Capítulo 2 - Escena 4

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Xiao se despertó con los primeros rayos del alba. El sol apenas se había asomado al valle cuando la niña saltó de la cama. Corrió como una exhalación hacia la cocina, haciendo que los tablones del suelo de madera carcomida crujieran con cada zancada, llenando con su sonido melódico todos los rincones de la casa. Li oyó a su hija acercarse a toda velocidad. Estaba preparando el desayuno.

—¡Buenos días, mamá! —gritó la niña en cuanto vio a su madre. Levantó los brazos y le fue a dar un fuerte achuchón.

—Buenos días, hija. ¡Qué susto me has dado! No te he visto venir.

Xiao se rió burlonamente. Se sentó en un taburete, en la mesita de la cocina, apoyando los brazos en la tabla de madera y se quedó un rato con la mirada fija en su madre mientras hacía el desayuno. Li estaba preparando congee , una especie de pasta de arroz hervida. Cuando consideró que el arroz estaba ya en su punto, lo retiró del fuego y se centró en el youtiao . Para ello, cortó unos trozos de pan y los frió en aceite durante un rato hasta que quedaron bien crujientes. Los añadió al congee y dio por finalizado el plato.

—Anda, ve a avisar a tu padre. Dile que el desayuno está listo. Estará fuera.

Xiao saltó como un resorte del taburete y salió por la puerta. El sol ya iluminaba lo suficiente para retirar la penumbra de la noche. Las casas, en su mayoría de madera, adobe y techo de paja, que se asemejaban a enormes champiñones, se apelotonaban a lo largo de la calle. Qingkou había crecido en torno al cultivo de arroz. Era una aldea tradicional ubicada entre Honghe y Yuanyang que había sabido respetar las tradiciones milenarias. Muchos de sus habitantes se habían desplazado de estas urbes más cosmopolitas y modernas buscando la tranquilidad del campo y un acceso más rápido y cómodo a los bancales.

Xiao miró a un lado y a otro. Por fin vio a su padre a lo lejos, caminando hacia ella. Acababa de dejar a un grupo de vecinos que le saludaban animadamente con la mano. La niña salió de la casa y corrió a toda velocidad hacia él. Chen la vio acercarse, se agachó abriendo los brazos y puso una pierna hacia atrás a modo de sujeción. El encontronazo sería fuerte. Xiao se solía despertar con mucha energía por las mañanas.

—¡Papá! —gritó Xiao en cuanto llegó a su altura.

Chen la atrapó como pudo y la izó hasta las alturas.

—¿Qué tal está mi pequeña hoy? ¿Lista para ir a la escuela?

—Sí, papá. Mamá dice que el desayuno está listo. Corre, vamos, que se enfría.

Xiao se desembarazó del abrazo de su padre con un movimiento rápido y corrió de vuelta hacia casa. A medio camino se dio la vuelta y miró de nuevo a su padre con cara de apremio.

—Corre, papá. Que hay mucha hambre. —Y volvió a salir como una exhalación, trotando con sus minúsculas piernas.

Chen se quedó mirando a su hija y sonrió. Ver a ese renacuajo, que apenas se alzaba del suelo, correteando de un lado a otro, le parecía maravilloso. Le hacía sentirse joven otra vez.

Al final, salió de su ensoñación y entró en la casa. El rico olor del congee se había propagado por todas las estancias. Chen se relamió de gusto. Li era una consumada cocinera que ponía todo su amor en los platos que preparaba y Chen sabía apreciar la buena cocina de su mujer.

FIN Capítulo 2 - Escena 4.

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