Capítulo 9.

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Un día del asco

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Un día del asco.

Primero, tuve que llegar con el idiota; segundo, se me quedó el cuaderno de psicología y por último, tengo tres horas de castigo.

¿Qué más podía pasar?

Que el idiota tenga castigo conmigo.

Entré tranquilamente por la puerta del salón de la vieja Montgomery y la sorpresa que me llevé por ver a Connor Pirce en uno de los asientos, fue gigante. Estaba ubicado en una de las mesas más alejadas de la entrada con un lápiz en mano y una hoja sobre la mesa, con los labios levemente fruncidos y la mirada muy concentrada en... lo que fuera que estuviera haciendo.

Me desplazo hasta una de las mesas más cercanas al escritorio de Montgomery para luego tomar la silla y deslizarla hacia atrás tomando asiento. Saco mi bloc de dibujo junto mi pequeño lápiz y empiezo a trazar líneas en la hoja blanca, como siempre ellas no tienen ningún sentido.

No tengo una idea clara al dibujar, solo espero que mis manos hagan primero el trabajo antes que mi cerebro. Creo que esas una de las reglas de los artistas.

Deja tus manos y tú corazón hacer el arte, deja tú mente atrás para que tus sentimientos conviertan una hoja de papel en algo inimaginable.

Esa es mi regla, papá me la enseñó hace mucho tiempo, creo que cuando tomé un lápiz y bloc para realizar mi primer dibujo. Eso es lo que he cumplido, siempre dejo que mis sentimientos abarquen toda una hoja de papel.

Siento una respiración en mi cuello haciéndome desconcentrar, volteo hacia mis espaldas encontrándome con el roba lápices.

—Hola, Daisy.

—¿Qué quieres?—pregunto.

—Uhm verás, se me acaba de partir el lápiz por la mitad—frunzo mi ceño cuando me dice su tonta escusa—. ¿Me podrías regalar un lápiz?

Respiro unas tres veces antes de contestarle porque sinceramente, la paciencia ya se está agotando.

—¡¿Sabes qué, Connor?!—Mi voz, poco a poco se escucha más fuerte y agitada—. ¡Cómprate tus propios lápices!

Connor me mira con la mejillas sonrojadas, no sé si por molestia o porque está avergonzado.

—Daisy...

—¡Pirce, Rogers, siéntense!—Montgomery hace su llegada al salón gritando nuestro nombres—. Empieza el castigo, no quiero ningún ruido y si es posible, no quiero escuchar el sonido de sus respiraciones.

Frunzo mi ceño en dirección a Connor y me siento en mi mesa comenzando así mi horrible castigo.

Regálame un lápiz | Los Intocables #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora