuántas veces olvidé respirar el día de hoy pero tuve que hacer todo lo que hago en un día tan sólo en dos horas ¿A qué hora le dije que sí quería ir a Francia? Luego de tropezar con una maceta, golpear mi dedo meñique en el escritorio, lanzarme refresco encima y olvidarme de tomar café, estoy camino a Francia queriendo dormir pero Oliver no me lo permite porque si él está trabajando yo también.

Es una linda tarde que nos recibe en el aeropuerto de París, compensa todo el trabajo que he hecho hoy. Me emociono al llegar, tanto que abrazo a Oliver y él me mira con su entrecejo fruncido.

—Aquí no venimos de paseo, venimos a trabajar —menciona, esa última palabra en pausas, Oliver aguafiestas como siempre.

Una limusina nos dirige hacia algún lugar, miro por la ventana, tanto tiempo de no venir a esta ciudad hasta veo que ha cambiado algo. El chofer y otro señor uniformado bajan del la limusina y van hacia donde están creo las maletas, Oliver sale de la limusina sosteniendo la puerta para que salga yo, luego de por fin despegar los ojos de su laptop para clavarlos en mí.

—Toma —menciona, dándome una tarjetita, frunzo mi entrecejo mientras él me señala en edificio bastante lujoso frente a nosotros —piso 15.

Recuerdo que él me había dicho que tenía una propiedad en este país, miro aquel lugar con sorpresa, no sé ni por qué si ya sé cómo es Oliver. Siento curiosidad por conocer el lugar y me adentro a zancadas al complejo de apartamentos. Oliver viene tras mío.

Llegamos hasta el piso 15 y comienzo a buscar el número de apartamento que me ha mencionado. Al abrir, como me lo imaginé, el maldito apartamento es completamente lujoso, perfectamente amueblado, alfombrado y con vidrio en sus alrededores, con una buena y escalofriante vista de la torre Eiffel.

Me desmayo.

—Es pequeño, pero siempre vengo por uno o dos días así que no necesitamos uno más grande —giro hacia él que está de pie a algún metro de distancia ¿Pequeño? ¿Esto?—la reunión es en hora y media ¿Crees estar lista en ese tiempo? —resoplo.

—¡Por Dios! Eso es poco tiempo—ironizo, él me mira fijamente y yo sólo le sonrío.

—Para mí 90 minutos son...

—90 minutos —le interrumpo, ruedo mis ojos exasperada y giro sobre mis talones de regreso al ventanal, sonríe levemente y lo miro por sobre mi hombro alejarse a lo que creo es la habitación. Camino hacia un sillón que está en la sala y me dejo caer sobre el ¡Oh por Dios! Es de felpa, podría dormir aquí. Pero no tengo tiempo.

Mejor me pongo de pie, si me duermo satanás saca todos sus demonios internos. Recorro el lugar, me encanta, hasta me da miedo acostumbrarme a estas cosas. Voy hasta la nevera, observo que no hay nada, pero es de imaginarse, nadie se mantiene aquí.

Entro a la habitación y la vista es magnífica. ¡Por Dios! Quiero este apartamento para vivir el resto de mi vida. Me dejo caer sobre el suave colchón de la cama en lo que Oliver sale del baño. De inmediato, mi vista hace un recorrido y se centra en cómo se deslizan esas gotas de agua por su torso producto del baño que acaba de tomarse y caen justo en esa V que se enmarca en el inferior de su marcado abdomen, esa V pecaminosa que te indica exactamente lo que hay en esa dirección, llevo mi vista a ese lugar y ahora me encuentro viendo su entrepierna y como esa toalla se ajusta en esa parte.

¡Maldita sea! Estoy viendo su entrepierna.

Me levanto de la cama como un resorte, mejor me voy a dar un baño de agua fría antes que se dé cuenta de lo que estoy viendo. Tomo una toalla y él se queda ahí haciendo lo que sea que está haciendo, ni siquiera me fijé que hacía por estar pecando.

Esposa de mi jefe © (Borrador de la 1era edición - 2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora