Lazos de sangre. Parte II

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—¿Cómo?—indagué, limpiando mis lágrimas

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—¿Cómo?—indagué, limpiando mis lágrimas. No sabía si era el efecto relajante que me producía su contacto, o la mera curiosidad, pero estaba dispuesta a escuchar su teoría.

Vera me explicó entonces que, así como en ‹‹El Refugio››, existían hierbas mágicas que crecían en los bosques de los ‹‹Santuarios Sagrados››. Me dijo que algunas de estas tenían propiedades paliativas, tranquilizantes y sedantes.

Mi padre conocía su existencia, obvio, y pudo haber fabricado alguna infusión que, con ayuda del poder de mi madre—que era una hechicera blanca o zahorí—trasfiguró en un poderoso elixir conocido como ‹‹mal o embrujo del sueño››

—‹‹El embrujo de sueño›› produce una inhibición de los estados oníricos —informó—. Es decir, suprime los sueños. Los efectos se prolongan en el tiempo si la infusión es suministrada con frecuencia, dejando un efecto residual. Estoy casi segura de que tus padres usaron ese elixir contigo.

Era factible. Mis progenitores me daban té herbal para dormir, sobre todo durante la guerra, porque decían que sus efectos eran sedativos.

››Así fue como bloquearon tu don profético —prosiguió— que, como sabes, se manifiesta a través de los sueños.

—Por eso cuando dejé de beberlo las visiones comenzaron a manifestarse —señalé, recordando el primer sueño que había tenido en el tren.

—Exacto. Con respecto al otro don, el poder de interpretación, no representaba un verdadero problema, ya que es extraño, por no decir imposible, que los ángeles permanezcan en la tierra por mucho tiempo, y menos factible era que te toparas con uno si estabas bajo su supervisión constante. Así que no podrías darte cuenta de que lo poseías.

—Hasta que fallecidos mis padres, me topé con Daniel—añadí—. En fin, ahora entiendo algunas cosas, al menos— Suspiré con desánimo.

—No me gusta verte así. Ojalá pudiera responder todas tus preguntas, o justificar el comportamiento de tus padres.

—Descuida—interrumpí, encogiendo mis hombros.

Mis ojos seguían firmes en el horizonte. Un ave marina volaba en círculos, enviando algún que otro graznido desde las alturas.

—Tus padres eran buenas personas Alise y te amaban. Si actuaron de esa manera debieron tener una buena razón, estoy segura—prosiguió—. A veces la magia resulta peligrosa, lo sé por experiencia propia, y quizá por eso te mantuvieron ajena de esta, porque intentaban protegerte.

Era una buena causa. Tal vez solo habían intentado cuidarme. En el fondo sabía que debía perdonarlos, aunque me resultaba difícil. Además, no podía evitar cuestionarme ciertas cosas, como por ejemplo: ¿qué pensarían mis padres si supieran que, aunque intentaron mantenerme alejada de la magia y del peligro, terminé prisionera en uno de los últimos ‹‹Santuarios›› mágicos ocultos de la tierra? y ¿qué hubiese pasado si mi padre no hubiera muerto en combate, y mi madre no se hubiera dejado morir de tristeza? Quizá hubiéramos terminado en ‹‹El Refugio›› de todos modos, siendo esclavos de un tirano, que además es esposo de la hermana de mi padre.

Vera me había contado un poco más acerca de la relación que mantenía con su hermano, revelando que antes de iniciada la Gran Guerra se habían distanciado por ciertas diferencias. Razón por la cual ambos desconocían el rumbo de vida que había seguido el otro.

Sin embargo, ella se había enterado de fatídico destino de mi padre en el conflicto y, a partir de ahí, había intentado localizar a mi madre, sin éxito. Fui yo quien le confirmó que ella también había muerto.

Pero, pese a todas nuestras pérdidas, ambas podíamos llamarnos afortunadas. Al menos nos teníamos la una a la otra.

—Gracias por haberme contado parte de tu historia Vera y por estar aquí para mí—dije al final.

—No tienes que darlas. Me siento feliz de haberte encontrado.

En esa ocasión fue ella quien me abrazó, mientras me susurraba que me quería y que había sido una bendición encontrarme. Por un momento, sus palabras me hicieron olvidar todo lo malo. Cobijada en sus brazos, luego de mucho tiempo, me sentía segura.

No sabía si era por efecto del destino, por la profecía, o por los lazos sanguíneos, pero era evidente que algún poder ajeno al mundano había obrado para hacer posible ese momento y para que ambas, en nuestras desventuras respectivas, termináramos unidas. 

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