Otro cuento de Navidad - Capítulo IV (4)

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Viena, en la actualidad... congreso anual de estudio de traumas psicológicos crónicos...

La profesora Riverside, de la universidad de Oklahoma, era criticada por sus aseveraciones y por su singular manera de abordar la psicología. Aun así, decenas de especialistas y profesionales de renombre acudían a las presentaciones que realizaba por todo el globo.

—El meticuloso estudio que he realizado a varios voluntarios...

—¿Cuántos voluntarios, profesora? —se oyó una voz que preguntaba de entre el público asistente.

Un hombre vestido con traje negro y pajarita marrón se acercó al micrófono.

—Por favor, guarden las preguntas para el final de la presentación.

—¡Perdón! —voceó la misma voz.

La abarrotada sala respondió con una disimulada risa que sonó como un murmullo en un museo vacío.

—Gracias —sonrió la profesora, y continuó—, el estudio que realicé en varios voluntarios, que diré que eran ciento veintitrés, me ha hecho reflexionar sobre el rumbo que la psicología está tomando durante el último siglo. Es cierto que la ciencia consiste en diagnosticar patrones para poder analizarlos y tratarlos, pero no me cabe ni la menor duda de que hemos excluido de esos patrones... otra clase de datos.

La profesora carraspeó y bebió un poco de agua.

—Muchos de mis pacientes sufren trastornos psicológicos que les impulsan a aislarse de su entorno creándose un mundo imaginario, en el que ellos son los responsables de algo terrible. Por ejemplo una muerte, un accidente grave o un desafortunado incidente que para la mayoría de nosotros no nos parecería para nada serio.

Tecleó en su portátil y cambió de diapositiva.

—En esta imagen podéis ver lo importante que eran los dioses y los semidioses para las culturas antiguas. Incluso actualmente existen muchos grupos de personas, cultas o no, que creen en el poder divino y en lo sobrenatural.

Los presentes se asombraron al ver en la pantalla un baile tribal alrededor de una gran fogata, mientras en el cielo el humo formaba varios rostros, que se suponía que eran sus dioses. La mayoría del público asistente comenzó a cuchichear con sus colegas. Estaban acostumbrados a las excentricidades y a las disparatadas teorías de la profesora Riverside, pero nunca se imaginaron que mezclaría una ciencia con la charlatanería y el misticismo.

—Comprendo el malestar y el desconcierto que pueden provocar mis teorías, pero no debemos olvidar una parte muy importante de nosotros. Los secretos de nuestra mente se esconden en nuestro pasado, y si no somos capaces de conocer de dónde venimos, ¿cómo comprenderemos quiénes somos y qué seremos capaces de ser en el futuro?

Algunos de los espectadores se levantaron y, haciendo gestos despectivos, se marcharon balbuceando comentarios desagradables. A la profesora no le importaba demasiado. Estaba acostumbrada a este tipo de reacciones y siempre las comparaba con el comportamiento que sin duda experimentaron Galileo Galilei, Cristóbal Colón y otros grandes descubridores que fueron tildados de ingenuos y fantasiosos.

Aunque en esta ocasión, y para sorpresa de la profesora, tres butacas permanecían ocupadas y quienes estaban sentados en ellas no parecían querer marcharse sin las respuestas que estaban buscando.


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