Capítulo 2

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Dejemos claro quién toca a quién

Llegando a la cárcel, pude oír desde cierta distancia gritos de los reclusos y algunos golpes demasiado fuertes. No podía creerme que me hubiesen cogido. En cuanto fuera liberada de nuevo, estaba dispuesta a acabar con la miserable vida de todos los hombres que siguieran sueltos durante mi encierro. 

- Entra, monstruo- me ordenó uno de los vigilantes que estaba en la puerta de la cárcel. Era gigantesca: casi tres campos de fútbol de largo por uno de ancho. Y eso era sólo el patio. El resto de la penitenciaría era un edificio de color gris con rejas en lugar de ventanas y una gran extensión por detrás que yo no podía ver. Por el olor identifiqué el cementerio y la incineradora. 

- Vuelve a llamarme así y te incluiré gratis en mi lista- amenacé.

Mis ojos rojos estaban apagados, por un popurrí de sentimientos que no podía comprender. Furia por mi captura, tristeza por no poder seguir salvando más vidas de las que arrebataba, miedo por no saber qué me esperaba dentro... Todo esto provocaba en mí un desdén increíble, y que mis ojos perdieran su brillo y se me quedaran del mismo color que la sangre seca, opacos e insulsos. 

Me vi dentro del edificio, en la recepción donde se asignaban número y celda a los reclusos. 

- Yaseichi Akira, "Akahebi"- empezó a decir un hombre de mediana edad leyendo unos informes antes de pasar a otra hoja y escribir en ella mis nuevos datos-. Reclusa femenina, número 2, celda 569. 

- Para el carro, viejo- interrumpí mientras empezaban a arrastrarme por los pasillos para llevarme a mi celda-. ¿Has dicho número 2? ¿Es que aquí no hay mujeres?

- Eres la segunda... y con suerte lo seguirás siendo- me contestó el hombre.

- ¡No me toques!- le grité a uno de los guardias cuando me cogió del brazo. Me lo sacudí de encima y corrí de nuevo ante recepción, agarrando de la pechera al hombre y tirando de él hacia mí-. ¿A qué te refieres con eso? ¿Por qué soy la reclusa número 2? ¿Y la 1?

- Todas las mujeres criminales que han pasado por aquí han corrido la misma suerte. Y no es raro, puesto que en una penitenciaría con más de 500 criminales masculinos... Los deseos carnales de los reos se vuelven salvajes. Todas ellas han muerto, y sólo una se mantiene en pie porque es la pareja de uno de los miembros de la banda más peligrosa de la cárcel. Con un poquito de suerte, a lo mejor encuentras a alguien que te proteja y...

No le dejé terminar. Mi furia era tal (aunque no la dejaba mostrar, camuflada detrás de una máscara de indiferencia) que le mordí justo en la garganta y se la arranqué de golpe, dejándolo desangrarse y con el esófago y la tráquea asomando. El único indicio de mi rabia era que jadeaba sin motivo. 

A golpe de porras, prácticamente me arrastraron hasta mi celda, donde me metieron de cabeza para que me cambiara. Me sentí asquerosamente mal: la puerta era de rejas, pero por suerte todos los reclusos estaban en el comedor. Me apresuré a cambiarme y apreté los dientes mientras lo hacía. El uniforme era un mono negro de raso con una nube roja en la espalda, símbolo de los peores criminales de la historia. Los zapatos también eran negros, bastante finos aunque con una suela dura de goma. Mi pelo negro, liso y por la cintura, destacaba con su brillo sobre el mono. Ya estaba lista. 

- Tú, tío de la porra- le solté a uno de los vigilantes. Él me miró molesto. No estaba para cortesías, ni él ni yo-. Ya estoy lista. 

- Bien. Te llevaré abajo para que comas algo. 

- Más te vale que no sea en doble sentido...- siseé. Él se limitó a abrirme la celda. 

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Ya abajo, el rumor de tooodos los criminales era casi un zumbido de abejorros volando. Yo temblaba por dentro, y estaba muerta de miedo, pero si había acabado aquí era porque era muy fuerte. No iba a dejarme intimidar. Por muchos hombres que fueran. 

Tenía que dejar claro quién tocaba a quién. 

Y con éstas, el vigilante me cerró la puerta y me dejó sola... con 567 hombres criminales. 

La Cárcel AkatsukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora