¡Hola gente de mi libro!

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Desde enano supe que algo dentro de mí no calzaba con el resto.
Y así fue.
Los primeros indicios aparecieron cuando mi hermano chico se la pasaba jugando al fútbol con su grupo de amigos y yo me negaba, pues prefería plantarme en la cama a esperar cada tarde los capítulos de Sailor Moon. O cuando jugaban a los Power Rangers y yo elegía ser la rosada que llevaba faldita, por no mencionar mis oscuros días en el colegio donde mi grupito siempre era de niñas (los hombres estaban demasiado ocupados con la estúpida pelotita).

Las cenas familiares eran la guinda de la torta. Tíos, tías, primas y primos susurraban a mis espaldas que yo era <<especial>>, <<finito>> o <<delicado>>. No en mala, pero igual me molestaba. Esos factores me ayudaron a abrir los ojos, a darme cuenta de que algo raro tenía.
Dicho y hecho.
Antes de ser este típico prototipo afeminado y de loca (obvio que no todos los gays son así, hay varios que se salvan de los tacos y carteras) fui un intento de macho enamorado de una que otra compañera de clase. Aunque, para mi desgracia heteronormada, siempre me gustaban las que no me pescaban.
¿Por que shit pasa eso? O sea, ¿qué onda? La vida debería ser estilo Disney: <<me gusta, se lo digo, se enamora de mí y ¡catapúm! nos casamos, tenemos hijos y todos felices para siempre>>. Pero no: tenemos que vivir lleno de obstáculos. Sin mencionar que no puedo tener hijos por mí mismo. ¡Dios, que complicado! Si el amor fuera tan fácil como engordar, habría más felicidad y menos rollos.

De amor no se muere Donde viven las historias. Descúbrelo ahora