Julius De Macedonia

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Julius era uno de los generales más famosos de Pompeya. Con diecinueve años había logrado sacar a adelante la carrera militar que había comenzado con solo doce años; era el más fuerte y poderoso, lograba derrotar a sus enemigos solo con su espada y caballo –A veces sin caballo, por supuesto–; y de esa forma se había ganado la confianza de los terratenientes más poderosos en la ciudad.

Vivía solo, su madre, Alexandria, había muerto cuando solo tenía trece años. Había estado sufriendo de una rara enfermedad de la que nunca le había contado a Julius, por eso en el momento de su muerte, él no había estado a su lado si no en los campos de entrenamiento. Su madre era la única persona que tenía en ese mundo, y con el sudor de su frente lo había criado ella sola, a pesar de lo mal que era tratada en Pompeya.

Jamás la oyó quejarse, y siempre lo recibía en casa con una sonrisa; por más cansada que estuviera de trabajar en los campos fuera de la ciudad. Por eso Julius se había prometido alcanzar la fama y el reconocimiento, llenarse los bolsillos de dinero de modo que su madre pudiera vivir tranquila por el resto de sus días, sin tener que volver a usar sus magulladas manos en trabajos físicos.

Lamentablemente, cuando apenas había comenzado a labrarse un pequeño camino, ella había muerto.

–General Julius, mi esposa y yo hemos cosechado estos tomates, por favor lléveselos a casa –Patrullando sobre su caballo, sonrió ante la llamada de uno de los ciudadanos que vivían en las afueras de Pompeya. Era un hombre mayor que vivía de las cosechas en su granja, le dio algo de pena aceptar el pequeño saco que le tendía, pero seguramente sería peor si no lo hacía. Las personas en Pompeya lo querían, ya que su figura por alguna razón les proporcionaba seguridad.

–Gracias, me aseguraré de comer algunos esta noche. Dele saludos a su esposa.

Vio como el hombre sonreía alegre y se inclinaba pasando a alejarse; sin darse cuenta alguien se situó a su lado y le golpeó la parte de atrás de la cabeza.

–Y aquí viene el señor popularidad, ¿Dime, no se te ha lanzado a los brazos alguna damisela enamorada?

Julius rio llevándose una mano a lo alto de la cabeza, junto a él y también sobre un caballo, yacía su mejor amigo: Myles era un hombre alto y pelirrojo, con el cabello ondulado hasta un poco más arriba de los hombros, el cuerpo delgado pero ejercitado y trabajado, y por supuesto, los ojos de un azul cielo bastante intenso. Se habían hecho amigos desde antes incluso de que ambos entraran a la milicia y actualmente esa amistad no se había apagado nisiquiera un poco.

–Lamento decirte que sí, de hecho, acabo de llegar de la casa de una de mis amantes.

–No me digas, de UNA de tus TANTAS amantes –Repitió jocoso y con tono bromista, haciéndose el sorprendido por la afirmación en el tomo de voz de Julius –. Mientras no termines muriendo a manos de un marido celoso, prometo que no me quejaré de tus aventuras.

Julius soltó una carcajada. –Estoy seguro que ni el supuesto marido podría contra mis encantos.

Myles había comenzado a replicarle, pero un destello dorado llamó su atención.

La casona del terrateniente se alzaba imponente frente a ellos; habían requerido especial vigilancia, puesto que el terrateniente era realmente importante para el alcalde de la ciudad como socio y consejero, a pesar de que muchos sabían que no era precisamente un gran hombre. Julius no comprendía del todo, suponía que todo era por relaciones o corrupción; sin embargo, no fue lo extravagante de la casa –con quien sabe cuántas habitaciones o jardines contaba–, sino una hermosa cabellera rubia que se había agitado en cuanto la persona dueña de la misma se había girado de los talones y había desaparecido de la ventana de una de las dos torres que pertenecían a la villa del terrateniente, eso, en definitiva, fue lo que lo cautivó.

Pompeya {Yuri On Ice}Where stories live. Discover now