La curiosidad mató al gato

201 22 9
                                    

Es verano. Una de esas noches que piensas en darlo todo porque hay concierto al aire libre y puede ser el último día que pases con tus amigos antes de que la rutina vuelva a instalarse en tu vida y no tengas tiempo para nada más que trabajo, trabajo y trabajo.

Estás de lo más cómoda. Ya llevas un par de cervecitas y empiezas a sentir que te sobra esa chaqueta que te has traído por si acaso hace fresco.

Llega el clímax del concierto, el final del que no quieres ser partícipe porque eso significa que los días de madrugón están por regresar.

Entonces termina y aunque el concierto ha estado genial te quedas con una sensación agridulce.

Pero en medio de la multitud que emprende su camino para regresar a casa, aparece él.

El dios de la belleza en persona.

Es como si la música todavía siguiese reproduciéndose en mi cabeza y acompañase el movimiento de sus caderas.

Todo parece suceder a cámara lenta.

Me da tiempo a observarlo de arriba a abajo.

Sus ojazos marrones de pestañas abundantes dan paso a una sonrisa de lo más blanca, cubierta por unos labios de un color que combina perfectamente con su piel bronceada. Lleva una de esas camisetas sin mangas que deja poco a la imaginación ya que veo sus brazos musculados y un trozo de su tableta de chocolate.

¡Mmmm! Cierro mis ojos.

Su pantalón tan ceñido, podría dejar a cualquiera sin respiración...

Todos. Chicas y chicos parecen girarse atraídos por una fuerza invisible.

Y se me acerca.

Empieza a tontear, incluso ronronea y me confiesa que está enamorado.

Me quedo sin habla.

¿A qué diablos ha venido eso? ¡¡Esa información estaba completamente fuera de lugar!!

Creo que pueden ser jugadas de mi imaginación o efecto de las cervezas. Pido a mi amiga que me de un pellizco, pero ¡auh! eso ha dolido. Entonces pienso, ¡vaya tío y que corte de rollo acaba de hacerme!

El chico se va y me digo a misma "algún fallo debía de tener" mientras me encojo de hombros dejándolo estar.

Sin embargo, al cabo de un rato regresa.
Ha dejado a sus amigos para venirse conmigo.

Nos tomamos unas copas. Él muchas más que yo, y me susurra:

—Quiero dormir contigo.

No me lo pienso dos veces y cedo. Soy mortal y como tal, tengo mis debilidades. La curiosidad es una de ellas.

La noche puede catalogarse como la mejor de mi vida. El chico sabe lo que se hace.

A partir de ahí pasamos varias semanas compartiendo sesiones de cervezas repletas de besos y alguna que otra siesta.

En cada cita no para de decirme lo mucho que yo le gusto, y empiezo a pensar que esto está volviéndose serio. Me confiesa que cuando me vio por primera vez y me dijo que estaba enamorado, era de mí. Que llevaba tiempo observándome y que lo había cautivado.

Mi autoestima está por las nubes.

Hasta que un día me quedo esperando con dos entradas de cine en la mano.

Su contestación es un simple mensaje que dice: “no me apetece hablar”.

Entonces, mi autoestima baja al inframundo.

Paso días enteros renegando de todo y de todos, pero de algo me ha servido ser tan curiosa. Desde ese entonces he descubierto:

1. Me encanta ir al cine sola.

2. Los tíos que se te acercan contoneando sus caderas son un tanto volátiles.

3. ¡No quiero más tíos en mi vida! Me paso al otro bando. ¡Chicas, venid a mí!

¿Una vuelta de tuerca? {Terminada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora