00

13.8K 735 181
                                    

– ¡Kang Soomin! –la pequeña chica andaba tan metida en sus pensamientos mientras tenía sus blancos auriculares puestos, escuchando por sus paredes auditivas "Car Radio" de Twenty One Pilots, que no prestó atención a su amigo, el cuál corría detrás de ella con dificultad para alcanzarla. Gritaba su nombre pero aún así no había respuesta de Soomin. Cuando logró llegar a su lado tocó su hombro, ella se sobresaltó y soltó un chillido asustada. Sintió un alivio recorrer su cuerpo al ver que se trataba de su mejor amigo: Minho.


– No vuelvas a hacer eso. –espetó ella, volviendo a retomar su camino hasta su hogar. Su amigo soltó un resoplido y la siguió. Ellos eran vecinos, amigos desde hace seis años, desde que Minho se mudó a la casa de al lado.

La chica miró a su amigo y rió.

– ¿Qué es lo gracioso? –soltó con sorna.

– Tu rostro, cuando éramos niños fruncias el entrecejo cuando te molestaba algo... y lo sigues haciendo.

– No es cierto. –replicó.

– ¿Qué es lo que te molesta, hermanito? –Minho ignoró su comentario y una ladeada sonrisa se asomó por los labios de la chica. Solían llamarse "hermanos" desde pequeños por sus apellidos, que resultaban ser los mismos. Él apartó la mirada y no respondió.– Oh, vamos, Minhonnie. –arrastró las palabras y tomó el brazo del chico, deteniendo su rápida caminata.– Sabes que te quiero mucho, ¿verdad? –el pelinegro cambió su semblante a uno mas relajado y suspiró. Soomin sabía que él no podía enojarse con ella por mucho tiempo. La chica sonrió feliz y lo abrazó con exageración.– Lo siento, ¿si? Sólo pensaba. Prometo no volver a ignorarte. –Minho dió pequeñas palmaditas en el hombro de la chica mientras se alejaba de su agarre y la tomaba de los hombros para luego sacudirla, haciendo que el cabello castaño de Soomin se despeine por el repentino zarandeo.

– ¿Cómo sabías que era eso lo que me molestaba? –ella negó divertida.

– Bueno... realmente no lo sabía. Pero últimamente, que te ignorara es una de las cosas que más odias, y supuse que era eso. –acomodó su cabello y volvió a retomar su camino.– Y estaba en lo cierto.


[...]


– Hola, pequeño Satansoo. –la chica tomó en brazos a Kyungsoo de cinco años. El niño posó sus manos en las mejillas de la chica y las apretó riendo. Soomin se quejó y lo bajó con cuidado, dejándolo sobre la alfombra de lana dónde se encontraba jugando. – ¿Dónde está la niñera? –murmuró buscandola con la mirada. Caminó hasta la cocina y ahí se encontraba la pelinegra. Al darse cuenta de la presencia de Soomin la saludó con su característica sonrisa. Ella devolvió el saludo y se dirigieron a la sala.– Bien, iré a cambiarme. –la niñera, Bongsun, asintió y ella se dirigió a las escaleras.

Al subir caminó por el extenso pasillo y entró a su habitación. Se tiró con cansancio sobre su cama, meditando unos momentos. Fijó su vista en el reloj de su muñeca, las 7:50 pm. Hoy tenía el horario de tarde. Sentía sus piernas pesadas y adoloridas. Seis horas de clases más tres horas de deportes, y luego su trabajo de medio tiempo, eso definitivamente era exhaustivo. Buscó ropa cómoda en su armario, una camiseta que usaba para dormir que le quedaba gigante y unos shorts blancos de lana. Agarró su teléfono y rió al ver los casi veinte mensajes que le había mandado Minho. Contestó a todos y se dirigió a la puerta para salir y bajar las escaleras, encontrándose a su madre con Kyungsoo. La mujer al ver a su hija le sonrió cálidamente con su hijo en brazos.

– Soomin, ¿cómo te ha ido hoy, linda? –la chica se acercó a su madre y se sentó a su lado abrazandola. Notó la mirada cansada que tenía su progenitora y era normal verla de esa forma a diário, después de casi seis horas trabajando continuamente. Su padre se suicidó hace cinco años. Fue por cuestiones económicas, después de enterarse de que la mamá de Soomin estaba embarazada entró en una grave depresión. Tenía un trabajo dónde su sueldo era mínimo y apenas podía mantener a la mujer y a su hija. Quería lo mejor para su familia, pero se dio cuenta que su esfuerzo no era suficiente. Y así es cómo terminó con su vida. Haciendo que la mujer tenga que ser mantenida por su hija un año hasta que por fin encontró trabajo en una empresa inmovilaria.

– ¿Vas a comer? –preguntó y la mujer negó con una media sonrisa.


– Está bien. Comí con una compañera de trabajo, sólo cocina algo para ti y Kyungsoo. Me encantaría cocinarles algo pero estoy muy cansada, lo siento. –su hija negó frenéticamente y ella sonrió.– Iré a dormir. –besó la frente de la chica y del niño para luego subir las escaleras y dirigirse a su dormitorio.

Soomin miró a su hermano con cansancio:– ¿Qué quieres comer?

– Ramen. –asintió a sus palabras y se dirigió a la cocina con el pequeño niño a su lado.


[...]


Después de casi una hora intentando que Kyungsoo durmiera, se encontraba aún más cansada que antes. Ese niño sacaba todas las energías que le quedaban a Soomin. Era inquieto, enérgico, activo y amaba hacer travesuras apesar de su corta edad, por eso mismo, es apodado Satansoo por su hermana.

El reloj marcó las 01:05 am. Soomin no lograba dormir. Dio vueltas y vueltas en su cama, tratando de conciliar el sueño. Era viernes, eso significaba sábado de trabajo para la chica, y esa era una de las razones por la cuál quería tratar de dormir a la fuerza, cosa que no consiguió.

Se levantó sobresaltada al escuchar ruidos del lado de afuera. Justo del lado de su ventana. Los chillidos pararon de golpe, sólo se podía oír las pisadas de Soomin en el suelo de madera. Se acercó a la ventana con sigilo, tomó la gran cortina blanca que tapaba el vidrio y la corrió suavemente, con cierto temor. No había nada.

Respiró con tranquilidad y decidió ir al baño. Al entrar fijó su vista en el espejo. Se veía horrible. Últimamente no dormía bien por su trabajo de medio tiempo, por sus estudios —quedaban sus últimas semanas antes de las vacaciones y los exámenes se acercaban— y por cuidar a su hermano. La dejaban con rostro cansado, casi pálido y demacrado. Tiró agua a su cara varias veces y se secó. Suspiró y salió del baño. Caminó hasta su cama, pero los planes cambiaron cuando sintió una mirada clavada en su nuca, sintiéndose observada e incómoda. Paró su paso en medio de la habitación y se giró lentamente. Quiso gritar al ver la forma de una persona detrás suyo, pero en un movimiento rápido la tomó del brazo, atrayendola hacia su cuerpo y tapando su boca con la mano furtivamente. La desesperación carcomía a la chica. El agarre de la persona era demasiado fuerte, haciéndole imposible a Soomin tratar de alejarse.

La oscuridad se apoderó del cuarto. Solo una pequeña parte era alumbrada gracias a la luz de la luna que golpeaba sutilmente la ventana de Soomin. La cortina de un color blanco dejaba pasar la luz de ésta, logrando un ambiente sombrío y tenue.

Soomin trató de observar mejor a la persona, que al parecer, era un hombre, pero falló notablemente. Lo único que pudo notar por la poca iluminación fue el cabello dorado del chico.

– No digas nada... no te haré daño. –habló por fin, con un susurro grave y suave. La chica se quedó inmóvil al escucharlo. Pudo confirmar que era un chico. No había reaccionado cuando el joven comenzó a caminar a pasos torpes hacia delante, con cautela. Soomin, al reaccionar, forcejeó y después de un incontrolable intento logró soltarse de su agarre. Corrió hasta la puerta, tomó el pomo de ésta, pero el desconocido fue más rápido, apoyando bruscamente su mano sobre la madera de un color lila, evitando la huída de Soomin. La chica cerró sus ojos asustada. La mano se encontraba al costado de su cabeza, y no se movió de ahí.

– No debes preocuparte. No te haré nada... –susurró, haciendo que su respiración tranquila chocara contra la piel de la mejilla de Soomin, haciéndola estremecer.– sólo si no quieres, claro. –agregó con una sonrisa ladina.

Dared✧ P. JiminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora