XI

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—L-lo siento, no puedo —había dicho Charlotte segundos atrás justo cuando el favorito de la noche llevaba la mano a su espalda para quitarle el sujetador—. Francis, quítate de encima. Lo digo en serio —dijo empujándolo del pecho. El muchacho la miraba, ella leyó la confusión.

—¿Ya no soy suficiente para ti como hace dos meses? —inquirió, se comenzó a vestir de mala gana.

—Probablemente, pero no es eso. Simplemente esta noche no puedo —mintió.

Sin el mínimo rastro de pena, se bajó de la cama, recogió su ropa del suelo al tiempo que se la iba poniendo. Se miró las manos como si ellas tuvieran la respuesta de lo que le sucedía. Al entrar a la habitación estaba segura de querer hacerlo, llevaba tiempo sin tener una noche intensa. Al estar en la cama, recibiendo besos sobre su fina piel, empezó a sentir un sentimiento que no supo cómo llamarlo. Algo en su interior se oscurecía más por cada beso que aceptaba, como si una tristeza inmensa se apoderara de ella.

No sintió esa euforia; no disfrutó, sino al contrario, estuvo siendo torturada por una fuerza invisible. Y varias veces vio una cara que le dejaba los pelos de la nuca crispados, un rostro oculto por sombras distintas cada vez que aparecía. Así permitió que le quitara la ropa, devolvía sin la intensidad normal los besos del muchacho. Él ni por enterado se dio. Fue hasta que sintió la mano rozarle la espalda y su corazón se contrajo de una manera muy peculiar que las sombras que tapaban parcialmente la cara se desvanecieron, dejando ver un William triste y decepcionado.

En ese momento había parado su mundo, ¿qué demonios hacia ese rostro acompañándola en momentos como ese? Tampoco quería una respuesta. Había abierto la boca y hablado, Francis tendría que entender que no se puede si la mujer no quiere. Francis era de los juguetes de Charlotte, unos cuantos más igual lo eran al final de las fiestas. La diferencia era que no lo frecuentaba tanto, no era el mejor de todos... y parecía saberlo por la frustración que dejaba filtrarse por sus poros.

—¿Hay una persona? —dijo Francis abriéndole la puerta del departamento. Charlotte se le quedó viendo al no entender a que se refería—. Si te gusta alguien, me refiero. ¿Brad o el chico de la tocada en casa de Priscila?

—No, no, nadie, Francis —contestó apoyándose en el marco de la puerta—. No te cambio por otro, pichoncito —le dio un beso de piquito—. Solo no puedo hoy.

—Eres una perra, ¿sabías? Llevar a un hombre hasta ese punto y terminar como si nada —comentó Francis viendo por el pasillo.

—Supongo que estoy acostumbrada.

Charlotte se debatió entre llamar a Paolo o llamar un taxi. Si optaba por la primera opción despertaría al chofer; con la segunda gastaría más dinero de lo que quería. Optó por la segunda por el bien del sueño de Paolo. El conductor no paró de hablar en todo el trayecto, alrededor de diez o quince minutos. Vitoreo internamente al bajarse del coche amarillo. No más chismes sin interés para ella.

La noche aun no llegaba a su fin para Charlotte. Le quitó el candado a su motocicleta, comprobó que seguía prendiendo. Se puso el casco y volvió a salir a la calle.

En esta ocasión no fue a la carretera para sentir la velocidad mezclada con la adrenalina, las calles al estar más tranquilas que de costumbre eran perfectas para eso. Conforme pasaba el tiempo, Charlotte iba bajando la velocidad. Al llegar a un semáforo se dio cuenta que no sabía a ciencia cierta dónde estaba parada. El rumbo era bonito, lleno de residencias adornadas con flores y altos árboles. Manejar por ahí fue un tranquilizante para ella hasta llegar al parque.

¿Cuántas eran las posibilidades de ver a tu mejor amiga en una escena empalagosa a las dos de la mañana en un parque por el que no sueles pasar? ¿Menos de la mitad? Pues Charlotte estuvo dentro de esa pequeña cantidad. Hasta aminoró para ver con mayor nitidez y no un borrón por el movimiento. Al principio estaba dudosa de si era o no su amiga, pero esas pequeñas facciones no se veían cualquier lugar. Milagro fue no haberse caído al reconocer a la otra pareja, tardó más que con Felicia, eso es verdad, aun así la sorpresa de ver al castaño besando a su mejor amiga con tanta delicadeza y suavidad fue mayor de la que hubiera esperado. Todas sus reacciones no se las esperaba, sobre todo ese golpe al estomago que sintió haber recibido. Al final se llevó la mano a la boca para evitar que un grito de sorpresa escapara de su boca.

Piedra, papel o besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora