[3.2] Capítulo 5

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SARAH PETRELLI

(Anneliese DelBecque)

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Y lo que Anneliese Petrelli... —¿o era Sarah?—... Annie Petrelli —Sarah Petrelli... Sarah DelBecque... Anneliese DelBecque, Anneliese Petrelli... Sarah Weiβ...—... quería preguntar, era «¿Mataste al hombre que decía ser mi padre... pero que aceptó dinero a cambio de su hija?».

Mentiría si dijera que, por un momento, por un segundo, dudaría de que Raffaele Petrelli, aceptara la mitad del mundo a cambio de ella...porque la respuesta era simplemente ridícula. Raffaele la creía suya, toda suya —¿no había sido, acaso, la razón de que le negó un hospital cuando ella iba a traer al mundo a Abraham? —... y si alguien le insinuara, siquiera, media galaxia a cambio de ella... ¿el qué habría hecho Raffaele Petrelli? Si Hanna Weiβ se había lanzado, con un cuchillo, contra el hombre que amenazaba con quitársela... ¿el qué habría hecho Raffaele Petrelli contra un ser que quisiera comprársela?

Si Hanna había dejado sólo carne molida... Raffaele no habría dejado ni la sombra del pobre ser.

Y la alemana pareció confundida ante su pregunta. ¿Qué decía la prueba de ADN? Ella no comprendía... ¿dónde estaba la confusión? Hanna frunció el ceño ligeramente y sacudió la cabeza y, por primera vez, Anneliese detectó un parecido tan intenso e irrompible entre Angelo —quien moría por ella— y su madre —quien mataba por ella—, que se aterró.

Al razonar su pregunta, Hanna parpadeó un par de veces y, tras pensar en ello, finalmente preguntó:

—¿Qué respuesta te gustaría obtener?

¿Eh? —Annie apenas pudo responder.

—Que ¿qué respuesta te gustaría tener?

Annie, dentro de todas las ideas que intentaba ordenar, no pudo responder. ¿Prefería de padre a un tipo que la había vendido... o al hombre que habría muerto y matado a cualquiera, por ella?

—No eras su hija, Annie —Hanna interrumpió su meditación—. Yo no conocí lo suficiente a Audrey, pero si se merecía la mitad del pedestal en que todos la ponen, ¡jamás habría estado con otro hombre que no fuera tu padre!

»Lo que Oliver quería era dinero sin importarle cuántas vidas destruyera en el proceso. Según Uriele, él se quedó en la miseria porque era un ludópata —con un vicio tan grande, que su mujer y sus dos hijos, lo abandonaron— y, por algún motivo, creyó que el viudo de su amiga, que la familia adinera de su amiga muerta, a la que le conocía varios secretos, era una buena opción —pareció darle un momento para dejarle pensar lo que le decía.

Aunque no era necesario, Annie ya no estaba precisamente en la muerte de Oliver... sino en la vida de Audrey: en la vida de una mujer buena, a la que su esposo había fallado... y luego su único amigo... Y ella había muerto tan joven, sintiéndose sola. Sintió una profunda tristeza por ella e, intentado desesperadamente encontrar un brillo de paz en tanto dolor, se dijo que, al menos, ella no había tenido que soportar la muerte de sus hijos. Había muerto junto a ellos.

Hanna continuó, despertándola:

—A Oliver nunca se le ocurrió que... la niña que prendía usar de cebo, tenía con ella a una puta loca, a una puta que, una vez, ya había dado todo por su hermano... y que daría aún más por un hombre al que le debía la vida y por su única hija.

Al oírla, la rubia la miró a los ojos, alarmada, pero no por sus palabras, sino por el adjetivo utilizado... ¿una qué?

—¡Tú no eres una puta! —le ladró, y al decirlo, sintió deseos de gritar y de golpear algo... aunque no sabía qué... ni por qué. ¡Audrey había estado tan sola!

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora