Capítulo 8: Prisionera.

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Ingrid empezó a sonrojarse rápidamente

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Ingrid empezó a sonrojarse rápidamente. El encrespamiento que inundaba su cuerpo se estaba volviendo incontrolable, ya hacía mucho tiempo que nadie la ponía de ese modo.

—¡Cállate! —le gritó Ingrid.

La doncella empujó enfadada a Gorka y este la miró a la defensiva.

—¿Se puede saber qué haces? —le preguntó él.

—¡Asesino! ¡Muerto de hambre! —empezó a dispararle insultos.

Gorka la cogió del cuello sin apretarle.

—Un insulto más y voy a hacer que te tragues tus palabras.

Ingrid le escupió en la cara varias veces. Consecutivamente, el señorito dejó de cogerle el cuello y mientras este se quitaba las babas de la cara le estiró del edredón hasta dejarla en ropa interior. A continuación, hizo la cama a la vez que Ingrid buscaba su ropa.

—Cállate de una vez...

—¿No querías saber lo que pasó? ¡Pues ahí lo tienes! —dijo cabreado.

La jovenzuela salió del cuarto y habitación por habitación busco el tendedero

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La jovenzuela salió del cuarto y habitación por habitación busco el tendedero. Al encontrarlo se puso lo que traía puesto la noche anterior.

Por otro lado, Gorka se vistió y fue hacía donde ella estaba, cuando se dio cuenta la vio intentando salir por algún lugar. Por suerte, este cerró toda la casa con llave y por si fuese poco toda esta estaba blindada.

—No pierdas el tiempo, como viste no se puede salir.

Recogió su ropa y volvió a su cuarto, lo colocó todo y esperó a ver como reaccionaba la muchachita del demonio.

Más tarde, Ingrid regresó al lugar donde estaba su enemigo y lo miró fijamente.

—Dame la llave, quiero irme de aquí y perderte de vista —anunció tranquilizándose.

—No —dijo con temperamento.

—Abre la puerta —insistió.

—He dicho que no señorita —dijo firme.

—Por favor —se lo pidió de buenas maneras.

—Además, aunque te dejara irte, no sabrías salir de aquí. Son terrenos desconocidos y yo no te pienso ayudar.

Ingrid cerró los ojos y al abrirlos vio un diploma donde ponía: Gorka Romeo Arizmendi Abrain. Para ilustrar la gracia que le hizo, cambió su rostro y empezó a reírse muy fuerte.

—Ay Gorka Romeo... ¡Cada vez que te veo, me meo! —dijo carcajeándose—. ¿Cómo prefieres que te llame? ¿Romeo o Gorka?

 ¿Cómo prefieres que te llame? ¿Romeo o Gorka?

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—Más payasa y no naces. Y ya que te estás burlando de mí, ahora voy a ser yo quién me ría de ti ¿Está claro? —dijo dispuesto a todo.

—¿A sí? —respondió sin parar de reírse.

—Sí —la observó de arriba a abajo—. Para empezar... voy a seguir relatándote todos los hechos que quieres saber y luego...

Ingrid lo miró con curiosidad, en realidad, sabía que no le iba a gustar lo que iba a oír de él.

—¿Luego qué? —le cortó—. Mientras te lo piensas, voy a llamar a mi madre para avisarles que estoy bien.

Considerando la respuesta Gorka tuvo una magnífica idea.

—Me parece una gran idea.

Asombrada lo miró, viniendo de él se podía esperar cualquier cosa. Se acercó a sus cosas y cogió el móvil, visto que iba a marcar el número Gorka le quitó el aparato mecánico.

—¿Qué pasa ahora? —le cuestionó.

—Antes, te voy a dar unas instrucciones precisas —dijo chulesco.

—¿Tu? ¿Unas instrucciones a mí? —volvió a formularle alguna que otra pregunta—. Voy a llamar a mi familia no al rey de España.

—Será así, pero le vas a decir lo que yo te diga, señora de Arizmendi.

La muchacha se mordió la lengua para no explotar.

—Regrésame el móvil y te escucharé —le dijo de buena forma.

—Lo haré cuando me escuches —contestó.

—Suéltalo ya, no tengo todo el día para llamarlos, ya tuve suficiente con lo de anoche.

—Señora de Arizmendi vas a coger el teléfono en cuanto te lo de y vas a decirle las siguientes palabras...


Enfrentamiento mortal. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora