133

1.8K 203 34
                                    

Él tiene una edad indeterminada que ronda entre los catorce a los diecisiete años. Se carcajea con las películas de los hermanos Marx y se indigna con las injusticias que se cometen en el mundo todos los días. Cree en lo que cree y lo defiende apasionadamente.

Fue grumete de tercera en el Pequod, ayudante de campo de batalla de las Termópilas (del lado espartano, obviamente), pulidor de sextantes y brújulas del Nautilus, vendedor de alfombras usadas en Macondo, lector profesional de mapas del tesoro, mesero de Nuncajamás. Además, ha escrito poesía, cuentos, crónicas, reportajes, artículos, bolos en bautizo y la novela Polvo (Planeta 2010).

Es gordito y sin embargo ágil; él prefiere que lo llamen "robusto". Ha entrado en una jaula de circo con ocho tigres de Bengala, se ha tirado en paracaídas, nadado con tiburones (dormidos afortunadamente) y cuando no está trabajando, se pasa la vida leyendo, escribiendo, comiendo, amando hasta el límite de sus fuerzas.

Tiene una amplia colección de amigos y amigas de la que se enorgullece, le encanta el cine, la discusión inteligente, las montañas rusas, el jamón serrano, la música no muy fuerte porque está medio sordo.

Jamás sería una "persona normal".

Ése es Benito Taibo, que con cincuenta y tres años, habla como si tuviera diecisiete. Escritor mexicano, periodista, poeta y ferviente promotor de la lectura. Divertido, apasionado, irreverente, entregado y obsesivo. 

El siguiente fragmento pertenece a su libro Persona Normal.


CUMPLEAÑOS NÚMERO 13

Voy a cumplir trece años. Una semana antes de que suceda, el tío Paco pregunta a cada rato la manera en que quiero celebrarlo. Aparece junto a mi cama, en la mesita de noche, todas las mañanas, una notita escrita que va diciendo: «¡Faltan siete días!», «¡Faltan seis días!», «¡Faltan cinco días!» Parece que anunciaran el despegue de una espectacular misión espacial hacia la Luna o el lanzamiento de un nuevo refresco que todo el país está esperando. Creo que el tío está intentando hacerme feliz, me queda claro; pero, sobre todo, intenta que se me quite la pesadumbre ésa, amarga y dolorosa que no acaba de abandonarme desde que mis padres murieron.

Los niños son (¿somos?) crueles. En pleno partido de futbol en la escuela y ante una entrada que, confieso, hice con demasiada fuerza sobre el tobillo de un rival, sin mala fe, sólo llevado por la emoción del encuentro, el compañero, tirado en el suelo, exagerando un poco sus muecas de dolor, me miró directamente a los ojos, mientras yo le extendía una mano para que se levantara y me gritó: «¡Huérfano!» Me quedé inmóvil, pensando con cuál insulto doblemente poderoso y contundente responderle. Pero me quedé callado. No era un insulto en regla, más bien, describía mi actual condición. Era como llamar ciego a un ciego, cojo a un cojo o sordo a un sordo, aunque este último no pudiera oírlo. Pero me dolió. No por la palabra, más bien por su irreversibilidad. Puedes dejar de ser ciego si te operan la vista; usar muletas o una prótesis para caminar, en caso de que te falte una pierna; tener un aparato de ésos de pequeñísimas pilas para escuchar. Pero la muerte no tiene marcha atrás.

Es cierto que alguien puede adoptarte y volver así a tener padres. Pero padres adoptivos. No me parece que sea igual. Tengo un amigo adoptado que se llama Wolfgang, como Mozart. Es moreno moreno y lo llamamos Wolf, lobo en inglés. A él le gusta, se siente como comando de misiones especiales o jefe de una tribu apache. Cada vez que alguien le dice su nombre completo lo corrige inmediatamente: «Wolf, me llamo Wolf». El caso es que Wolf sostiene que es exactamente lo mismo ser adoptado o no. Incluso, que muchos adoptados son más queridos porque fueron elegidos, mientras los que salen del vientre materno son queridos simplemente por ese motivo. «Piénsalo —me dice—. Mi mamá siempre cuenta que el día que nos encontramos por primera vez, nos quedamos viendo fijamente a los ojos y los dos, al mismo tiempo, dijimos, sin decirlo, "¡Somos el uno para el otro!" En cambio, los hijos que nacen de padres "naturales", aunque no sean el uno para el otro, se jodieron y tienen que aguantarse para siempre, quieran o no quieran al otro.» No le falta razón.

De Todo Un PocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora