Entre un círculo y su radio

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A Salva la secuencia de números que canturreaba la radio le sonaba poco menos que a música celestial

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A Salva la secuencia de números que canturreaba la radio le sonaba poco menos que a música celestial. Cada segundo un dígito, y así durante todo el día. Se preparó el café del desayuno mientras jugaba a identificar mensajes entre la ristra de números. Un par de días atrás, por puro azar, había logrado escuchar su número de miembro del Colegio de Matemáticos. Los decimales de π tienen eso: dentro de ellos cabe todo, cualquier mensaje imaginable.

El café humeaba. Sacó la leche del frigo. Una nube –adoraba esa expresión tan inglesa y visual– bastaba para dejarlo a su gusto. Por supuesto, sin azúcar.

De fondo, llenando con su voz cadenciosa aunque nada monótona, la locutora seguía recitando dígitos. Salva se felicitó por haber recomendado a Gema para ese trabajo concreto: la chica podía hacer que leer una guía telefónica se convirtiera en una experiencia mística.

El timbre del teléfono rompió la letanía de la radio.

–¿Quién puede ser a estas horas? –Refunfuñó tomando al aparato–. Diga.

–Salva. Tienes que venir. Ahora.

La voz de Marga, la decano de Ciencias, parecía alterada.

–¿Se puede saber qué sucede? ¿No puede esperar a que empiece la jornada? Si no falta más de una hora...

Al otro lado de la línea no hubo respuesta. La salmodia de dígitos volvió a dominar la cocina. Y de repente calló.

–Lamentamos interrumpir la emisión por problemas técnicos –Gema, la locutora, parecía un poco alterada.

–Eso pasa, Salva. Lo acabas de oír, ¿no? Ven. Rápido. Al laboratorio de matemáticas.

***

El rack de procesadores ocupaba un puesto destacado en el laboratorio. Junto al armario, una mole metálica de dos cuerpos, había una mesa con un terminal. Pepe, el investigador impulsor del proyecto πLlón, se sentaba ante él. A su lado estaba Ángel, de Robótica. Ambos se volvieron al oír los pasos.

–Hola, Salva. Marga llegará ahora: ha ido a avisar a...

–¿Qué demonios pasa, Pepe?

–Demonios. Sólo faltaba esa versión. Al principio Pepe y yo hablábamos de monos...

Ante la ocurrencia de Ángel el matemático creyó explotar:

–¿Me lo quiere explicar alguien, joder?

Ángel dio un paso hacia Salva:

–Los monos, las máquinas de escribir, el tiempo infinito...

Salva retrocedió. Extendía las manos delante suyo buscando espacio. O quizá calma.

–Un momento, un momento. Dejadme que adivine: habéis encontrado El Quijote codificado entre los decimales.

–No exactamente. Más bien otra... cosa.

Visiones fugacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora