{Capítulo único}

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El sonido que hicieron las llaves contra el mármol de la mesa se confundió con el de la intensa lluvia que amenazaba con no parar nunca más. Se quitó el abrigo, dejo una pequeña caja en la mesa, junto a su cartera, y se relajó en el sofá, exhausta por la cantidad de trabajo que realizó en el día. Encendió la televisión para distraerse. Sus ojos se paseaban por la pantalla mientras buscaba sintonizar un canal que la sumergiera en otro mundo, pero al parecer ese no era su día de suerte. Su mente estaba en otra parte. De vez en cuando su vista se desviaba hacia ese objeto cuadrado, que permanecía paciente, esperando que en algún momento la muchacha se resignara y lo abriera.

No habían pasado más de 10 minutos cuando lo hizo, se rindió, anunciando su derrota con un bufido. Posteriormente no le quedaba otra que levantarse de aquel cómodo lugar. Desde otra perspectiva podría pensarse que no se decidía porque algo terrible se escondía en esa inocente caja, lo cual era más que cierto. Realmente ya no tenía paciencia, por lo que lo abrió sin esperar más. Un hermoso cupcake de chocolate con chispas de colores se asomó tímidamente con una vela en el medio, dejando en claro que tenía que ver con un cumpleaños, su cumpleaños para ser exactos.

Su humor era indescifrable, vagaba entre la tristeza y el enojo. ¿Debía hacerlo otro año más? ¿Debía festejar nuevamente su cumpleaños sola? A pesar de que su trabajo la consumiera y tomara la mayoría de su tiempo, eso no le quitaba la soledad que la invadía cada vez que entraba a su departamento, a su solitario "dulce hogar".

Muchos decían que odiaban los lunes pero, de alguna manera, el único día del año que odiaba era el de su nacimiento. 5 años atrás, esa fecha representaba un punto de inflexión en donde comenzó a expandirse un cambio radical, podría decirse hasta cancerígeno. Representaba su último día feliz, su último recuerdo feliz, cuando su hermoso castillo de arena permanecía intacto, como si se tratara de una fortaleza irrompible. Su padre aún estaba junto a su madre, su hermano no había tenido ese trágico accidente automovilístico, tenía el amor de su vida acompañándola, como también a sus amigos, y su mascota no estaba en otro hogar. Tenía todo y no se había dado cuenta de ello, pero ahora estaba allí, sola.

Prendió la vela y cerró los ojos fuertemente. Por una vez en sus 30 años había notado lo importante que había sido ese pequeño momento y quería volver. Quería volver a estar con todos, reír sin parar y no preocuparse por nada más que de su carrera y las arrugas que comenzaban a mostrarse en su joven rostro. Quería que las cosas fueran diferentes, quería cambiarlas, rehacerlas. Entrelazó sus manos y las apoyó contra su rostro, reteniendo el dolor, las lágrimas que no habían escapado de sus ojos hacía tanto tiempo.

Quiero volver a mis 25, a mi último cumpleaños feliz, pensó.

Abrió los ojos, sopló la vela y se quedó inmóvil por unos instantes, mirándola con esperanza. Repentinamente una lágrima se deslizó por su rostro, apareciendo junto a una sonrisa. Podía escuchar los aplausos de ese día, los gritos, las risas, como también oler la esencia de la vela que se consumía delante de sus ojos, sentir el suave calor de la época recorrer su cuerpo, escuchar los murmullos que compartían esas personas queridas que tenía a su lado en ese entonces, con las cuales estaba muy apegada. Decidió cerrar los ojos y dejarse llevar por el momento. Se sentía la persona más feliz del mundo al sumergirse en aquel fragmento de su mente, pero también la más desdichada por no poder volver.

Y, cuando menos se lo esperaba, todo se volvió real.

Sintió un suave pellizco en el brazo, lo cual la hizo abrir sus orbes azulados, asustada, ya que el dolor se sentía real.

– Naomi, ¿qué haces? – preguntó Noa, preocupado por como su pareja se comportaba pero a su vez pensando que era otra de sus bromas.

La voz era conocida, sabía de quién provenía y por eso, en esos momentos, se sentía la persona más demente del mundo, así que cerró nuevamente sus ojos, paralizada. Inmediatamente se empezaron a oír cuchicheos. Intentó dejar de lado eso y concentrarse en otra cosa. Su novio volvió a pellizcarla. Abrió sus ojos en seco y dirigió su mirada a la persona más cercana, sorprendida al notar lo real que era ese pensamiento. ¿En serio era real? Se detuvo en todos los rostros que la rodeaban, sabía que la situación era idéntica a la época a la que quería volver.

Entonces, ¿esto es real? ¿Cómo puede ser cierto? ¿Cómo es posible? No...no lo puedo creer, se dijo en sus adentros.

– ¿Qué sucede, Naomi? Estás llorando... – preguntó una de sus amigas que se había acercado, preocupada.

Se llevó una mano en una de sus mejillas para confirmarlo: estaba llorando. Inspiró aire profundamente y espiró. Alargó su mano seca para tocar el brazo de su amiga. Se sentía real, todo parecía más que real. ¿Había viajado en el tiempo? ¿Solo con un por haberlo pedido? Muchas preguntas la invadían, como también diversos tipos de sentimientos. Le pidió al muchacho que la vuelva a pellizcar.

Esto es real, estoy aquí, aseguró en sus pensamientos.

Todos callaron, esperando a que ella dijera algo, el por qué actuaba de esa manera extraña. Tomó aire y se levantó. Las piernas le temblaban por lo abrumador de todo lo que debía procesar, pero en su rostro no se veía más que la felicidad misma.

– Estoy bien – dijo en voz alta y sonriendo. Era tiempo de enmendar las cosas y hacerlas bien. – Aquí es donde quiero estar – susurró.

Mi último recuerdo felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora