[2.3] Capítulo 31

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SUO MARITO
(Su esposo)

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-Angelo -lo llamó Anneliese, saliendo de la recámara de su abuela y cerrando la puerta, como si quisiera dejar ahí, clausurada, ésa charla, ésa confesión... ese daño.

En la oscuridad, él estaba andando por el corredor, en bóxers, acercándose a las escaleras, y se volvió hacia ella frunciendo el ceño.

-¿Dónde estabas? -preguntó, cuando ella lo alcanzó y lo abrazó; parecía preocupado-. Annie, no son ni las cinco...

-Con la abuela -confesó.

... y entonces, en su voz quebradiza, él se dio cuenta de que ella había estado llorando. Suspiró y la abrazó con suavidad.

-Vamos a la cama -le suplicó, en un susurro.

Ella no lo soltó y él, tras esperar un momento, la alzó entre sus brazos, elevando los pies femeninos del suelo más de veinte centímetros; Annie aprovechó para envolverlo con sus piernas por la cintura y pasarle los brazos por el cuello; él la llevó hasta su recámara cargándola como si fuese una niña pequeña y, una vez ahí, ella se negó a apartarse de él hasta que el sol comenzó iluminarlo todo.

** ** **

-Hola, mi amor -saludó Rebecca Petrelli a Anneliese, al encontrarse con ella por la mañana, en la sala de estar.

La mujer estaba perfectamente maquillada y peinada, vestida de manera impecable; era como si, esa charla de madrugada, entre la muchacha y ella, no hubiese tenido lugar nunca... Era como si ella no estuviese ansiando quitarse la vida.

Annie no pudo seguir mirándola y huyó a la cocina, donde ya estaba el resto de su familia, preparándose para embriagarse con ese nuevo bufete que Rebecca había hecho preparado para ellos. La rubia torció un gesto y miró a su abuela, quien recién se unía a su familia; se dio cuenta de que ella había estado despidiéndose... y de que lucía feliz, por ello.

** ** **

-Hay un vuelo disponible para... -comenzó Angelo; estaban él y su hermana tirados en la terraza, sobre un sofá trenzado-... mañana, jueves, y otro este sábado.

Anneliese, recostada sobre el brazo izquierdo de Angelo y dándole la espalda, no prestó atención ni a lo que él decía ni a la luz del teléfono que él sostenía sobre ella.

-¿Qué opinas? -le presionó con suavidad un muslo, llamándola.

-¿De qué? -preguntó ella.

Angelo dejó el teléfono y la obligó a girar hasta ponerla bocarriba para poder mirarla a la cara.

-¿En qué piensas? -le preguntó, acariciándole el vientre.

«En la abuela» reconoció, pero sacudió la cabeza.

-En nada -mintió.

-Bueno -él metió los dedos por debajo de la blusa de la muchacha y acarició su piel, a la altura de la cadera, con la yema de sus dedos-. Y ¿cuándo nos vamos?

-¿Por qué tienes tanta prisa? -tanteó ella.

-Ayer eras tú quien quería irse.

-Y tú no querías -ella giró nuevamente, hasta ponerse de costado, frente a él-. ¿Qué cambió? -preguntó y, apenas terminar de hacerlo, lo supo: esa madrugada ella lo había dejado solo en la cama y, cuando él la encontró, Annie estaba llorando.

-Nada -también él mintió.

La muchacha le dio un besito en los labios.

-¿Te gustaría quedarte aquí, un tiempo?

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora