Cuida tus meñiques - Juan P. Lauriente

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1

La luna ocupó el lugar del astro rey e iluminó con su plateada luz el vasto campo hasta el horizonte

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La luna ocupó el lugar del astro rey e iluminó con su plateada luz el vasto campo hasta el horizonte. Los tres amigos, animados y orientados por Marcel, llegaron a un lugar que él llamaba el pozo. Era un caño oxidado del diámetro de una taza, puesto en medio de la nada, que sobresalía de la tierra más o menos hasta la altura de las rodillas.

Nicolás tomó una piedrita del suelo, la palpó, y la dejó caer por el agujero: rechinó al rozar contra las paredes hasta que en un momento, ¡pluck! Había llegado al fondo. Marcel les dijo que abajo había una caverna llena de agua.

Se sentaron alrededor del caño. Se esfumaron los temores a los extraños ruidos del campo y las extensas sombras que producía la luz de la luna. En cambio, conversaron de cosas que pasaban en sus vidas. Estaban cambiando, se sentían raros. Entraban a la adolescencia, llena de energía y vitalidad.

Toby, el perro de Juan, iba con ellos. Era pequeñito y de pelo blanco revoloteado. Aun echado, no paraba de gruñirle a ese caño e inclinaba la cabeza hacía los lados como si oyera algo en su interior.

―¿Escuchará algo? ―dijo Nicolás, observándolo con atención.

―Puede ser, la caverna hace ruidos que nosotros no escuchamos ―contestó Marcel.

―Ajám ―replicó Nicolás sin más.

Más tarde, emprendieron la vuelta pues aún debían asearse y cenar.

―Vamos, Toby. Se nos hace tarde ―le dijo Juan a su perrito.

«¡Guau! ¡Guau!»

Toby se paró frente al caño. Le ladraba con insistencia.

«¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!»

―Tu perro está loco, Juan ―dijo a lo lejos Marcel, alumbrando con su poderosa linterna al perrito.

Marcel se equivocaba: Toby no estaba loco... estaba muy cuerdo.

2

Una vez se hubieron ido, el pozo quedó en completo silencio

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Una vez se hubieron ido, el pozo quedó en completo silencio.

Del extremo más alto de aquel caño se asomaron unas manos diminutas. Se elevó un arrugado hombrecillo de poco más de veinte centímetros. Luego salieron dos más. Bajaron aferrándose del caño con ambas manos. Su piel era como la de una rata sin pelo y el vientre les sobresalía. Lucían débiles y chupados.

Noches de espantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora