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Toda buena historia debe siempre tener un comienzo atrapante, alguna narración exquisita de sucesos introductorios con los cuales devorar renglón tras renglón, con los cuales absorberte párrafo tras párrafo. Lamentablemente, llevaba demasiado tiempo metida dentro de mi propia cabeza, ensimismada en mis pensamientos como para encontrar  una forma coherente y resolutiva de expresarme. Las palabras siempre habían estado naufragando en mis venas. El problema era sacarlas y engraparlas en una hoja de tal modo que no pudieran escaparse...

Un golpecito en el hombro hizo que arrancara mis ojos y mi mano del cuaderno que tenía en el regazo y dirigiera mi mirada a la persona de pie a mi derecha. Vi un par de labios moverse y después una sonrisa expectante pero de repente me sentía desorientada, ajena a la escena. Sentí una de mis cejas arquearse y los labios que ocupaban mi campo de visión volvieron a moverse. Llevaba puestos los audífonos y al momento de quitármelos el zumbido volvió, el mundo que había estado conteniendo se derramó en mis tímpanos y me hizo arrugar la nariz.

-¿Le traigo un poco de comida? ¿Alguna botana? -los labios que había estado viendo atentamente cobraron voz y al mover mis ojos más arriba, también adquirieron un rostro completo. 

Atiné a negar con la cabeza, la azafata asintió de nuevo con amabilidad entrenada y se giró al otro lado del pasillo a hacer la misma pregunta a los pasajeros vecinos.

Miré a mi alrededor antes de recargar la cabeza en el borde de la ventanilla y mirar hacia fuera. Tenía de nuevo los oídos cubiertos y una suave música de piano calmaba el silbido del ruido externo. El cielo gris que me había acompañado por varias horas ya se estaba desvaneciendo, las gotitas de lluvia golpeteando contra el cristal, todo se estaba yendo y ahora varios rayos de sol rebotaban entre las nubes y me lastimaban los ojos.  Recordé: estaba a once horas de casa, lugar donde debería estar durmiendo o por lo menos esperando a que el techo se aclarara lo suficiente para delinear las molduras que lo adornaban.

En Londres serían las cinco con veinticinco minutos de la mañana.

Aquí pasaban de las cuatro y media de la tarde.

Me estiré en el reducido espacio y algunos huesos de mi espalda tronaron adoloridos. A estas alturas debería haberme acostumbrado ya a este modo de viajar, al poco espacio para moverse, la comida fría, los vecinos de asiento que sufrían uno que otro ataque de pánico en el despegue e incluso a la pareja ocasional que se levantaba discretamente en dirección a los baños. Había viajado infinidad de veces de aquí para allá por todo el viejo continente pero no dejaba de sentir ese vacío en el estómago cada que había una turbulencia ni evitaba el dolor en el cuello al permanecer durante todo el viaje sin moverme

Cerré los ojos un momento, quitándome otra vez los audífonos, deteniendo la música y fue como reventar una burbuja. El suave murmullo del motor del avión y las conversaciones en voz baja adquirieron protagonismo donde antes había existido solo el sonido de mi respiración y una de las 4 estaciones de Vivaldi. Los sonidos más simples me parecían extraños, ajenos... Dado a que empezaba a reintegrarme al mundo normal no me gustaba el ruido. Estaba acostumbrada al silencio en el que podía sumergirme, a ese donde una poco a poco se fusionaba con sus pensamientos, donde me volvía mi propia compañía. Los últimos meses se habían tratado de eso. Y el escuchar de repente la voz de la azafata anunciando el aterrizaje me pareció de otro mundo. Todo se sentía desconocido. Me sentía desorientada, como si acabara de despertar de golpe de un sueño. O de una pesadilla.

Recordé a mi madre, tratando de limpiarse las lagrimas en el aeropuerto, como había fruncido los labios enojada consigo misma por llorar y luego enojada conmigo por dejarla. Pero su  personalidad y alma libre e inmadura tenía sus límites y había algunas cosas con las que no podía lidiar, circunstancias que se le escapaban de las manos y yo era ese algo  con lo que batallaba continuamente. No sabía como manejarme aunque intentara entenderme con todas sus fuerzas.

Me encontraba a once horas de mi mundo, de lo que conocía y me era familiar ¿Por qué? Ojala fuese sencillo explicarlo, tratar de resumirlo.

A veces la existencia se reducía a pequeños hábitos que llevabas a cabo más por costumbre que por ganas

Esta historia podía comenzar aquí conmigo.

Ahí contigo en el momento que decidieras leerme.

Todo lo que sucedió estaba ya definitivamente muerto, perdido. Si existía un Dios, sin duda estaba condenando mi pobre y cansada alma.


Forte Oscurità [Hemmings] |Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora