29• Autodestrucción

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Mis sentidos habían vuelto en sí, y de nuevo, yo volvía a estar sumida en mi propia pesadilla con vida propia. Ya no veía lo mismo, pero como esperaba, el sentimiento de miedo todavía no había decidido abandonarme. Cuando me incorporo rápidamente sobre el sofá, la primera mirada que capto es la de Scarlett; está petrificada, mirándome de soslayo, mientras intenta fingir que nada de esto ha pasado realmente. Estoy llorando; pero no me percato de ello hasta que me paso la palma de las manos sobre los párpados de los ojos. Estoy enfadada; triste; y con ansias de venganza al mismo tiempo. ¿Cómo pueden controlarse tantas emociones? ¿Cómo si quiera pueden compajinarse? Bueno, la respuesta es sencilla. No hay nadie con quién descargarlas. Ethan ha huido, como siempre. Y aunque no me sorprende, tampoco me parece una situación demasiado familiar.

¿Por qué tenías que fijarte en un asesino Amy? ¿No son mejores los chicos malos a secas?

Me levanto con avidez del sofá. Por el camino Scarlett me agarra por la muñeca para intentar detenerme, pero con un movimiento rápido consigo soltarme por mí misma. No quiero que me busque, que me de alguna explicación que convierta todo lo demás en mentira. No quiero nada suyo, si lo único que hace con sus mensajes subliminales, es destrozarme. Sabía que no tenía que fiarme. No hay nada menos seguro que no creer en uno mismo.

—Creo que puedo explicártelo...

—Ni te molestes.

Esa es la última frase que pronuncio antes de abrir la puerta de par en para y salir de la casa cochambrosa, dando un portazo. Oigo los cuadros tambalearse de sus clavos; varios botes de cristal temblorosos sobre alguna mesa, y los gritos de Scarlett suplicantes, rogándome que vuelva. Pero lo inoro todo. Ignoro las miles de sensaciones que me abruman en estos momentos, y paso por alto mis pesadillas, para cederle el turno a la realidad. Creo que ya está bien de tanta fantasía.

Lloro; lloro en silencio, pero el agua que desborda el cielo, tapa mis lágrimas con las suyas. Quizás esto solo había sido la señal que necesitaba. Algo que me advirtiese del peligro futuro. El detonante de la bomba. Quizás es cierto que es mejor llorar por lo no vivido, que hacerlo por lo que perderemos. Algo así cómo una advertencia. Al igual que la lluvia. Quizás esta era otra clase de advertencia diferente.

Y lo único que estaba claro, es que ya no voy a llevarme más carteles de stop por delante.

Ethan se había ido, me había dejado. Esa había sido la señal definitiva del destino. Si no pueden afrontar la adversidad, no merece la pena que se queden para aguardar tus logros.

Saco el móvil de mi bolsillo trasero del pantalón, con las manos temblorosas, y comienzo a buscar a tientas entre los contactos. La llamada se descuelga a los tres pitidos.

—¿Diga? —Nunca antes había anhelado tanto su voz medio ronca.

  —Thalia —ahogo un suspiro involuntario, pero me sorbo los mocos con un ruido desagradable—. Te necesito.

Comienzo a sollozar contra el altavoz del teléfono, mientras escucho diversas maldiciones al otro lado de la línea.

—Amy, ¿estás llorando?

A la mierda el orgullo; el ocultar que no estás herido, ya no merece la pena. Cansa pasarse la vida entera fingiendo. No está mal derrumbarse de vez en cuando, y dejar que los demás se apiaden, y cuiden de tí.

—Ven a por mí, por favor —ruego con un muy fino hilo de voz.

—Vale, vale, vale. —Su voz suena apresurada. Oigo como varias cosas se caen al suelo, y después un ruido ensordecedor al otro lado del altavoz—. ¿Dónde estás? Y prométeme que vas a mantener la calma, ¿vale?

Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora