Capítulo 8: El laberinto

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Pasé por el hotel Cherry al día siguiente. Y al otro, así sucesivamente. Bárbara había prohibido mi ingreso a las personas de la recepción y yo no iba a rendirme tan fácilmente. A pesar de saber que no era lo correcto, quería ver a Evan y cerciorarme de que estaba bien, o al menos... vivo.

El domingo, a eso de las seis de la tarde, un grupo de turistas franceses ingresaron al hall del hotel. Armaron un gran barullo y nadie lograba entenderlos. Aproveché el desorden para escabullirme por las gradas con dirección al quinto piso, rogando por no encontrarme con ningún miembro de la seguridad del hotel.

La puerta de la habitación de Evan estaba abierta. Mi corazón esquivó un latido al imaginar lo que podría estar pasando dentro. La pieza estaba vacía. En un rincón Bárbara guardaba algunos de los adornos que sobrevivieron al ataque de Evan, los colocaba en cajas de cartón con relleno de papel picado.

—¿¡Dónde está Evan!? — grité desesperada, mi voz a punto de quebrarse. Tenía miedo a oír la respuesta.

Bárbara se levantó lentamente y se volvió hacia mí. No me veía a los ojos, parecía muy apenada y diminuta en comparación a la imponente mujer que apareció un día en mi oficina. Me estremecí como si me hubieran echado una cubeta de hielo por la espalda. Algo estaba mal, muy mal.

—Charlie, no creo que debas involucrarte más en esto...

—¡No te estoy pidiendo tu opinión! ¡Dime dónde está Evan! —exigí con voz temblorosa.

Ella soltó un suspiro antes de responder. Parecía completamente derrotada.

—El dinero ya no alcanza para pagar esta suite, tuve que conseguirle una habitación en un bloque de departamentos en el centro. Charlie, lo he intentado. No tiene caso.

—Dame la dirección exacta.

**********

Diez minutos más tarde buscaba la habitación doscientos en el bloque A de un conjunto de edificios sin nombre. Llamé a la puerta dos veces. Me mordía las uñas nerviosa, pensando en lo que me esperaba al otro lado de la puerta.

Un Evan despeinado, con ropa sencilla y una barba de tres días abrió la puerta. Fue tal el alivio que me envolvió que, sin pensarlo me lancé a sus brazos y lo estreché con toda la fuerza que mis delgados brazos me permitieron. Él estaba sorprendido y luego suavemente me alejó de sí.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó mirándome de hito en hito, como si hubiera encontrado a un animal muy raro.

—Le exigí a Bárbara que me diera tu dirección.

Cerró la puerta a mis espaldas y me tomé la libertad de sentarme en una silla libre junto a la ventana.

El lugar era pequeñísimo, apenas un espacio para unos cuantos muebles. Había decenas de cajas de cartón con sus pertenencias regadas por el suelo al azar. Las paredes eran de un azul desconchado, las gruesas cortinas impedían el paso de la luz solar, el lugar estaba casi a oscuras.

Evan se desplomó en la pequeña cama la cual emitió un sonido lastimero al amortiguar su peso. Su semblante estaba más pálido de lo normal. No estaba segura si era idea mía o había adelgazado mucho en los días que no lo había visto. Aparentemente él había conseguido una nueva dotación de cigarrillos, los sacó de su bolsillo y encendió uno lentamente. No me ofreció uno, de todos modos no lo hubiera aceptado.

—¿Qué está pasando Evan? — pregunté en voz baja, intentando ser lo más sutil posible.

—¿Por qué me preguntas? Bárbara ya te dijo todo ¿O no?— respondió con la mirada clavada en el techo.

My Toxic Love- Mayte GutiérrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora