[3] Capítulo 12

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LUI... URIELE
(Él... Uriele)

.

Hanna había sido ahí, en el laboratorio, un mero requisito para que le entregaran el sobre con los resultados a Raffaele; ella ya conocía el resultado, por ello es que no dijo nada cuando, apenas la persona en mostrador se lo entregó, Raffaele casi se lo arrebata.

Ni ella, ni Raffaele, se dieron cuenta cómo es que Uriele miró a otro lado, insatisfecho, avergonzado.

Raffaele abrió los resultados y, no comprendiendo el alemán, agitó las hojas frente a su hermano gemelo, a la altura de su pecho, pero sin soltarla y sin mirarlo tampoco. Uriele asintió ligeramente antes de tomar los resultados y leer para él lo que decía, bajito, sin ninguna gana. Raffaele no preguntó si estaba seguro, si dominaba bien el idioma, si debían preguntarle a alguien más. Se quedó quieto por un momento, con el rostro lívido, los labios apretados, sin ver a nadie en particular y... luego dejó el laboratorio. No andaba rápido, no escapaba, no huía.

Hanna tampoco lo observaba a él; no hacía falta.

—¿Y ahora qué? —se escuchó preguntar. Tal vez no se lo había preguntado a Uriele, pero habló en voz alta, con la cabeza gacha.

El muchacho la miró; aún sujetaba las hojas. Se dio cuenta de que ella tenía los ojos enrojecidos.

—Nada —le dijo, y notó que a ella le temblaba el labio inferior.

—Va a llevárselo, ¿cierto? —finalmente lo miró.

Uriele se sintió arrepentido de lo que había hecho. Por un momento se sintió profundamente egoísta, pero... luego ya no: ¿acaso ése niño no tenía todo el derecho a su padre?

—No —respondió él, totalmente convencido de ello—: yo no voy a dejarlo y aunque no fuera así, aunque no estuviera para impedirlo, ¿a dónde exactamente va a llevarlo él, con su esposa?

—¿Esposa? —apenas preguntó ella.

Uriele se rió para sus adentros.

—Sí, ¿no te lo dijo? Hace ya cinco años que está casado. Tiene dos hijos. No va a arriesgarse a perderlos. No intentará quitarse a tu bebé —le dijo.

Pero Hanna no estuvo nada segura.

.

Uriele y Hanna hablaron por largo rato: ella estaba temerosa y él estaba jurándole que no tenía nada de qué preocuparse —le dijo, en diversas ocasiones, que podía llamarlo a él siempre que necesitara algo. Lo que fuera; acudiría enseguida—, luego la llevó a su casa, donde Hanna se sentó a llorar hasta que se llegó el momento de buscar a Mika en el instituto de regularización.

A su hermano no le dijo nada. No sabía cómo ni el qué.

Tampoco Raffaele le dijo nada a su hermano; cuando Uriele llegó a su apartamento, su gemelo ya no estaba. Aquel fin de semana, nuevamente, los gemelos no se vieron en Italia; Raffaele no acudió a casa de sus padres, con su familia..., ni Uriele tampoco, con Irene, se quedó en Alemania, esperando.

Una semana más tarde, el primer lunes de noviembre, Raffaele telefoneó a su hermano y le preguntó si podía ayudarlo a instalar a Hanna en una casa más segura; al parecer, no le había gustado el barrio donde vivía ella. Y Uriele aceptó, naturalmente —aunque sabía que ella estaba cómoda donde vivía—, aceptó feliz de tener un motivo para acercarse a ella, pues la muchacha no había abierto su estudio fotográfico en días y eso estaba preocupándolo.

Pidió a su asistente buscarle casas bonitas, cercanas a avenidas comerciales para facilitarle las cosas con su negocio, pero, dos días después, fue él quien encontró el lugar perfecto: a cuatro calles de su apartamento recién terminaban un edificio de lujosos departamentos que, además de vigilancia en la entrada, en la parte baja contaba con locales comerciales amplios y visibles. Uriele eligió uno en el sexto piso, con terraza, que tenía una vista preciosa, también apartó un local, el más visible. La buscó luego, cuando no estaba Mika, y la encontró pálida, triste; ella lo recibió en su estudio cerrado y, tras comprobar que no estaba con Raffaele, lo invitó a pasar, entonces él le entregó un sobre con efectivo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora