2: Fotografia indiscreta

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Camila pocas veces llegaba tarde a sus clases. Ella tenía una regla de oro que implicaba acostarse a una hora adecuada para despertarse temprano y tomar el primer autobús que la llevara a la universidad.

El problema era que ayer Camila había quebrantando esa regla. Después de que se quedara enganchada mirando una serie online en su ordenador portátil, no pudo dormir muy bien—En realidad, casi ni pegó ojo—y esta mañana se había levantado apresurada porque no alcanzaría el primer autobús de la parada.

Y así sucedió. Al llegar vio con amargura y cierto arrepentimiento como su autobús matutino giraba en una esquina y se alejaba. No llegaría tarde a clases, pero tampoco tan temprano como ella prefería. Se quedó en la parada, esperando a que el siguiente autobús llegara.

Estaba muriéndose de sueño y se maldecía por haber caído en la tentación de ver un capítulo de más, cuando cualquiera sabría muy bien que sería una vulgar mentira. Algo positivo había salido de todo este lío. Terminó de ver la primera temporada y comió dos tarros de crema de maní con galletas.

Una panza llena era una Camila feliz. Se detuvo a pensarlo. De lo apresurada que estaba por llegar a tiempo—para terminar perdiendo el autobús de todas formas—había olvidado tomar el desayuno. Gruñó. Su panza y ella estaban con un humor terrible esa mañana.

Agradeció que al menos hubiera recordado ponerse un abrigo y guardó las manos en los bolsillos de este, para evitar que se le congelaran del frío que hacía. Casualmente paseó su mirada para ver a las personas que estaban esperando el siguiente autobús con ella.

Había una anciana de cabello blanco, quien devoraba un emparedado que se veía delicioso. El estómago de Camila opinó que ella simplemente podría ir y robarle a la viejita el emparedado para luego salir corriendo. Ni que fuera a perseguirla para golpearle la cabeza en el bastón. Las ancianas no corrían tan rápido. Duh.

Camila sucedió la cabeza y se dijo así misma—y a su estómago—que sería descortés ir por allí asaltando a inocentes ancianitas por la calle.

También había un hombre que parecía un empresario, otra mujer, unos dos niños con su mamá que igualmente estaba comiendo el desayuno—¿Acaso querían torturar a Camila?—una chica linda escuchando música con sus audífonos, y un señor que estaba...

Alto. Volvamos a mirarla, Camila. Esa chica era muy linda ¡Madre mía! Camila seguramente estaba mirando a la chica con una cara de idiotez en su mayor esplendor. Pero ella no podía evitarlo. Sería un pecado no hacerlo.

La chica debía de ser unos centímetros más alta que ella, de piel tan blanca como la nieve, una nariz fina y el cabello castaño en ondas naturales que le caían suavemente en los hombros.

Llevaba un chaqueta térmica y una bufanda color lavanda alrededor del cuello, con las manos en los bolsillos de sus jeans y en estos momentos estaba... ¡Oh! Se estaba quedando dormida, con la cabeza a duras penas balanceándose hacia adelante.

Camila acababa de derretirse de ternura. El rostro de la chica era simplemente angelical y dormida aún seguía viéndose perfecta ¿Como era posible? Esa chica no podía ser del todo humana. Camila estaba segura que de ser ella la que estuviera en esa situación seguramente estaría con la boca abierta y babeando.

Puede que Camila ya tuviera un pequeño crush por la chica y, considerando que Camila era súper gay, era lo más probable.

Muy pronto para su gusto vio su autobús aparecer por el cruce y se preguntó si había tardado poco en llegar o si ella se había quedado muy distraída mirando a la chica semi dormida como para mirar la hora. Preguntas de la vida y Camila no se iba acomplejar por responderla.

100 historias de amor (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora