TODAS LAS CANCIONES DE ROCK (parte 1)

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Prólogo

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Prólogo



A sus once años, Santiago no recordaba haber visto jamás nada igual. Era una sofocante mañana de verano, las golondrinas planeaban bajo un cielo diáfano y la sierra de Gredos se alzaba majestuosa sobre las encinas de la dehesa.El calor había aletargado los sonidos de la naturaleza y en el intenso silencio del llano apenas llegaban, en sordos rumores, los lejanos ladridos de los perros pastores, el zumbido de los insectos y el crujir de las secas espigas bajo los pies del muchacho.

Pero la mente de Santiago se encontraba muy lejos de semejantes banalidades. Su pensamiento y su alma estaban completamente absortos en una cosa asombrosa, algo que superaba en abismos de distancia las expectativas que cualquier chico de su edad pudiera albergar ante las posibilidades de un pueblo tan pequeño e insignificante como Vistaclara.

Sobre su cabeza se erguía,solemne, una vetusta encina de proporciones admirables. Su tronco corpulento y grueso surgía voraz de entre la maleza y se alzaba hasta desplegarse en cuatro fornidas ramas que se extendían, casi horizontalmente, en diferentes direcciones. Sus oscuras hojas verdes poblaban la copa y caían unas sobre otras hasta acariciar el suelo,produciendo un espeso follaje a su alrededor.

Aunque las colosales proporciones de la encina la hicieran destacar entre sus iguales, no era esto, precisamente, lo que había llamado la atención del niño,si no algo realmente llamativo que había logrado vislumbrar entre sus hojas cuando pedaleaba en su bicicleta desde el camino adyacente al prado.

Al principio solo fue un rápido destello, un fulgor que apenas llamó su atención, pues era cosa común que los campesinos utilizaran objetos brillantes para ahuyentar a los pájaros. Pero el fulgor apareció de nuevo tras varios pedaleos y Santiago constató entonces que aquel resplandor era mucho más llamativo y brillante que ningún pequeño objeto metálico colocado de cara al sol. Rielaba entre el follaje del árbol al final de aquel extenso prado, cuya cancela de hierro forjado conectaba directamente con el camino y se encontraba escoltada por dos pequeñas columnas de piedra. Era esta cancela de color verde oscuro y estaba dividida en dos láminas unidas por un tosco cerrojo. A continuación de las columnas se extendía un bajo muro de grandes piedras colocadas unas sobre otras hasta alcanzar un metro escaso de altura. Este muro delimitaba el territorio del prado y lo separaba del camino y las cercas contiguas.

Movido por la singular curiosidad propia de los niños, Santiago frenó su bicicleta, la dejó caer en la orilla de la vereda y se detuvo frente al prado. Descorrió con esfuerzo el grueso cerrojo de hierro oxidado. Cuando la puerta se abrió, los goznes se estremecieron en un inquietante chirrido que rompió la quietud del paraje.

Se preguntó de quién podría ser el terreno y si el dueño en cuestión andaría por allí cerca. Aquello le resultó poco probable, al tener en cuenta que era pleno mediodía y el sol atacaba implacable sobre el llano.

TODAS LAS CANCIONES DE ROCK Trilogía del Otro Lado volumen IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora