La luz del mediodía se filtro en las pestañas escasas de un viejo, y una figura difícil de determinar le dirigía palabras que comprendía. El viejo se atrevió a abrir más sus ojos para dar cabida a la figura que se agitaba enfrente. Un pedazo de cartón le abanicaba precariamente la cara; unido al cartón, la mano que lo agitaba parecía sostener a la vez que el, que se empeñaba en hacerle sombra y librarlo de las moscas que ya se lo disputaban en medio de su alegato ininterrumpible de zumbidos. -Mucho gusto, Única Oconitrillo para servirle.-
El hombre se incorporo y miro a la mujer. El tenia esa cara de asombro de quien se ha dado por muerto y de pronto, sin previo aviso, se despierta para comprobar que aun no le había sido dado el beneficio de la muerte.
-Llevo por lo menos dos horas aquí sentada cuidando que no se lo almuercen las moscas ni los zopilotes, señor.-
Al hombre aun se le hacia difícil entender las palabras; estaba quemado por el sol y confundía lo humores fétidos del basurero con un ruido dentro de su cabeza. Única Oconitrillo le ayudo a levantarse y lo codujo hasta su tugurio, donde le ayudo también a despojarse de un poco de ropa de más que andaba encima y abajarse poco a poco la fiebre para que sobreviviera en aquel Más Allá donde la muerte, por lo general prematura, acumula todo lo que la ciudad desecha.
Varias horas después, el hombre se sentía físicamente mejor. Única lo había cuidado casi todo el día, descuidando así sus labores de biorrecicladora; pero el hombre aun no hablaba, y no hablo en los dos días siguientes, en los que se limito a sentarse a la puerta del tugurio a contemplar los movimientos del basurero.
Al tercer día Única se desespero:
-O me dice usted por lo menos como se llama, o yo no me hago mas cargo de usted....
Logro atacar la mirada del hombre y no pudo evitar un sobrecogimiento al verlo a los lejos.
El hombre recordó su nombre y lo retuvo en su mente solo un momento. Ese nombre ahora era el nombre de otro; sobre el había perdido ese nombre todas sus funciones clasificatorias capaces de distinguirlo de los demás costarricenses. Su numero de cedula también bailo una danza de payasos con el numero de su calle y el color de su casa, antes de hundirse para siempre en el basurero de su nostalgia.
El hombre ya no tenia nombre, y la mujer le estaba exigiendo uno.
A cambio de tantas atenciones brindadas por la mujer buzo, el viejo trabajo durante unos momentos en la fabricación de un nombre nuevo que se ajustara a lo que estaba comenzando a ser. De lo más oscuro de su mente, y en analogía evidente con el basurero, el hombre elaboro un nombre extraño y grotesco para alguien que en otro tiempo se había reconocido en su rubrica, y en sus apellidos había reconocido por lo menos durante sesenta y seis años su ascendencia familiar, pero que a Única Oconotrillo, por el contrario, no pareció irritar en lo más mínimo. El viejo se incorporo, respiro el omnipresente aliento fétido del basurero y dijo:
-Señor, me puede usted llamar Momboñombo Moñagallo, y si le intriga saber que diablos estaba haciendo yo ahí tirado el jueves pasado, también se lo voy a decir. Señora yo estaba ahí tirado entre la basura porque el jueves pasado, a eso de las siete de la mañana, a la hora que pasa el camión recolector, tome la determinación de botarme a la basura. Me levante de madrugada, acomode todo en su lugar, ojee por ultima vez las viejas fotografías de mi familia, le abrí la puerta de la jaula al canario, cerré mi casa, y ¡listo!, me bote al basurero. Me monte por mis propios pies al camión de la basura, y debía estar ya tan resuelto a ello que los señores recolectores ni me sintieron extraño; me trajeron hasta aquí y supongo que la hediondez del sitio sumada a mi estomago en ayunas dieron conmigo en el estado lamentable del que usted tan gentilmente me recogió.-
Única Oconitrillo lo miraba largamente con un gesto bobalicón, sosteniéndose la mitad de la cara en la palma de la mano y al rato un "!jadio!" se le salió solo de la boca.
Única comenzó a hablar sola:
-¡Eso es lo que yo siempre he dicho, siempre; vea por ejemplo, este hombre esta bueno, ¡ah!, pero no, el desperdicio es tal que se tira a la basura cuando todavía se le puede sacar el jugo un buen rato más!...
Y siguió moliendo palabras entre sus dientes postizos hasta que Momboñombo Moñagallo la interrumpió para preguntarle si tendrá por ahí una taza de café que le pudiera ofrecer.
Única le contesto lo que contestaba siempre:
-Si hay, pero esta sin hacer.-
El Bacán había seguido de cerca la recuperación del hombre; realmente se alegro cuando supo su nombre y que hablaba; se alegro sobre todo porque el Oso Carmuco ya venia con los Santos Oleos a la casa de a Única.
Momboñombo Moñagallo vio en la entrada del tugurio a un hombre vestido de sotana púrpura, con la Biblia bajo el brazo y unos frasquitos de vidrio en la mano. Única lo tranquilizo; despidió al Oso Carmuco y le explico a su huésped de quien se trataba. El Oso Carmuco era un buzo más de los de abordo, pero un día se encontró entre los desperdicios una sotana púrpura en más o menos buen estado. Guardo la prenda en su tugurio hasta el día que se encontró a El bacán leyendo una Biblia que también había ido a parar ahí, y lo interpreto como una señal. Se vistió con la sotana, tomo la Biblia y se ordeno sacerdote.
Ahora Momboñombo era el del gesto bobalicón en su cara. Vio como se alejaba el Oso Carmuco hacia el mar de las gaviotas negras y pensó en la ironía de que hasta Dios botara en aquél sitio lo que ya no le servirá.
-Este es el Bacán, mi chiquito-le dijo Única. Momboñombo miro al joven y le calculo alrededor de veinte años. Era alto, flaco, de tez blanca ennegrecida por el sol y los vapores del basurero, de ojos verde oscuro, barba negra y una mirada a la vez dulce y preocupante en su gesto. El Bacán no era hijo de Única, ella lo había recogido, o más bien, se lo había encontrado ahí en el basurero hacia dieciocho años.
-Yo estaba sentada almorzándome una pizza fresquita que llego en el camión de las once...
Unica guardo la pizza en la bolsa del delantal que era parte de su indumentaria y corrió hacia el niño. Andaba solo y con tal aspecto de tranquilidad que Única no pudo creer que nadie lo estuviera cuidando. Lo tomo en brazos y le pregunto su nombre... el niño no hablaba aun pero le respondió "Bacán, Bacán"; y cuando le pregunto su edad, el le mostró dos deditos de su mano; desde entonces fue el hijo de Única, su único hijo, el niño que nadie supo como llego al basurero y nadie reclamo nunca.
Momboñombo Moñagallo vio que el niño se había convertido inmediatamente en el sentido de la vida de Única Oconotrillo, aquella mujer que fue maestra agregada, es decir, de las que ejercieron sin titulo y que después de jubilada, la vida la llevo poco a poco al gran botadero de basura de la ciudad de San José, ubicado al sur en un barrio que como ironía del destino, llevaba por nombre Río Azul.

Unica Mirando Al MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora