06.

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Harry trata de evocar algún recuerdo en el que se vea a sí mismo nervioso por alguna salida, por alguna presentación o cualquier situación nueva, pero no lo logra. No hay manos sudadas frente a una clase, frente a la puerta de un salón o en algún autobús que lo esté llevando a alguna actividad grupal fuera de la escuela. Y le frustra.

Porque son las tres con cincuenta y nueve minutos, y Harry no sabe hacer otra cosa más que sentarse en el sillón que está cerca de la puerta, esperando a que Louis toque el timbre del edificio para que pueda abrirle nada más le anuncie que es él. Pero eso no sucederá hasta dentro de media hora más y se siente terrible —nervioso, un poco mareado y demasiado ansioso.

Decide mirarse al espejo de cuerpo entero antes de colapsar en su cama y no levantarse aun si Louis toca el timbre. Suena a una tarea mucho más simple, de todas formas.

Lo que Harry ve no es más que una imagen de sí mismo en un atuendo no-común.

Hay un vestón claro, del color del maíz, cubriendo sus hombros y bajo él, un suéter de cuello-largo negro que combina con sus pantalones del mismo color. Hay unos viejos botines marrones que le dan un aire más relajado a su atuendo, sin embargo. Su cabello cae en ondas hasta sus hombros, con una partidura ladeada que mantiene sus rizos bajo control.

Y le gusta.

Se siente cómodo en sus ropas. Aún si no es lo que utiliza regularmente, está bien con ello. No por nada son prendas que estaban en su armario.

Y sonríe, porque está satisfecho con su apariencia, con lo que podría lograr esta noche. Cree no sentirse fuera de lugar como otras tantas veces. Lo que, si tiene que ser sincero, es bastante bueno.

Recuerda a Louis, su conversación de la noche anterior, cuando está arreglando las solapas de su vestón. Y se ríe, porque hablaron de todo y nada a la vez, como aquella primera vez que hablaron en la biblioteca. Aquella primera vez que se ve tan lejana en la mente de Harry y eso que solo han pasado un par de semanas —cinco días, si tiene que contar los encuentros por separado.

(Harry las atesora; cada día, cada hora.)

Y ya no se siente tan nervioso.

Hay un algo, que Harry no logra descubrir, en el pensar en Louis que lo tranquiliza de forma casi constante e inmediata. Es un calor que le recorre como la sangre en sus venas, de pies a cabeza. Y si bien las primeras veces fueron incómodas, ahora ya no lo son para nada.

En su mente hay un Louis con una sonrisa de sabor a fin de verano e inicio de otoño; su momento favorito del año. Este cambio de estaciones que le hace creer firmemente que, por mucho que las cosas cambien en algunos meses, en algún punto, todo vuelve a encajar.

Y se siente tranquilo.

Ya no hay manos sudadas ni constantes arreglos a su vestimenta cuando se vuelve a sentar en el sofá de su departamento que está cerca de la puerta. Sus manos reposan en sus rodillas, sus dedos formando una melodía errática al moverlos a ritmos descordinados. La presencia de Totora no tarda en llegar a su lado y Harry agradece haberle puesto un chaleco a su gata —por el frío que está comenzando a hacer y porque no quería que su suéter ni pantalón quedaran llenos de pelos grises y blancos.

Cuando Harry vuelve a mirar el reloj de la pared, que está sobre el pequeño mueble lleno de libros, se da cuenta que Louis no debería de tardar más de cinco minutos en llegar. Y Harry no puede con la anticipación de la obra.

Bajo las hojas del otoño » l.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora