Capítulo 18: Una larga noche.

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MARCEL

Navidad, sinónimo de familia reunida; ésta... familia reunida, sinónimo de caos.
Mi madre está en su momento de ser histérica. La cena con la familia de papá, a última hora se decidió que sería aquí en la casa, y mi querida mamá corre de un lado a otro buscando lo que probablemente tenga justo en su mano.
     —Mami ¿qué buscas?— pregunté con una sonrisa burlona.
     —Mis... llaves— respondió viendo su mano; Touché. —Voy al súper mercado, por unas cosas que le faltan a Catina, ya vuelvo— Tomo su bolso y salió a toda prisa dejando la puerta entre abierta. Me levanté para cerrarla, pero cuando iba a tomar la perilla para empujar la puerta, un intento del súper héroe flash, me dejo en el piso.
     — ¿¡Qué pasa contigo Sergio!?— pregunté levantándome del piso con una mirada asesina y cerrando la puerta de un portazo.
     —Perdón hermanita querida, tengo que comprar un regalo para Andrea, para esta noche.
     — ¡Oh, claro y tu novia es más importante que yo!, ¿Ya comparaste MI regalo?— volví a preguntar con las ganas de lanzarme encima de él y ahorcarlo, junto con su novia.
     —Por eso digo que... tengo que ir de compras, adiós— se despedió dando la media vuelta y desapareciendo instantáneamente por la puerta de la cocina. Me volví hacia el otro lado y mi otro hermano Francisco yacía sobre el sofá mirándonos divertido.

     — ¡Y TÚ! ¿YA COMPRASTE MI REGALO?— me volví a él, como si fuese la mismísima exorcista y le  pregunté a la mitad de un ataque de histeria y con mi tic del ojo presente. Él me miro y se levantó instantáneamente del sofá para salir corriendo escaleras arriba. — ¡Eso creía, COBARDES! ¡MÁS LES VALE QUE SEA ALGO QUE ME GUSTE!
     —Señorita...— comenzó a decir Catina, a lo que yo me voltee con ganas de arrancarle la cabeza y respondí:
     — ¡QUÉ!— ella se sobresaltó y me miró un poco asustada, aunque, ya está acostumbrada a esto.
     —Necesito que me ayude en la cocina, su madre me lo ordeno.
Genial.
     — ¿Acaso mi madre quiere que incendie la casa?— dije mientras caminaba a la cocina.
     —Supongo que sí, señorita— respondió graciosa.
     —Oh, cierto, quiere que envenene a mis abuelos— comenté riendo.
Digamos, que mi abuela, es… la típica suegra que no le cae bien a nadie, y a mi madre, ellas se odian mutuamente, y no, no es metáfora.
     —Tampoco es para tanto Marcel— dijo Sergio a mis espaldas. Al escuchar su voz, fue como si me hubieran dado una puñalada en la espalda; me voltee con los ojos casi saliendo de mis orbitas y arrugaba la nariz.
      — ¡SIGUES AQUÍ!—y fue lo último que me decir escuchó antes de que se escuchara un portazo apurado al otro lado de la casa. — ¿Qué tengo que hacer Catina?— pregunté recuperando la compostura.
     —El pavo señorita.
Comprobado. Mi madre quiere que haya una masacre, pero por infección estomacal.

˜***˜

Habían pasado alrededor de tres horas; el pavo, estaba... visiblemente listo (si quedó crudo no es mi culpa), la mesa está elegantemente decorada, con mucho dorado y rojo de por medio; mis hermanos llegaron de sus compras de último momento y los obligué a envolver todos los regalos, tenían que aportar algo a la causa. Mi madre llegó con las cosas del postre, y Catina lo hizo en no mucho tiempo. Papá terminó con todas las luces que según mamá hacían falta y ahora nos estamos terminando de alistar para la cena. Los abuelos se toman muy enserio esto de la elegancia y la perfección, así que... Estoy obligada a usar vestido y tacones, aunque no me molesta; sólo que hoy pensaba usar algo más cómodo, ya que hace frío.
Nos despedimos de los empleados deseándoles a todos una feliz navidad y año nuevo. Extrañaré a Catina, a Don Pedro, y a David; la cocinera, el jardinero y el chofer, respectivamente.
Mis hermanos tenían smoking negro, igual que papá; mi madre y yo llevábamos vestidos, el mío color blanco y el de ella color dorado.
Estábamos sentados en los sofás esperando que él no tan querido timbre suene; odio ese timbre, se escucha por toda la casa, si estoy en el jardín trasero, hasta allá se escucha que alguien toca, es muy molesto.  Se anunció por toda la casa el llegado de los abuelos y los tíos. En realidad, los quiero, son mi familia... pero, somos tan diferentes; ellos esperan que yo sea una abogada, una doctora, una arquitecta, hasta una política, pero no, yo solo quiero una profesión normal.  Obvio mis hermanos son los reyes, yo... soy la cenicienta. Desde que nací ellos han sido los preferidos, no lo sé... es complicado, y agregando que mi madre no es la nuera perfecta. La bomba explota.
Nos sentamos todos en el gran comedor y mi madre me hizo un guiño para acompañarla a servir la cena. Mi cara de frustración ya estaba presente.
Tome los platos y los lleve a la mesa para colocarlos en cada lugar.
     —Marcel, querida, ¿ahora tu eres empleada?, ¿Cómo es que dejan ir a la servidumbre tan pronto?— preguntó la abuela con sus famosos aires de superioridad. Yo apreté los dientes para que de mi boca no salieran algunas palabras que no quisiera escuchar. Los demás en la mesa rieron y yo solo fingí una sonrisa.
     —Mamá, es navidad, los empleados también tienen derecho de pasar tiempo con su familia— intervino papá con una mirada de disculpa hacia mí.
     —Claro— respondió indiferente. Yo negué con la cabeza y me adentre otra vez a la cocina con la sangre hirviendo.
     —Es solo la cena, y nos vamos con mi mamá ¿sí?, aguanta un poquito, ya los conoces— me dijo mamá al ver mi cara, que seguramente estaría roja de rabia. Yo asentí y volví a la mesa con los bollos en mis manos, ya mamá había colocado el pavo y la ensalada.

     — ¿Quién hizo el pavo querida?— preguntó mi tía refiriéndose a mi madre.
     —Ca…
     —Yo— interrumpí a mamá. No quería que si algo salía mal, culparan a Catina, ella no merece que mi familia la humille por algo tan insignificante como el pavo de navidad. Además, es cierto. Mi tía me miró con disgusto, para luego mirar el pavo y asentir. Como espero que el pavo te de una diarrea extrema. Como quisiera decirles unos cuantos testamentos, que saldrán de lo más profundo de mi corazón.

˜***˜

La música clásica predominaba en el lugar; esto ya me canso.
Toda la noche, los abuelos, tíos, y por maldición primos, han estado hablando de marcas, de dinero, dinero y dinero; que la bolsa de valores... que la vecina compró un Lamborghini, y cosas así; ¡a mí que me importa!
     —Marcela querida, se nota que esta conversación no te interesa— comentó una de mis primas.
     —Qué falta de educación y cultura— respondió su madre.
Ahora sí, hijas de mi abuela; ¡me llamaron por mi nombre completo!, ¡falta de educación y cultura!, ¡al rábano los modales y la familia!
     — ¡Falta de educación y cultura!, ¡a qué le llaman cultura, ¡¿a hablar toda la maldita noche de dinero?!— mi mamá me tomo del brazo para que no me levantara, pero lo aparte y con la palma de mi mano golpee la superficie plana de la mesa con toda la rabia y me levanté ocasionando que la silla hiciera un chirrido desagradable— ¡Yo ni siquiera sé cómo se llama el músico más reconocido de eso a lo que le llaman ópera! Y SABEN QUÉ, ¡Ya estoy cansada! ¡CANSADA DE USTEDES Y DE SU ESTÚPIDA CULTURA!, ¡eh, estado aguantándolos toda la noche y además de 16 años de mi vida!, ¡ya no soporto a ninguno de ustedes, A NINGUNO! ¡Quédense con su maldita posición económica, yo me largo!— solté dejándolos a todos totalmente perplejos por todo lo que dije, miré a mis hermanos y a mis padres, yo quería llorar y ellos trataban de contener una carcajada. Me quite los tacones y corrí escaleras arriba. Llegué a mi habitación y me coloque mis preciadas vans, me coloque un abrigo de lana y salí de nuevo al comedor.
Todos seguían ahí sin decir nada, ni una sola palabra. Les afecto más de lo que imaginé.

     —Lo que dijo ella— me apoyó Francisco levantándose de la mesa al igual que Sergio.
     —Que pasen bonita velada señores, nosotros nos vamos a otro lugar— agregó Sergio caminando hacia mí. Y algo me llamo la atención.
     — ¿A qué hora se cambiaron los zapatos?— pregunté sonriendo.
     —Nunca nos pusimos los correctos— respondió Francisco guiñándome un ojo mientras tomaba las llaves de su auto.
     — ¡Jóvenes, quien les enseño esos modales! ¡Vuelvan aquí ahora!— gritó el abuelo atrás de nosotros rojo de rabia.
     —Pueden desheredarnos viejo, no nos importa, ¡Nos vemos en tu casa mamá!— respondí cerrando la puerta detrás de mí.
     — ¡Esos cinco!— celebró Sergio en el asiento trasero, para que chocáramos las palmas.
     —Pensé que nunca te revelarías— me dijo Francisco gracioso mientras arrancaba el auto.
     —YO sí soy capaz, COBARDES—  recalqué  juguetona encendiendo la radio, ellos rieron.

˜***˜
     —Vaya, hoy los dejaron salir pronto de la tortura— se sorprendió la mamá de Nicolás mientras abría la puerta.
     —Mejor dicho, hoy mamá y papá llegaran tarde—  respondió Sergio quitándose su saco.
     — ¿Qué hicieron chicos?— inquirió mi tía con un toque de gracia.
     —Digamos que... dije lo que me había estado guardando desde hace tiempo— admití totalmente sonriente tomando un vaso con soda.

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