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—Bien, bien. Esto sí que es gracioso, ¿De verdad creyeron que los dejaríamos ir tan rápido? —. Varios de los presentes asintieron, y aunque los de otros grados no parecían saber de qué iba la cosa, le siguieron la corriente a Luis—. Bueno, a el no... Es más, ¿Qué carajos hace el aquí?

El muchacho señalo a Antonio. Tanto su boca torcida como sus ojos entornados, daban a entender que no lo había estado tomando en cuenta, hasta ese momento.

—Venía corriendo con ella. Creímos que también lo buscabas—, dijo uno de los chicos.

—¿Y para que voy a querer yo a el? Con quien quiero ajustar cuentas es con la lindura aquí presente, no con este wey... Eh, tú. Lárgate antes de que me ponga rudo.

Lilly tragó con fuerza. Antonio había soltado su mano hacia unos segundos y se había alejado de ella unos cuantos pasos.

Estaba segura de que la iba a dejar en ese problema. Ya se encontraba preparándose para golpear algunos idiotas, cuando el chico volvió a tomarla de la mano y dijo, con un tono calmo.

—No te preocupes. Vamos a estar bien.

A Luis, aquel gesto no le paso por alto. Elevo una ceja y su boca se transformó en una línea casi recta. Lilly podía palpar la tensión que pronto los envolvió.

—Te lo dijo por última vez, chaparro. Lárgate o te las vas a ver con todos nosotros.

El ex chico de primero se encogió de hombros. No parecía estar dispuesto a dejar a Lilly sola.

Aquello removió el corazón de la castaña. Ningún hombre había hecho algo así por ella, ni siquiera su padre. Había aprendido a defenderse mientras crecía, y para ella era tan nuevo ese gesto que pronto sus ojos se humedecieron.

Haciendo un esfuerzo sobre humano para no ponerse a llorar frente a todos, la muchacha se puso frente a Antonio y dijo, con la mirada más dura que pudo mostrar.

—A el déjalo en paz. Tú bronca es conmigo, así que éntrale. No te tengo miedo.

Los gestos serios se borraron un poco de la cara de Luis. Aun así, el chico no permitió que las cosas llegaran a más.

Antes de que Lilly pudiera decir otra cosa, el tipo acortó la distancia que había entre él y sus dos presas, tomando a la joven del mentón mientras con la otra mano le apretaba el brazo.

La chica nunca demostró que tan doloroso era aquel agarre. Solo se le quedo viendo con el ceño bien fruncido, firme y sin mostrar debilidad.

—Vaya, y yo que creí que eras como todas las bobas que acompañan a Mimí—. Lilly entrecerró los ojos. Gracias a la proximidad de Luis, pudo oler un extraño aroma que no supo identificar. Era como si el chico se hubiera comido todo un expendio de verduras ya caducas—. Me gusta. No eres una dejada como las otras.

—Que bueno, ahora, te doy tres para que me sueltes.

Luis soltó una sonora carcajada que fue imitada por sus amigos. Estaba a punto de contestarle a la castaña, cuando el chico detrás de ellos golpeó la mano que agarraba el brazo de ella.

—Ya la escuchaste. Suéltala simio... Rayos, esa sí que es una ofensa para los pobres animales. Por lo menos ellos no pueden evitar comportarse como lo hacen, pero tú... Con razón sigues en segundo, anciano.

Las palabras de Antonio consiguieron su propósito.

Tanto Lilly como Luis se quedaron callados por un buen rato. Ninguno de los presentes sabía que hacer o decir, y por la palpitante vena que pulsaba en el cuello de su agresor, la muchacha pronto comprendió que las cosas iban de mal en peor.

Antonio se había convertido en el punto a eliminar de Luis, y ya no podía hacer nada por desviar la atención del tipo a su persona.

Luis soltó a la castaña, y mientras se acercaba al serio e imperturbable chico, varios de sus acompañantes hicieron un círculo en torno a ellos.

A pesar de que lo superaban en número, el chico no mostró un cambio en su actitud. Solo observaba a los tipos que lo rodeaban, pendiente de los movimientos que, estaba seguro, Luis haría.

No se equivoco. El muchacho se arqueó con la cabeza baja, mirando a Antonio por entre sus pestañas y entreabriendo la boca de vez en cuando. Daba la impresión de que quería intimidar al chico, pero la media sonrisa que se dibujó en la cara de este, les reveló a los presentes que no estaba consiguiendo su objetivo.

—Bueno, wey. Supongo que ya sabes de qué va la cosa, pero por si las dudas te lo explico—, Antonio se cruzó de brazos y alzó una ceja—. Tú te quedas quietecito en donde estas parado, mientras yo te enseño a respetar a tus mayores... Y por favor, no te muevas. Odio tener que estar correteando a los cobardes.

El muchacho asintió y dijo.

—No te preocupes. No tenía pensado el moverme de aquí.

El semblante de Luis se ensombreció. Tanto Lilly como sus amigos notaron el claro reto en la voz de Antonio, y a pesar de que la mayor parte de ella temía por el chico, algo le decía que sabía lo que hacía.

—Bien chicos, ya saben lo que tienen que hacer—, algunos comenzaron a formar un circulo en torno a los dos, pero la mayoría solo se quedo parada en su sitio.

Con la boca torcida, Luis estaba a nada de ordenarles que se apresuraran, cuando una voz detrás de él lo saco de balance.

—Qué hay, Antonio... ¿Todo bien aquí?

A Lilly casi se le fue el alma, cuando escucho a uno de los hermanos. No sabía si se trataba de Eduardo o Lorenzo, pero el simple hecho de que estuviera hay, hacía la diferencia.

No paso mucho, para que Monse también se dejara ver.

—Lo sabía. Algo me decía que este bruto se traía algo entre manos, sobre todo después de lo que pasó con Lilly—. La muchacha paso a empujones a los chicos que estaban encerrando a sus amigos y, con una seña de su cabeza, agregó—. Vamos. Los está buscando la profesora de historia, y no se veía muy feliz.

Antonio no espero a que dijera algo más. Tomó la mano de la castaña, y ambos salieron de aquella multitud sin perder tiempo.

Antes de que hubieran dado cinco pasos lejos de ellos, el hermano volteó a ver a Luis y dijo.

—Que sea la última vez que veo que friegas a Antonio, ¿ok?

En la secundaria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora