Capítulo II: Una espada para servir.

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Hace años, cuando la guerra era joven en La gran isla y los hombres eran de la tierra, no al contrario, arribó al creciente reino de Cellivar un sombrío personaje salido de un país muy lejano. Este país era muy viejo, tan viejo como el bronce, y en su momento fue casi tan poderoso como las fuerzas de la naturaleza; devastó pueblos y pueblos y se extendió por todo un continente. Este era un hombre joven, el cual traía la gloria de su tierra detrás de los ojos y las viejas canciones resonando constantemente en su oído. Llegó con una comisión oficial, cómo emisario del reino sureño de Traskeen, y ostentando el título de Príncipe de oriente. Su nombre era Fernask y nadie dudó de su nobleza puesto que esta se revelaba con cada paso y cada gesto que daba. Su montura era un caballo pequeño, delgado y grácil, y de mirada más inteligente que la de muchos hombres; parecían hechos con la misma medida, cómo si un dios muy ingenioso hubiese decidido crear gemelos de diferentes especies. El jovencísimo rey Rothar estaba peleando contra una rebelión armada, organizada y comandada por su propio hermano, el príncipe Osbert, quien deseaba a toda costa poseer el trono que creía merecer cómo hijo primogénito de su casa y el cual había sido dejado a Rothar por su padre, el glorioso rey Bastian, con el apoyo del pueblo y de los nobles. Este extraño emisario traía consigo la promesa de una alianza, el reino más austral de los hombres estaba con Rothar y ponía a su disposición a un noble oriental con quinientas espadas y un pequeño grupo de asalto prestado por sus aliados más preciosos: los elfos del bosque azul. Este contingente fue bien recibido, principalmente por la confianza que le generó al rey este joven extranjero. El muchacho vestía a la usanza común, aunque con prendas totalmente negras, y portaba una espada larga, delgada y curva, de un resplandeciente azul cobalto que ondulaba dentro del acero. Era de piel aceitunada y tanto sus ojos cómo su cabello eran negros, tan oscuros como las ropas que llevaba. Sus ojos parecían ser más oscuros puesto que en ellos se vislumbraba un universo infinito, pensamientos que ningún hombre podía calcular, grandeza... infinidad. Era un erudito en ciencias que no tenían nombre en La gran isla y el pueblo lo conocía cómo "El hechicero negro". Hablaba todas las lenguas conocidas y se decía que incluso conversaba con los animales y las plantas. Trajo consigo cofres llenos de tesoros que ningún hombre conocía en esas tierras, eran hojas y hojas enrolladas en madera o bronce; el rey no le creyó cuando él le dijo que dentro de esas cosas vivían muchos hombres y que mediante ellos hablaban sabios milenarios. Tanta fue su fama que nobles de Gälett, el reino del norte, viajaron a Cellivar sólo para conocerlo. En asuntos de guerra ni lo más experimentados sabían más y pronto se convirtió en el primer consejero del joven rey.

Uno de los primeros consejos que dio a Rothar fue la fortificación de su palacio. Eran tiempos sencillos de ese lado del océano y para el rey, cómo para sus predecesores, era bastante seguro un palacio sobre una colina; pero para el primer consejero no era suficiente. Se construyó un grueso muro de arcilla alrededor de la colina, con puestos de avanzada cada cincuenta metros custodiados por arqueros y se cavó un foso en todo derredor del muro; había nacido la fortaleza roja. Las obras de construcción duraron varios años, mientras tanto tres rebeliones fueron extinguidas gracias al ingenio del príncipe oriental y a las innovaciones que trajo al ejército. Se empezaron a forjar armas más pequeñas para los soldados de infantería, y se dotó a éstos de armaduras sencillas; la caballería ligera se priorizó y se entrenaron más arqueros que nunca; se formó una escuela militar para formar a los niños en el arte de la guerra, se ingresaron a todos los pequeños mayores de ocho años que no fuesen hijos únicos, y una vez al año, cada año, a los que cumplían esa edad. El rey aprendió a leer y, aunque entre los talentos del consejero no estaba la manufactura de papiro, ordenó que decenas de artesanos aprendieran a leer y a escribir para que reprodujeran los libros en tablas de arcilla y de madera; la escritura había llegado a los hombres de Cellivar y todo parecía indicar que iniciaba para ellos una era de progresos y prosperidad.

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⏰ Última actualización: Aug 23, 2016 ⏰

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