Capítulo 3: Nuevo hogar

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Laketown, 2016

Los árboles pasan con rapidez ante mis ojos, como si una cinta de vídeo corriera a velocidad aumentada. Son líneas de distintas tonalidades de verde. Entre mis manos jugueteo con un pequeño objeto en forma de aro, mientras siento el frío golpearme el rostro con fuerza.

Hace una semana terminé el cuarto semestre de la universidad, con unas notas excelentes. Como recompensa papá me ha regalado un «anillo de la emoción», aquellos que cambian de color según cómo te sientes. Sé que no es cierto, que el color cambia según la temperatura corporal, aun así este hecho no cambia la emoción que sentí al recibir mi regalo, y a veces no puedo evitar creerle a este pequeño artefacto, aunque soy yo la única que puedo decir verdaderamente qué emociones siento día a día.

Estoy en la camioneta con mi papá. Son vacaciones, así que decidí acompañarlo en su viaje. Estamos camino a Laketown, un pequeño pueblo en el que papá ha comprado una vieja mansión. No tanto por placer, sino con fines laborales y artísticos. Papá estudió historia del arte y trabaja en el Museo Británico de Londres, uno de los museos más famosos de la ciudad. Él se encarga de conservar las obras, de cuidarlas para que el tiempo no las dañe. Hace investigaciones y estudia la historia de cada pieza del museo. También es pintor, le encanta.

Su interés y amor por el arte es hechizante. Escucharlo hablar de una pieza o verlo escrudiñar una pintura en el museo te hace sentir las mismas sensaciones que él. Gracias a él amo el arte también, y por ello decidí acompañarlo en este viaje.

El museo está interesado en convertir aquella mansión en una atracción turística, ya que el pueblo es muy reconocido por la historia de esa casa y de la familia que vivió allí hace muchísimo tiempo. Mucha gente se queja de no poder visitarla, nadie ha vuelto entrar. Ha estado abandonada por más de cien años, pues nadie se atreve a vivir ahí. 

Cuentan los hechos que, alrededor de 1889, los Pemberton —última familia que vivió allí— fueron asesinados brutalmente. La historia completa no la sé, pero es ésta la que ha convertido a este recóndito pueblo en un punto turístico interesante, aunque bastante olvidado. Lo que importa es que a pesar de su pasado oscuro aquella casa guarda riquezas culturales: Obras de arte, desde esculturas y cuadros hasta muebles y alfombras importadas. Todo tan antiguo como la mansión misma, e incluso aún más. Es por eso que quieren convertir ese lugar en un pequeño museo y, a su vez, algunos objetos serán llevados a investigar y a restaurar, y posteriormente serán exhibidos aquí mismo. Otros tantos serán vendidos en una subasta para poder ayudar a financiar el proyecto, y las obras de arte que papá encuentre convenientes serán llevadas al Museo Británico para ser exhibidas allí.

Así que papá se ofreció a comprarla con su propio dinero —su amor por el museo y por el arte no tiene límites—. Gastó hasta la última libra de sus ahorros personales. De todos modos, el precio de la mansión ha ido bajando en las últimas décadas, ya que no muchos han ofrecido por su compra, y los pocos que lo han hechos han sido rechazados por la alcaldía del pueblo. Ese lugar es más que historia, es parte de su identidad. Ahora, la idea es que vivamos allí mientras ayudamos a restaurarla.

—Falta poco —informa papá con una sonrisa—. ¿A que no es emocionante? —ríe.

—Sí, papá, lo es —respondo con entusiasmo mientras tecleo en la laptop que yace en mi regazo, adelantando un trabajo para el próximo semestre.

Él observa la laptop con las cejas arqueadas, y da un mordisco a una pequeña dona que saca de una caja sobre la guantera.

—Vamos, Emma. —Cierra mi laptop de repente—. Son vacaciones, disfrútalas.

—Eres un molesto, Scott —replico con una sonrisa.

—¿Scott? ¿Y el "papá" dónde ha quedado?

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora